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lunes, 18 de noviembre de 2024

La química que hay entre EE.UU. y Cuba

Algunas impresiones preliminares del Presidente de la Sociedad Cubana de Química (SCQ) sobre el posible restablecimiento de relaciones entre los dos países...

Bárbara Maseda en Cuba nos une 05/04/2015
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En octubre de 2014, dos meses antes de los anuncios del 17 de diciembre, químicos cubanos y norteamericanos hicieron algo sin precedentes en la historia de sus relaciones: presentaron una ponencia conjunta ante el Congreso Latinoamericano de Química (Perú) sobre las misiones de las sociedades científicas de sus países respectivos.

Con este gesto amistoso, la Sociedad Norteamericana de Química (ACS) y la Sociedad Cubana de Química (SCQ) insistían en su voluntad de conectarse, intercambiar y cooperar, a pesar de las restricciones –y sin sospechar, probablemente, el giro político que se produciría poco después.

Las negociaciones para el restablecimiento de vínculos entre Cuba y Estados Unidos transcurren sin que nada sea seguro todavía, pero los químicos siguen adelante con su plan de acercamiento: en agosto de 2015 una representación de la SCQ estará viajando a Boston, Massachusetts, para asistir a la 250 Reunión y Exposición Nacional de la ACS.

El Dr. Luis Alberto Montero, quien ha sido presidente de la SCQ durante los últimos dos años y medio, brinda algunos datos y opiniones sobre el estado actual de estos lazos y sus perspectivas.

Contactos con la ACS y otras organizaciones

Un primer punto a favor de la SCQ y la ACS es haber mantenido contacto por casi veinte años –no tener, por lo tanto, que empezar a descubrirse mutuamente ahora.

La primera es una organización no gubernamental que, además de reunir a graduados de perfiles afines con la especialidad (química, ingeniería química, bioquímica), también acepta aspirantes no expertos que tengan un interés en ese campo.

La segunda es la sociedad científica más grande del mundo, reconocida como una de las principales fuentes de información científica confiable.

El acercamiento entre ambas comenzó alrededor de 1997, propiciado por una concatenación de eventos que podrían rastrearse hasta la Alemania de Hitler.

En esos años de la Segunda Guerra Mundial, Ernest Eliel, un judío alemán, tuvo que salir huyendo de su país para escapar del nazismo. Primero probó suerte en Escocia, luego viajó a Canadá, y finalmente terminó asentándose en Cuba, donde estudió Química en la Universidad de La Habana (UH).

Eliel se graduó en 1946, y cuando llegó el momento de hacer su doctorado, emigró a Estados Unidos porque, como explica el Dr. Montero, “la ciencia cubana del momento no daba para tanto”. En ese país desarrolló el grueso de su carrera. Se convirtió en un químico de prestigio y en 1992 fue electo Presidente de la Sociedad Norteamericana de Química.

En 1996, ocupando todavía ese puesto, se enteró, a través de un colega de la Universidad de Cornell, de que un cubano de su antigua Universidad de La Habana estaba de visita en Estados Unidos.

“Hablamos por teléfono”, recuerda el Dr. Montero (el cubano en cuestión), que en ese momento era vicepresidente de la SCQ. “Más adelante nos invitó a participar en el quinto Congreso de Química de América del Norte (o sea, Canadá, México, EE.UU.). Se celebró en Cancún, México, en 1997 y la ACS corrió con los gastos de los cuatro cubanos que participamos.”

A partir de ahí hubo más contactos (incluyendo un título Honoris Causa concedido a Eliel en 2004 en la UH), y aunque Montero confiesa que no les ha seguido la pista – y que no podría mencionar cada uno exhaustivamente – sí sabe que han sido muchos.

A pesar de la antigüedad y buen estado de los vínculos entre las dos organizaciones, afiliarse a ellas desde uno y otro lado de la frontera es otra historia. Actualmente es muy difícil para los químicos cubanos y norteamericanos pertenecer a la sociedad del otro país. Para los cubanos la limitante es económica: el costo de la membresía de la ACS es muy alto para sus ingresos, sin contar que no existen vías para realizar pagos desde Cuba a EE.UU.; para los norteamericanos, el freno está en los estatutos de la SCQ.

“Yo fui miembro de la ACS durante dos o tres años”, ejemplifica Montero. “Mi grupo estaba trabajando en un proyecto sueco que nos permitía pagar la cuota anual. En ese tiempo recibía la revista de la sociedad más barata”. Con un precio anual de $140 dólares, la membresía de la ACS representa varios salarios de un profesor universitario cubano.

Por su parte, los estatutos de la SCQ, establecidos en 1978, no permiten que quienes no residan en Cuba pertenezcan a la organización (Artículo 2, Capítulo I). “Ese es un elemento que esperamos modificar en nuestro próximo congreso, en octubre de 2015,” explica el Dr. Montero. “Así podremos aceptar a cualquier ciudadano del mundo”.

La interacción de la SCQ con otras organizaciones norteamericanas es escasa o inexistente, como en el caso de la Asociación Norteamericana para el Avance de la Ciencia (AAAS): “Con ellos hemos tenido contacto a través de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC). Hemos conocido a algunos de sus directivos que han venido a Cuba, como Peter Agre [Presidente en 2009], Premio Nobel de Química (2003) y hemos participado en algunas actividades conjuntas en Cuba, incluida la entrega de reconocimientos por parte de la UH”.

Viajes

Sobre la facilidad para viajar, Montero comenta que generalmente no hay muchos problemas de visas denegadas en su campo, aunque sí pueden no otorgarse a tiempo, como en una experiencia personal que narra: “Me habían invitado a la Universidad de Harvard a impartir un curso de Química Computacional y a participar de la vida académica allí, en un período que debía comenzar en agosto y concluir en diciembre de 2012. Sin embargo, la visa no se me concedió hasta el 23 de septiembre. Esto trajo como resultado que a mi clase solo asistieran cuatro personas, de las diez que habían matriculado. Sucede que en esa universidad la primera semana es la llamada “Shopping Week”, en la que los estudiantes visitan los cursos que están anunciados para decidir si los van a pasar o no, y en ese momento no pude estar allá.”

Aunque han predominado los “Sí”, no faltan las negativas. Montero citó el ejemplo del profesor cubanoamericano Luis Echegoyen, quien ha tenido que lidiar con demoras y permisos denegados por parte de EE.UU. a la hora de viajar a eventos auspiciados por la SCQ en Cuba.

Cerebro-de-obra

Como otras áreas de la ciencia nacional, la química cubana carece de recursos materiales: “Nosotros somos esencialmente suministradores de fuerza de trabajo científico de alto nivel”, responde el Dr. Montero al preguntarle qué podría brindarle su disciplina a EE.UU. “No estamos en condiciones hasta ahora de contribuir con recursos financieros ni materiales a ninguna colaboración. Lo que podemos aportar es mano de obra, o más bien “cerebro-de obra”, y formación y capacidad de trabajo.”

Su opinión se basa en experiencias concretas: “En esos términos hemos establecido colaboraciones con toda Europa y con toda América Latina. Muy poco –yo diría que demasiado poco– con China y Asia en general, al igual que con Canadá. Y por supuesto, casi nada con Estados Unidos, por razones obvias. En el caso de China las limitaciones son muy sencillas: un billete de avión cuesta una fortuna”.

“Creo que hay que revisitar nuestro análisis de la emigración que tenemos hacia otros países, ese intercambio de personas”, dice valorando los resultados de esos proyectos hasta ahora. “Normalmente lo vemos en el marco del robo de cerebros y de la pérdida de recursos –y efectivamente, esa es una parte—, pero no es el único componente del asunto. Siguiendo las ideas de Fidel, tendríamos que trabajar para convertir ese revés en victoria; para que nuestra colaboración científica con el mundo entero genere ganancias para Cuba, pero sin querer ser los únicos que ganemos algo. Eso permitiría mejorar muchísimo las relaciones de nuestros científicos con el exterior, que no son malas”.

Dificultades de financiamiento

Sobre la posibilidad de llevar a vías de hecho algún proyecto conjunto con Estados Unidos, expresa sus dudas sobre las fuentes de financiamiento: “Política aparte, para establecer colaboración en ciencias hace falta al menos dos aspectos: financiamiento e interés. Los intereses tienen que ser comunes, y pueden ir desde los más sublimes hasta los más triviales. Pero no sé cómo funcionaría el financiamiento con EE.UU.; es un tema incierto. En EE.UU. las ciencias básicas son financiadas fundamentalmente por fuentes gubernamentales (los Institutos Nacionales de la Salud, el Departamento de Defensa, la Fundación Nacional de la Ciencia*) y entidades privadas. ¿Cómo se comportarían esas organizaciones frente a la apertura de un frente con Cuba? No lo sé; creo que estaría muy condicionado por el avance de la política”.

Con respeto a la parte cubana, el Dr. Montero señala la necesidad de hacer reformas: “Dependerá también de cuán sabios seamos nosotros [el país] para quitar barreras y que ellos [EE.UU.] también puedan hacer ciencia en Cuba. Pongamos un ejemplo exagerado: supongamos que hoy, con las regulaciones actuales, la ACS nos dona un millón de dólares para construir un edificio para la SCQ. Yo no sé qué puedo hacer con ese dinero, y mucho menos cómo construir un edificio, porque las regulaciones del país son tales que impedirían hacer esto con gestión estatal. ¿Y cómo hacerlo no estatalmente? Tampoco lo tenemos claro. O sea, el sistema regulatorio cubano actualmente es muy restrictivo. No está diseñado para esto. ¿Cómo funcionaría una acción de patrocinio científico norteamericana para Cuba? No lo sé.

Yo soy optimista por definición y estoy persuadido de que tendría que favorecerse ese tipo de acciones, si ocurrieran. Pero si van a ocurrir tampoco lo sé, porque no hemos tenido suficiente contacto. Quizás pueda decir más con respecto a la ACS después de regresar de su congreso en agosto. También está claro que nadie, y mucho menos los EE.UU., regala nada por nada. Siempre en la colaboración es preciso valorar todo, lo que se gana y lo que se arriesga o pierde o entrega. De ese balance sale la decisión de emprenderla o no”.

Cooperación

En lo que toca a las áreas en que posiblemente ambos países podrían hacer coincidir intereses, el Dr. Montero responde que el sector medioambiental sería uno de los candidatos, aunque acota que no es experto en el tema.

“Yo diría que un campo en el cual podríamos tener una fuente de riquezas impresionante es en el desarrollo de la caña de azúcar”, afirma, “que desde el punto de vista energético es un cultivo muy eficiente. Cuba lleva más de doscientos años cultivándola, pero desgraciadamente, no ha encontrado un espacio para trabajar conjuntamente en este campo. No sé si la inversión norteamericana en ciencia podría cambiar esta situación, pero para mí, como especialista, es una mina de oro”.

“Hay otros nichos de oportunidad”, añade, “que dependerían mucho de la disponibilidad y la iniciativa de científicos en o fuera de Cuba; de que aparezcan ideas que no se han valorado. Hoy en día la ciencia tiene una capacidad impresionante de cosas insólitas y no se descarta que aparezca una opción que ahora mismo no podamos prever. En Estados Unidos la ciencia es muy dinámica, como tiene que ser siempre para que sea útil, y sin dudas esa dinámica compartida con nosotros puede ser muy beneficiosa para Cuba”.

A la pregunta de si, a pesar de los evidentes beneficios, la cooperación supone alguna desventaja responde: “Para mí el sesgo más negativo sería que [los EE.UU.] nos distraigan otra vez, con su inmenso poder, de nuestros amigos europeos, y que esa posible apertura nos impida desarrollar un adecuado intercambio científico con China, que es estratégico. Yo creo que si Cuba tuviera dinero lo financiaría. Nuestras afinidades y la cercanía no deben deslumbrarnos. No debemos dejar de ver las inmensas riquezas y conveniencias que Europa, Rusia y China tienen para nuestra colaboración científica”.

Hacia el final, a cierta insistencia que busca arrancarle alguna especulación sobre el futuro, el Dr. Montero responde con la cordura del científico: “No me atrevo a hacer predicciones de ninguna índole. Todavía el proceso de normalización −que, como se dijo, es muy complejo− está en ciernes. Todavía no es seguro. Todavía está el bloqueo, muy fuerte, y no sé cuándo lo van a quitar… No sé. Tendría que tener más elementos”.

Notas:

* Nombres originales en inglés: National Institutes of Health, Department of Defense y National Science


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Bárbara Maseda


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