Existe en el oriente cubano un lugar especial que todo geógrafo sueña visitar. Se trata del Yunque de Baracoa, en la provincia de Guantánamo, una montaña de cima peculiar que obtiene su nombre de una herramienta de herrería y ostenta una altura de 575 metros sobre el nivel medio del mar.
Como muchos, solo había visto ese lugar gracias a los libros de Geografía de Cuba de Antonio Núñez Jiménez, y luego por imágenes de algún intrépido fotógrafo que había tenido la dicha de estar en la zona. Mientras, yo solo soñaba con escalarlo algún día. No imaginé que tendría la oportunidad de que ese anhelo geográfico se volviera realidad.
El Yunque está ubicado cerca de la ciudad de Baracoa. Es un área protegida que pertenece a la reserva de la biosfera Cuchillas del Toa, con la categoría de Elemento Natural Destacado, declarado Monumento Nacional el 25 de diciembre de 1979. Su forma característica se debe al proceso de disolución de la roca caliza que lo compone, dando origen a fisuras, oquedades y el diente de perro. Debido a esto, y junto a otros componentes del clima y los suelos, el Yunque presenta una alta diversidad de flora y fauna, con varias especies endémicas de ese lugar.
El camino de ascenso al Yunque es toda una aventura. Luego de pasar la entrada principal del sendero, disfrutas de un aromático trayecto que viene del perfume de las mariposas blancas, nuestra flor nacional, diseminadas por casi todo el camino hasta el cruce con el río Duaba. No hay puentes, por lo que se debe entrar al agua y sortear las moldeadas rocas de granito, esculpidas por la corriente. Si bien en el camino de ida esto puede parecer incómodo, queda inmediatamente vencido ante tanta belleza paisajística, y cuando se regresa es un verdadero regalo refrescante que da la naturaleza en sus aguas cristalinas.

El ascenso se torna complejo y hasta riesgoso en algunos tramos, pero vale la pena admirar tanta naturaleza vibrante. Ese contacto directo con esa vida y las hermosas vistas no tiene comparación. La adrenalina llega a su máxima concentración cuando estás en lo más alto. Sin embargo, el camino de descenso es mucho más disfrutable, quizás porque ya estás embriagado, como el hechizo de alguna deidad ancestral. ¿Qué mítica influencia tendrá este lugar, que te hace olvidar el agotamiento para encontrar regocijo dentro de tanto verdor? ¿Cuál será esa energía que te impulsa a un irracional entusiasmo por repetir la experiencia?
Ya de regreso en el campamento admiraba la montaña desde la distancia, reteniendo esa extraña invitación de volverla a recorrer, tal vez con mayor detenimiento para poder fotografiar todos sus secretos. Pero el Yunque me guardaría una sorpresa más. La mañana del día de la partida de Baracoa, la montaña vistió sus mejores galas regalándome un arcoíris en su cima como obsequio de despedida. Quedó entonces inmortalizada esta imagen, con la promesa de un próximo regreso. Nos volveremos a ver, paraíso del oriente.









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