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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Shhh, hombres trabajando

No importa cuánto sepas de un oficio: si eres mujer no te toca opinar, aunque el servicio lo pague tu bolsillo...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 05/02/2024
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Hombres trabajando
Tú a lo tuyo, ¿y que el mundo se caiga alrededor? (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

Esta no es la crónica que escribía para hoy, pero como las letras son el mejor drenaje de mi ira (por decirlo de manera bonita), acá les va la historia de una mujer secuestrada por dos hombres que trabajaban para ella en su propia casa y en faenas de las que, sin modestia, puede decirse que es una experta de oficio y academia.

Sí, señor, hablo de mí y del habilidoso soldador que fue mi “novio” de estación desde diciembre pasado… o “nuestro” como dijera Jorge cuando al principio todo fue, como en luna de miel, eficiencia y progreso para nuestras vidas.

Ah, pero el omnipresente machismo tenía que sacar la cara, y en menos de dos meses la relación se fue por el caño. O por los cielos, porque acabo de explotar de lo lindo y cantarles las cuarenta al susodicho y su ayudante, tras días de tragar bilis para retener sus valiosos servicios.

¿Valiosos? Bueeeno… Hoy intentaron construir un balcón de hierro levitante, sin poner antes un pie de amigo, un horcón, algo que complaciera a Newton y su obvia ley de gravedad, o por lo menos a la gravedad de cuanto romperían en mi patio si se les caía esa bola de hierros desde el segundo piso (como ya me pasó con los albañiles y la placa del último cuarto).

A ver, cualquiera toma una mala decisión en su oficio, pero si otra persona pone a tu alcance conocimientos, voluntad y herramientas para facilitarte la labor, y encima de eso te paga sin chistar lo que pidas, lo menos es escucharla, ¿no?

Pues no, si esa persona es mujer, porque ciertos personajes no pueden aceptar que una señora de su casa sepa de estos asuntos y dé criterios técnicos, o pida que el trabajo quede así o asao por la obvia premisa de que quien paga, manda.

El caso es que perdí, como decía mi abuela, güiro, calabaza y miel, si así quiere verse la partida en malos términos de los oficiantes que llevaba décadas añorando para resolver incordias mayores en esta vieja casa laberíntica.

Pero no daba más, lo juro: una mujer empoderada no sabe ¡no puede! volver a callarse en sus propios predios, y menos cuando el autor de las chapuzas te amenaza con irse si te mantienes rondando y haciéndole notar sus errores mientras están a tiempo de corregirlos, para que no te cuesten más caros los remedios que la maldita enfermedad de conformarnos con obras mal hechas para no herir el ego masculino.  

Jorge apoyó mi decisión de decirle a los caballeros cuanto tenía estancada esta dama a mitad de garganta, y no intentó rebajarle autenticidad a mi disgusto, como mi pobre madre, que ya olvidó sus bríos de mandar a freír tusas a quienes cuestionaron su capacidad profesional mientras paría presas o sistemas de riego por toda la geografía criolla.

Yo permití en estos días que me mandaran “a dormir un ratico” mientras uno de ellos cortaba la tubería nueva a mansalva, o a “seguir en mi trabajo” mientras el otro destrozaba una reja que no lo necesitaba ni estaba incluida en el presupuesto (y ahí quedó, sin terminar).

Ya pagué doble por una tarea con mi diseño y mano de obra de Jorge, y acepté sin chistar que me dejaran varios líos a medio hacer (y la casa sin agua tres días) porque otros llamaban para resolver un problemita con apuro…

Si alguien entra a tu espacio y está más pendiente de las llamadas en el celular que de tus demandas, y encima tienes que soportar los exabruptos de su soberbia, dejas de ser víctima para convertirte en voluntaria de esa violencia estructural, decía mi amiga Rache, testigo casual del tormentoso aborto de mis sueños de mejora hogareña.

Y ya no cuento más, porque creo que captaron el punto: si el “negocio” hubiera sido con Jorge, si yo no hubiera alabado tanto al señor para endulzarlo, o si no hubiéramos aceptado que el horario, la calidad y el ritmo los marcara él, tal vez las cosas hubieran salido de otro modo y esta semana tendría terminado el balcón y la cerca del techo como dios manda.

Pero ¿a qué precio? “Calladita te ves más bonita”, dice un refrán misógino mexicano. Desde esa filosofía, lo mío sería escribir de sexo y no “molestar” a los trabajadores que no me toman en serio ni esconden su displacer por escucharme.

Y claro, pasarme luego un montón de años lamentando esa dosis de silencio, cómplice de la mediocridad y perpetuador del ninguneo femenino.

Pero hace mucho tiempo en mi vida hay una máxima inviolable: quien me pone escoger ya escogió por mí… y si funciona para las parejas, funciona también para quienes trabajan en mi bienestar, les guste o no que en este mundo hayan mujeres opinando.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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