PRIMER VISTAZO: UN GOBERNADOR JUTÍA
Asegura el pueblo que para ser guapo hay que mantener todos los días el cartelito.
De todo eso se olvidó el doctor Gonzalo Pérez de Angulo, cuando gobernaba la isla de Cuba en 1555.
Para su desgracia, el día 10 de julio se presenta ante San Cristóbal de La Habana, con malas intenciones, el famoso corsario Jacques de Sores.
¿Qué hizo el mandante español? ¿Tomar medidas para la defensa de la plaza? ¿Cuidar de la seguridad del vecindario, la honra de sus mujeres y la salvaguarda de sus bienes?
No. Se montó en una mula y no paró hasta Bainoa.
Por eso, afirman algunos que entonces circuló una coplilla que decía: “Angulo, Angulo, te diste con los calcañales en el… cuello”.
SEGUNDO VISTAZO: VIDAL, EL ÚNICO QUE NO TENÍA DE NICHE EN SANTIAGO
Vidal, en la mulatísima Santiago de Cuba del siglo XIX, andaba gritando que él era allí el único con la llamada “limpieza de sangre”.
Y ustedes saben bien cómo son, de chivadores cubiches, los santiagueros. De manera que alguien le dijo a Vidal que él, también, tenía su “pedazo de niche”.
Vidal no paró hasta la Audiencia, y acusó a quien tal cosa le había dicho.
Fueron y vinieron juicios. / Finalmente, la Audiencia se pronunció a favor de Vidal, y de sus ínfulas de ser el único blanco de Santiago.
Pero ahí no terminó la cosa.
No. Porque un bromista compuso una guarachita que decía: “Señor Vidal, ya lo sé / que es usté blanco en la audencia, / pero en Dios y en concencia / medio mulato es usté”.
TERCER VISTAZO: SÍ, VERRACOS… ¿Y QUÉ?
Como muchos otros enclaves donde abundaron los isleños, o sea, los hijos de las Islas Canarias, Cabaiguán tuvo a la cría porcina como una de sus actividades económicas fundamentales.
Por eso, los habitantes de las comarcas vecinas comenzaron a llamar al sitio, en burla, como “el pueblo de los verracos”.
Al principio, los ofendidos tomaron la cosa a la tremenda, halando por el machete contra quien se atreviese a pronunciar el nombre infamante.
Hasta que un sabio isleño caibaguanense se dio cuenta de que molestarse era como echarle leña al fuego. Y ese día colocó, a la entrada del pueblo, un cartel con el siguiente mensaje: “Bienvenido a Cabaiguán, / el pueblo de los verracos, / donde los hombres están flacos / de tanta leña que dan”.
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