PRIMER VISTAZO: LA HABANA, CUANDO EL CASTILLO DEL MORRO NO EXISTÍA
Según puede usted comprobar en cualquier diccionario elemental, se llama “morro” a una elevación en forma de peñasco redondeado. Y precisamente un accidente geográfico de este tipo atrajo la atención de los primitivos habitantes de San Cristóbal de La Habana desde que se establecieron a orillas del puerto Carenas.
En 1551, nuevamente, andan Francia y España tirándose de las greñas, en otra de las guerras que siempre repercutían en este lado del Atlántico. Por ello, el gobernador Pérez de Angulo manda a poner vigías en el morro situado a la entrada de la bahía habanera, donde aún no existía la bien conocida fortificación, llamada a convertirse, con el pasar de los años, en un hermoso símbolo de la ciudad.
SEGUNDO VISTAZO: 1833, UN AÑO TERRIBLE.
El cólera, que había arrasado a Europa y a los Estados Unidos, hace aquí su aparición, en el habanero barrio San Lázaro. Una turba intenta linchar al doctor José Piedra, quien pronunció el primer diagnóstico, como si el galeno fuese el culpable de la desgracia.
La elemental medicina de la época bien poco podía hacer. Hubo un médico que recomendó, para no caer enfermo, evitar los ataques de ira y los pensamientos tristes.
Mientras tanto Ricafort, gobernador de la Isla, ordena que todas las fortalezas efectúen disparos de cañón varias veces al día, “para limpiar la atmósfera”.
Y dicen que quienes andaban felicísimos eran los curditas de entonces, pues tuvieron una excusa cuando se dijo que el aguardiente evitaba el contagio.
TERCER VISTAZO: RECURSO DESESPERADO PARA BUSCARSE UNOS PESOS.
Transcurría 1953, y aquel santiaguero la estaba pasando malísimamente mal. Su negocito, en la calle Maceo, consistía en la venta de pájaros y alpiste, pero no se acordaba de la última vez en que alguien le había comprado un sinsonte o un canario.
Entonces, ¡ah!, entonces “se le encendió el bombillo”. Sí, los platudos Bacardíle tirarían un cabo cuando conocieran una conguita que él había compuesto para los carnavales, y que decía: “Vienen días de gloria en Santiago / recordando el talento fecundo: / los hermanos Emilio y Facundo / que supieron la gloria alcanzar”.
Lo que ignoraba el infeliz buscavidas era que, efectivamente, venían días de gloria para Santiago, en la madrugada de Santa Ana.
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