Vivimos cada vez más deprisa, se repite como si fuera la elección de las masas, de la ciudadanía, de los consumidores de esa racionalidad “moderna” marcada por la temporalidad, la fragilidad y la vulnerabilidad. No se aclara que se nos obligan -y entrena- a dar respuestas cada vez más inmediatas, que reaccionamos ante la superfluidad y super-fluidez del día a día. Un amaestramiento al ritmo de una música cada vez más gaseosa, más corta, banal y repetitiva.
No se culpa a los que “cortan el pastel” en el negocio del entretenimiento, en el mundo de la música mainstream o la que más se vende. Se nos entretiene para que no descubramos la lógica de esta “modernidad líquida”: el perfeccionamiento de las estructuras neoliberales es directamente proporcional a la imperfección de las matrices culturales. Mientras menos sensibles sean los subordinados, más manipulables y amarrados a “microcosmos neuróticos y solitarios” (dixi Colombres).
La música se ha convertido en “caballo de Troya” para la colonización cultural. Me refiero a la música comercial, la producida para el consumo de masas por un grupo de técnicos al servicio de las corporaciones del entretenimiento, de las dominantes industrias del embrutecimiento. También ha sido la más licuada de las expresiones culturales y las más cercenada por imperativos tecnológicos y empresariales, estructurados por intereses mercantiles.
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Las canciones son cada vez más cortas y repetitivas. Las lógicas del streaming y de las redes sociales, de plataformas como Spotify, Apple Music, YouTube, TikTok o Instagram Reels, han calado tanto su extensión como su contenido. La estructura de premios en su distribución ha transformado tanto la producción musical como su consumo, el acceso y los hábitos del público. Los oyentes tienen, al alcance de un clic, millones de propuestas musicales y la posibilidad de explorar constantemente nuevos artistas y géneros. En este mercado tan saturado, las canciones y los intérpretes compiten ferozmente por su atención.
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Spotify, por ejemplo, calculó que cada usuario escucha una media de 2,6 horas de audio en su aplicación. Un tiempo que le interesa incrementar, como le interesa dentro de este tiempo maximizar sus ganancias. De ahí que decidiera que una escucha de 31 segundos basta para contabilizarla como reproducción.
Compelidos por la competencia, los músicos tiene unos pocos segundos para captar la atención y enganchar, con lo que sea, con un loop pegajoso, soltando rápido el estribillo o una frase soez o explícita. Tienen que mantener el “pegamento” hasta el final, en un ecosistema repleto de distracciones digitales.
Los trucos de las plataformas terminan por potenciar las canciones más adhesivas. Tal como se determinó en un estudio reciente de la University of Southern California: los ganchos musicales son más memorables hoy en día que en cualquier otro momento en las últimas décadas.
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Noel Ceballos, periodista musical y experto en cultura pop, habla de una especie de patrón melódico que el algoritmo de Spotify o Apple Music tienden a premiar por encima de otros. "Si estás empezando, es mejor enganchar desde el inicio con un ritmo que atrape desde la primera escucha”.
La otra estrategia es adelantar el estribillo, el que tan pegajoso termina eclipsando el resto de la canción. Letras fáciles de recordar y mucho “lalalalá…” El resultado son canciones vacuas e infantiles.
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A propósito, un estudio de la Universidad de Arizona comprobó que en los últimos cincuenta años la música y letras se han venido simplificando. Que las canciones populares, dentro de las listas de éxitos, son más simples y repetitivas que tiempo atrás. Hace cincuenta años, las canciones exitosas tenían letras más complejas, se asemejaban más a los poemas. Ahora, son más parecidas a un lema, los estribillos crecen, se abusa más de la repetición de frases dentro de la canción y se usan menos palabras diferentes durante la canción.
De tal modo, los jóvenes suelen quedarse con el estribillo, los 15 o 30 segundos que escuchan en las redes, o con el trozo con que se hace el reto o el baile coreografiado en Tik Tok.
"Antes, la gente tendía a escuchar canciones de principio a fin, y a menudo recordaba las letras en su totalidad. Ahora, con el enfoque en partes específicas de una canción que se vuelven virales, la percepción y la memoria de la música se centran más en fragmentos que en la obra completa", sostiene Juan Merodio, experto en marketing digital.
En consecuencia, los oyentes pierden la capacidad de memorizar y los intérpretes pierden el interés por las letras, por trasmitir un mensaje.
Por demás, como Spotify premia a las canciones que son escuchadas en su totalidad, los cantantes y productores reducen la duración de los temas. Suponen que mientras más cortas tienen menos riesgos de que la dejen antes del final; tienden a tener un mejor desempeño en las listas de reproducción, generan más reacciones y regalías.
Bajo esta lógica, lo más rentable es componer canciones cortas; para maximizar sus reproducciones y, por ende, sus ingresos. Se gana más con tres canciones de dos minutos, que con dos de 3 minutos; con el mismo esfuerzo, se puede monetizar más.
Si en 1992 los temas musicales duraban unos cuatro minutos y medio, la media actual supera ligeramente los tres minutos y medio. Si éxitos como “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana llegaba a los 5:01 minutos y “One” de U2 duraba 4:36; temas más recientes como “As It Was” de Harry Styles y “STAY” de Justin Bieber y The Kid Laroi solo suenan por 2:47 y 2:21 minutos, respectivamente.
Según los datos recopilados por Xataka a partir de la lista Top 100 de Billboard, durante seis décadas distintas (1972, 1982, 1992,,2002, 2012 y 2022), las canciones aumentaron su promedio de duración entre los años 70 y los 90, para iniciar una progresiva reducción que continúa en la actualidad. En 1992 solo el 2% de las canciones del Top 100 de Billboard duraban menos de 3 minutos, mientras en el 2022 fue el 37%. Mientras el 74% de las canciones en 1992 duraban más de cuatro minutos, actualmente el porcentaje es del 11%.
"Antes había una edición para radio de las canciones de Queen, por ejemplo, que eran larguísimas y quedaban reducidas a tres minutos y medio. Ahora eso es impensable", "Se concentra lo mejor en los primeros 30 segundos para proporcionar el gancho. Old Town Road, de Lil Nas X, es un ejemplo clarísimo", añadió.
Al concentrar los atractivos, más “espuelas” emotivas en menos tiempo, se asienta la cultura de la inmediatez y el ritmo vertiginoso del consumo. Parafraseando a Marx, se produce no solo una música para el sujeto, sino también un sujeto para esa música. Se produce una música y un consumo para grandes masas cada vez más deseosas de estímulos breves y de sucesivas gratificaciones volátiles.
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