La variedad sobresalta entre las cualidades de este disco, el segundo después de que René Pérez Joglar emprendiera su carrera en solitario. Una diversidad temática y genérica, con variopintas motivaciones, líricas inspiraciones o reacciones, expresiones de sus disímiles vivencias durante los últimos siete años. Susurros y gritos, con un lenguaje que discurre desde una lírica de altura, metafórica, hasta la jerga más explícita y grosera. Y una sin letras, el irónico que da título al álbum, con números, aludiendo a "Einstein on the Beach" de Philip Glass.
“No es que no haya trabajado con libertad antes, pero siempre traté de mantener un equilibro con la idea de que quería ser accesible para todos”, comentó en una reciente entrevista. “Y creo que ahora me voy a olvidar de eso y voy a pensar más en mí, como artista lo que me encantaría hacer es ir tan alto como pueda”.
“Hice un cambio drástico a los 40, como que desde los 39 o 38 empecé a alejarme de cosas para empezar otras, hacer cosas nuevas” agregó.
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Sabe a rock, jazz, hip-hop de la vieja escuela, flamenco, regional mexicano, son cubano, música palestina, electro y hasta pop. A puro piano minimalista, con cuerdas orquestales y coros de fondo o con sampleos del hip hop ochentero, timbres acústicos y electrónicos, con orquestaciones clásicas y experimentales., que tiñen sus rimas de una sensación reflexiva y bastante nostálgica. A ritmos vertiginosos, lentísimos, o con aceleraciones del tempo. Novedosas unas y otras con evidentes ecos de composiciones precedentes.
Basta mencionar los títulos y los artistas invitados: “313”, con Sílvia Pérez Cruz & Penélope Cruz; “El malestar en la cultura”, “ Yo no sé, pero sé”, - con SFDK; “Jerga platanera”, con Nino Freestyle: “Cerebro”, con Busta Rhymes; “Problema cabrón”, con WOS; “Bajo los escombros”, con Amal Murkus; “This is not america”, con Ibeyi; “En talla”, con Al2 El Aldeano; “Pólvora de ayer”, con Christian Nodal; “Sin lú”, con Rauw Alejandro; “Que fluya”, con Arcángel, “Estilo libre”, con Vico C y Big Daddy Kane; “Quiero ser baladista”, con Ricky Martin; “El encuentro”, con Jessie Reyez; “Leoni”; “Ron en el piso”; “Artificial inteligente”, con Sílvia Pérez Cruz; “Desde la servilleta”; “8”; “Las letras ya no importan” y “René”.
Pistas muy personales, auténticos storytelling, como “René”, “313” y “Ron en el piso”. Románticas como “El encuentro”. Canciones reivindicativas como “Bajo los escombros” y “This is not america”. Otras funcionan como “poéticas”, reflexiones sobre su propia estética y el arte de rapear.
Esta última motivación, responder a los que pusieron en duda su condición de rapero, resulta recurrente en pistas como “Quiero ser baladista”, "Bajo y batería", “Desde la Servilleta”, "El malestar en la cultura", " Yo no sé pero sé" y de algún modo en " Cerebro". De eso habló también en la entrevista a GQ. "No es lo mismo un sueño que un pensamiento, (...) preservar una cultura que seguir un reglamento, la cultura resistiendo una dominante", declara en "El malestar en la cultura ". "Soy el arte de hacer lo que no debo hacer", proclama.
El boricua se propone romper las reglas estatuidas en el Rap y que niegan el mismo origen del género, contestatario y políticamente incorrecto. Y por romper, rapea a contratiempo sobre background atípicos, bien distintitos de los tradicionales beats, se expande con temas de 10 minutos y desecha el delivery. Integra en el extenso “Quiero ser baladista” una balada para burlarse de las baladas empalagosas y nso regala una balada romántica y genuina como la que comparte con Jessie Reyes.
El antillano se debate entre romper todas las redes-normas-ataduras, a costas de desconectarse y errar en el desierto, o ser lo que se espera de él como rapero exCalle13 de PR y de la Sony, ni tan nuevo ni tan viejo, rebelde pero no revolucionador del sistema profundo y estructurador de lo que circula, de lo que se significa exitoso y de lo que se premia en los Grammys, residiendo en un loop de cambio, que no se hace viral porque lo que interesa es que suene a "cantaleta", es la ruptura que se le permite, que apunta pero no dispara.
Quiere ser baladista, el primero calvo, pero sin pelos en la lengua. Se siente viejo y se arrepiente de esos impulsos competitivos que lo hacen estar en el mundo infantil de las “tiraeras”, como le hace notar el padre del corto “Residente y el cura". Reniega de estas disputas en una tiradera final sobre una base de jazz. Se siente fuera del juego, empuja con honestidad, pero no puede cambiar las reglas del juego neoliberal. Tampoco es su culpa, la verdad. Es solo un artista, uno grande y más libre que la mayoría, menos instrumento de la masificación banalizadora, pero hasta ahí. Algo de eso representa en el corto "Ruptura", ese diálogo entre él y su gorra, entre un artista de carne y hueso y su ícono.
No puede transformar el estado de cosas que denuncia, porque no lo trasciende. No liquida a Afo Verde (Presidente y CEO de Sony Music Latin-Iberia), como representa en su video de “Quiero ser baladista”. Su ruptura reside en una estructura totalizadora y dominante que ha normalizado la Industria, una matriz de significaciones en la que las palabras y los argumentos no importan.
Se dice destructurador de las estructuras, pero incluye en el disco un tema como "Sin Lu", junto a Rauw Alejandro, y “Que fluya”, con Arcángel, dos exponentes del género urbano mainstream. “Ese culo me modela, sin pasarela, está bendecido por la abuela, en la oscuridad se rebela, ese culo está educado en las mejores escuelas”, arranca el corte de "Sin Lu". “No hace falta que nos casemos, lo que hace falta que te la juegues, que nos la juguemos, que sin miedo le apostemos como los deportes extremos. Vamos contra la corriente, sin remos, no hace falta que seas mi esposa”, dice en el tema que canta con Arcángel.
Según la teoría de la Gestalt la mente humana tiende a percibir las cosas como un todo, como una “figura” entera que es más que la suma de sus partes, que el conjunto de datos que van llegando a nuestro cuerpo. La globalidad de nuestras "formas" mentales se impone a lo que escuchamos y vemos.
De modo, que lo que experimentamos con el nuevo disco de Residente, es más que la suma de las pistas y videos, que todos los signos sonoros y visuales que llegan a nuestros sentidos. Su percepción es configurada por medio de la suma de todos esos símbolos y de la memoria, como una totalidad. Según nuestras representaciones mentales, las diferentes totalidades de la que está compuesta nuestra mente, las formas globales que solemos construir sobre la realidad y ante cada experiencia perceptiva. Esto incluye el recuerdo que tenemos del exCalle 13 y las totalidades que hemos acumulado de los demás artistas, de las otras experiencias musicales precedentes.
Percibimos una totalidad Residente que es más que la suma del Residente de cada pista, con gorra o sin gorra. Y cada barra, cada planteo, es percibido por esa estructura configuracional, desde un predominante marco de significación dónde las emociones que suscitan sus relatos tornan superfluos las ideas y las razones, desde un marco de percepción que distrae de la realidad con una progresión viral.
Los que escuchan el disco surfearan sobre una gran confusión o sobre las frases y pasajes que más se acerquen a sus deseos, que más resuenen con sus estructuras mentales, según sus hábitos de consumo, simplificando y redondeando su discurso, diluyendo lo que podría tener de contestatario. Para algunos será un rapero que le tira a los reguétoneros y que se hace acompañar por algunos de ellos, medio extraño y desgastado que ahora quiere ser una estrella pop. Mientras para otros será un revoltoso o un “idealista sin ideas”.
Por demás, contamina su discurso con las narrativas posicionadas por las transnacionales mediáticas sobre Cuba y Venezuela, presta sus plataformas para expandir estereotipos, con los que se estigmatizan a una parte de los sujetos, a los revolucionarios, en dos realidades muy complejas y mal interpretadas.
La resultante es un Residente ambiguo, que sabe y que no sabe. La [R] de Residente es Ruptura en unos pasajes y en otros registered symbol (R) de una Marca Registrada para la Industria. No alcanza transformar los que denuncia, no puede contra esas fuerzas gravitacionales que entierran el valor de las palabras. Contra esos cauces de sentidos del sistema, de esa telaraña de poderes por donde ya rueda esta nueva propuesta discográfica, la que determinará y encuadrará su trascendencia. Cual la cara “estrella” de una cíclica sujeción a la reproducción de moldes, como una ruptura residente en la misma pesadez.
- Consulte además: “René”: ¿biografía o storytelling? (+Videos)
Sus storytelling, armados con honestidad, hacen sinergias con esas “bombas de distracción masivas” que arman los expertos del marketing 3.0. Se enmarañan con ellas al conectar con un público meta que también genera regalía y es de interés se entretenga. Que sea conducida por el carril que decidieron, constituyeron y normalizaron los mandamases para proteger sus privilegios. El que el que surca y remarca la moneda neoliberal.
Esa que Residente hace creíble, metálica y sonante, que completa con su cara de aparente alternativa, la cara “estrella” del doblón boricua. Un icono para cada paquete de signos. Bad Bunny para el extremo del mercado más infantil y vulgar. Residente para el otro más pensante y crítico.
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