"¡Mami, apúrate, mira, él es el Presidente!”. La madre se da prisa. Se acerca lentamente, pretendiendo pasar inadvertida. A ella se suman varias personas que están por el bulevar de Ciego de Ávila. La algarabía empieza. Tener al presidente tan cerca genera emociones, sobresaltos y alegrías.
Él es un hombre alto, joven con canas, una mirada tenue. El teléfono, la cámara y el flash empiezan. Tal vez en otro país haga falta demasiado protocolo, en Cuba solo se necesita de un empujoncito de mami que corre con su niño respondiendo al pedido de este. El niño se acerca, junto a él otros más.
Es la historia que marca la relación entre el presidente y los niños. Había salido en otros medios de prensa el selfie del joven holguinero. Ahora era su oportunidad. En estos casos no se necesitan autorretratos modernos, solo es suficiente acercarse, acariciar sus manos. Miguel Díaz-Canel no solo se viste de presidente, sino de humano, compañero, amigo. Habla el lenguaje de todos y todas.
De recorrido con el #ConsejoDeMinistros de #Cuba por la provincia de #CiegodeAvila para evaluar la marcha de los programas de desarrollo en el territorio y Compartir con la población. #SomosCuba. pic.twitter.com/kmGDSgPFM1
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) 17 de octubre de 2018
En Ciego Ávila no solo basta una visita gubernamental, sino el abrazo de un pueblo para el nuevo mandatario. Algunos meses han transcurrido y los avileños estaban deseosos del encuentro en este octubre, precisamente el mes de gestación de las más heroicas hazañas, del ideario cubano, de la identidad nacional. Es otro acontecimiento para anotar en las vidas de los que, en la noche del miércoles 17, paseaban por la central provincia.
No se necesitan nombres en esta crónica, ni siquiera mencionar a todos los presentes. Son tiempos de saberse incluido. Jamás sentimos que estamos lejos de quienes gobiernan el país. En este caso, la cercanía es más emotiva. Está en la calle, todos pueden tener en su galería de fotos alguna toma de Miguel.
El niño le dice a su madre, luego de regresar a su casa: “Mamá, el presidente tiene mi nombre”. El pequeño es pionero y al otro día comparte con sus compañeritos de aula la experiencia: “¡Estuve con Miguel, el presidente!”. Algunos incrédulos le porfían: "Una mentira piadosa la dice cualquiera". Él enseña al final de la jornada su foto: "Él es Miguel, el presidente, y yo tengo una foto”.
El recorrido tiene sus conclusiones desde la gestión de gobierno. Pero para Miguel queda el recuerdo de haber saludado al presidente, de verlo tan cerquita, de guardar la imagen en su móvil. “Es mi amigo y se preocupa por mí”, es la última frase que recuerda del momento. Ahora es mucho más feliz.
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