Con casi 35 años cumplidos, aún le temo a una pesadilla recurrente. Hace tiempo no me agita en las madrugadas, pero a veces basta con sentir la alarma de un carro de bomberos para que se me active en el alma ese punto sombrío, ese volcán en reposo.
Empecé a tenerla siendo niña. Primero era la sirena, grito fañoso que rajaba la madrugada y se colaba en todas las casas. Luego venía el otro sonido, el agudo del final, el de la aguja grande partiendo el cielo. Oírlo era verlo, o era peor…, un proyectil cuando desciende debe ser más letal que su explosión.
Tras el impacto no hay tiempo de pensar o correr; no hay tiempo de maldecir, de preguntarse con qué derecho, de abrazarse otra vez. Pero cuando cae sí; ese silbido mortífero, antesala de la nada, te hace consciente de que apenas quedan unos segundos para escoger tu último recuerdo, dar un beso con el pensamiento, balbucear un nombre y sentir que la rabia te revienta en el pecho.
Esa zozobra es el dolor seguro, el ineludible; para sufrir el otro habría que estar viva y no sabes si lo estás. ¿Lo estás? ¡Que sea un sueño, que sea un sueño! Sigue silbando y ya va a caer... Despertar duele tanto como nacer. Entonces, lloras.
Jamás, gracias a Dios, he vivido el horror de una guerra más que en los libros y películas de historia, pero nací y crecí en el reparto Raúl Hernández Vidal, comunidad civil adyacente a la Base Aérea de San Antonio de los Baños.
Conocía el aullido de las sirenas por esos días en los cuales se ejercitaba alguna maniobra y los militares, padres y madres de muchos de los que allí crecimos, debían saltar de la cama y empujar el cuerpo dentro de su uniforme y botas para salir disparados a cumplir su misión.
Poco a poco nos fuimos acostumbrando a que ese sonido angustioso fuera sinónimo de simulacro; sin embargo, nada podía evitar que en mis pesadillas se instalara como realidad, y que este fuera seguido por el de un proyectil amenazante (ese sí fruto de mi entera imaginación). Claro, no sin razones mi subconsciente recreaba con escenas así de vívidas tales miedos.
Uno de los primeros conocimientos que todo hijo de “la Base” adquiría en la escuela de la localidad, Amado Fonseca Sánchez, era el relacionado con el 15 de abril de 1961: los bombardeos a los aeropuertos de Santiago de Cuba, Ciudad Libertad y San Antonio de los Baños por aviones estadounidenses, antesala de la invasión mercenaria a Playa Girón.
Sí, vivíamos y construíamos nuestros sueños en el lugar que antaño fuera objetivo de la metralla; en la comunidad civil fundada 22 años después de aquel día de duelo. En el tiempo que tengo de vida, nunca más ha vuelto a ocurrir un hecho como ese y espero que jamás suceda; pero no debemos olvidar cuán incómodos seguimos siendo para el mismo enemigo y cómo aún sufrimos ser blanco de sus agresiones, aunque estas ahora sean de índole económica.
La génesis de mis miedos ha quedado lejos en el tiempo, es verdad. No obstante, cuenta mi mamá —quien todavía reside en el reparto— que recientemente ha habido por allá ciertos estallidos, de los que te obligan a dejar la cuchara en el plato para salir con urgencia al balcón; es imposible permanecer tranquila en casa cuando esas explosiones retumban. Hay quien se asoma a ver llegar la primera de las detonaciones; no importa el calor en el cuerpo o el frío en el estómago; no importa si hay luna llena o es noche cerrada.
Hace más de dos semanas que, a las 9:00 pm, nadie se salva de la ráfaga, de esas estrepitosas descargas acompasadas que lejos de ser mortíferas celebran la vida: es la hora de los aplausos.
El primer video que me enviaron sobre este acontecimiento me llenó de sorpresa. Recién se iniciaba en el país la invitación a aplaudir a nuestro personal de la salud y a mí me había dado por pensar que quizás, en una comunidad alejada de la urbe, la convocatoria no llegara a calar igual. Pero al recibir la evidencia de que estaba equivocada se me hicieron clarísimas algunas certezas: En ningún lugar se aplaude por compromiso, se aplaude por convicción. No se aplaude bajo orientaciones, se aplaude por entusiasmo. No se aplaude PARA los otros; se aplaude POR los otros, los que salvan y los salvados. No se aplaude porque toca, sino porque nos toca hondo en el pecho ver a tanta gente unida, haciendo el bien.
Para acompañar estas letras le pedí a mi mamá que volviera a mandarme un video de la cita de las 9:00, actualizado. Ella lo hizo, pero no está conforme; asegura que no hubo noche con aplausos más lindos que la del pasado 15 de abril, pero no quedaron grabados.
Desde hace un tiempo la comunidad de “la Base” se ha venido ampliando; en ella deben jugar y estudiar dos o tres veces más niños que los allí nacidos en mi generación. Que a 59 años del ataque a ese enclave y de la invasión a Playa Girón se eleven palmas donde ayer cayeron bombas, sigue siendo una derrota para quienes buscaron reducirnos a fuego. Que los sueños de la inocencia se puedan colmar de ovaciones y no de ataques fantasmas es expresión y continuidad de una misma victoria: la de enero, la de Girón, las otras tantas…
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