Las manifestaciones ocurridas el 11 de julio del pasado año en buena parte del país marcaron puntos de quiebre irreversibles. Por un lado, se desmontó el entramado subversivo. Y por el otro, se ratificaron las sospechas sobre el descontento legítimo de un sector importante de la población.
Porque, más allá de las incontables muestras de odio, de reclamos absurdos y de narrativas proimperiales , hubo quien quiso reivindicar una situación desfavorable y precaria en un contexto nacional ya de por sí complejo y de estrecheces.
Aunque las poblaciones en situación de vulnerabilidad resultan un problema social heredado de la influencia colonial al que fue sometido el territorio durante siglos, por una razón u otra, el proceso revolucionario iniciado en 1959 no ha podido acabar con ella, pese a su reconocimiento.
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Ya en La historia me Absolverá, alegato de autodefensa pronunciado por Fidel Castro ante el Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba por los sucesos del Cuartel Mocada y posterior programa político del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, se identificaba el desempleo, la falta de viviendas dignas y la ausencia de educación como algunos de los lastres a erradicar en el futuro inmediato.
Si bien tras el derrocamiento de Fulgencio Batista el por entonces naciente gobierno inició programas públicos para mejorar la calidad de vida de aquellas personas sumidas en la marginalidad y en la extrema pobreza, el plan apenas tuvo el efecto previsto. Sobre todo, porque se dieron por sentados elementos socioculturales y hasta de participación popular imprescindibles para ejecutar con efectividad el cambio. Eso sí, la intención de lograr otras condiciones de vida para los menos favorecidos ha perdurado en el tiempo, a pesar de los distintos contextos políticos de las últimas décadas.
Hoy se habla de transformación comunitaria desde el pleno conocimiento de lo que ello significa: la participación del barrio en el diseño, en la búsqueda de soluciones y en la materialización de las actividades.
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Sin embargo, esto no implica su cumplimiento a cabalidad. Pues las dinámicas propias de un Estado en constante supervivencia económica, los intentos de desarrollo a base de ensayo y error, las malas administraciones, la burocracia y otros tantos inconvenientes, en muchos casos, ha alejado a la masa de su rol de decisor.
Por eso nos alegra ver que, en un barrio como La Timba, estigmatizado hasta la saciedad, se perciba la voluntad de echar para adelante cuanta obra surja. Los resultados están ahí; y el escenario económico actual lo hace todavía más extraordinario. Pero, ¿se ha hecho realmente lo que quería el pueblo? ¿Se contó con ellos? ¿Se implicaron? ¿Qué pasa en los lugares donde no apunta la cámara ni se enciende una grabadora? ¿Cómo hacer Revolución si no implicamos a todos?Sobre esta y otras interrogantes volveremos en Cubahora.
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