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jueves, 31 de octubre de 2024

La gangrena de las plazas (versión para redes sociales)

Los que callan están pero no existen. Nada que permanezca en silencio consta, aunque allí esté. El alboroto todo lo rinde como mismo opacan los buitres, con su júbilo, al dolor del animal que en la pradera muere. Lo esencial se trastoca...

Mario Ernesto Almeida Bacallao en Exclusivo 21/02/2021
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guillotina
La película del sábado tiene mil enredos pero sobre todo tiene plaza pública con guillotina, plaza en la que matan dos veces al mismo pescuezo y en la que acechan dos verdugos

Concurrida la plaza de esta película de sábado. La guillotina congrega, quizás, porque en redor suyo la libertad de expresión suena más viva y las gentes parecen sentirse escuchadas cuando gritan “¡Asesino!” y piden la cabeza en cesto.

La muerte pública comienza a ser servida. Hacia el patíbulo avanza el condenado. Camina y calla. Sabe que no vale la pena decir. Se han escuchado par de cosas, se han creído y, por si fuere poco, se quiere sangre, más, mucha…

Es común que las cabezas rueden… y que la gente, ante el degüello de las otredades, sienta que su voluntad fue cumplida. La omnipotencia dijo que había un asesino, la gente asintió eufórica porque era, al fin, lo que quería, y la propia omnipotencia va presta a efectuar su filosa justicia.

Los implacables de la plaza no buscan –específicamente– la sangre de ese que camina triste; quieren sangre y punto, tienen sed. Sobre todo, necesitan saberse con la autoridad moral de levantar el dedo, juzgar y ordenar cadalso, práctica que sabe a republicanismo ardiente.

La gente sufre mil miserias, ya de todo han perdido, de todo nunca tuvieron, mucho menos en esta película de sábado… pero no se dejarán usurpar el “derecho” al grito en plaza, su derecho al ruido. Todo lo que se escucha es una algarabía sorda que pide muerte: “¡Queremos su cabeza!”, y juzga: “¡Asesino!”.

En la plaza llora una mujer. El llanto no puede –y menos si es un llanto solitario el que carga– contra la vociferación de jaurías. La mujer llora –llora más– e intenta defender al acusado y lo abraza, pero las hienas, odiadoras por deporte y hambre, ríen, los acusan y separan. “¡Muerte al asesino!”, gritan con rara euforia y fétida felicidad. “¡Que caiga su cabeza!”, arremeten. “¡Sangre! ¡Sangre!”.

Los que callan están pero no existen. Nada que permanezca en silencio consta, aunque allí esté. El alboroto todo lo rinde como mismo opacan los buitres, con su júbilo, al dolor del animal que en la pradera muere. Lo esencial se trastoca.

La película del sábado tiene mil enredos pero sobre todo tiene plaza pública con guillotina, plaza en la que matan dos veces al mismo pescuezo y en la que acechan dos verdugos.

Allí donde, por dramaturgia, el verdugo-ley suspende la ejecución del inocente, hay otro con mil caras, amorfo, que promueve sangrías, sí o sí, desde el primer comentario hasta la última reacción, con su desgarradora, enferma y torpe cuchilla.

No hay piedad posible en películas de sábado. Aunque la guillotina del ayuntamiento se retracte y diga al acusado: “Fue un error, disfrute de su cuello”.


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana


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