En la última prueba de inglés a la cual me sometí, el profesor pidió que hablara de mi madre y, para mi tormento, no fue mucho lo que pude decir. En cierto punto arranqué a mencionar lugares comunes: alta, bonita, ojos negros, pelo largo, piel clara, inteligente, graciosa…
El teacher, luego de comprobar mi dominio sobre lo más básico de la legua anglosajona, se limitó rematar: All right, Mario. Good luck.
Más de un curso después, aún me pregunto cuál habría sido la mejor respuesta para aquel cuestionamiento endemoniado. Quizás debí comenzar explicando que hace años no se tiñe el pelo y, sin embargo, ese color entre negruzco y caoba le da un aire inmarcesible. Que, como yo o cualquiera, tiene regada alguna cana que esconde con delicadeza bajo los otros cabellos.
Habría dicho que sus ojos son oscuros aunque no del todo negros, que son severos, fuertes, que se mojan cuando no dan más, que compadecen y acarician, que tiene una carnosidad desteñida y diminuta al borde interior de su pupila izquierda y que se pone espejuelos solo para ver letras pequeñas, jamás para lucir.
Hubiese hablado de la verruga en su quijada con los tres pelos, de la maña de morderse el labio inferior, de las contracciones del rostro, de que hace más de una década no le entra el anillo de compromiso por el dedo anular.
También pude haberme referido a que, de niña, aguantó callada una punción lumbar porque leyó un cartel que decía “Haga silencio”, que pasó la secundaria y el pre con las manos manchadas de limón en las escuelas del campo, que, en las visitas de padres, esperaba a que mi abuela se fuera para empezar a llorar, que en su primer día de estudiante de Medicina una catedrática preguntó por quienes venían de la Vocacional pero no por los miserables que habían estudiado en Jagüey Grande, que nunca sacó cinco en Educación Física por no aprender “ni atrás ni alante” cómo pasar la pelota en el Voleibol, y que la vez que ganó un examen de premio habló con tal seguridad y soltura que su compañera luego fue a reclamarle, porque su tutora estaba decepcionada y le había dicho que quien había lucido como una guajira de Sabanilla no había sido mi mamá, sino ella; que todo lo aguantó callada como si fuera la dichosa punción.
Hubiese ampliado que, al graduarse, la mandaron para un pueblo de mala muerte donde todas las viejas intentaron casarla con sus respectivos hijos, que conoció a mi papá en la carretera, que hablaron cosas de médicos, que volvieron a coincidir en el mismo tramo, que, según él, ella se le tiró encima al carro y que al final el carro no era suyo.
Que trabajó con la “barriga en la boca” prácticamente hasta que nací, que yo esperaba a que pegara el ojo en el sillón para comenzar a gritar, que le dijo a mi abuela: “¡Agárralo, porque lo voy a tirar contra el piso!”. Que a última hora decidió no abortar a mi hermana, que se lo agradezco, que en primer grado, al ver lo arregladas que estaban las mamás de algunos niños, le pregunté por qué no trabajaba en una tienda, que la regañaron en la escuela por no ayudarme a hacer las tareas, que estaban bien… pero igual, que alguna que otra me hizo, que saludaba a los maniquíes, que se dejaba meter el pie por cualquiera y que la vida le enseñó a morder.
Que en cuarto grado me compró una cometa, que cuando se burlaron de mi hermana por no saber lo que era el queso gouda, reunió a los padres y les aclaró que su hija no conocía el dichoso lácteo porque ella y papá trabajaban en un hospital y no se dedicaban a robar en Varadero, que todos se quedaron callados, que las burlas siguieron, que también llamó a la madre de mi compañero de aula para arreglar lo que yo decidí no resolver con los puños, que se quedó callada cuando papá me dijo tres cosas y la primera fue “fájate”.
Que su salario de 500 pesos nunca fue para ella, que cuando se lo subieron también nos lo siguió dando, que logró que un estafador me devolviera setecientos pesos, que antes de entrarme a un salón de operaciones, con dieciséis años, una doctora dijo que tendría que esperar un tiempo para tener relaciones sexuales y mamá le respondió que no se preocupara porque yo era medio guanajo, que quise matarla, que todavía se lo saco, que a los pocos meses entró de urgencia al mismo salón, que tuve miedo de que se muriera, que no pasó nada…
Que encontró un cigarro doblado en mi bolsillo y le mentí, que cuando papá se fue dos años para Angola quiso enseñarme a enamorar, que fue la peor maestra y no aprendí nada, que me aguantó y la aguanté, que mi hermana casi la vuelve loca mientras estudiaba música a más de cien kilómetros de la casa, que siguió resolviendo muchos de mis problemas por teléfono, que después yo también me fui a estudiar lejos, que se estuvo seis meses curando pobres en Bolivia, que regresó cantando reggaetón, que me pide constantes muestras de cariño, que soy un hijo desamorado y a veces no respondo sus mensajes, que luego de tanto tiempo suplicándome escribir sobre ella, cuando por fin lo hice, dije que estaba loca, que los segundos domingos de mayo no acepta más regalo nuestro que un poema y que desde cuatro días antes ya nos lo está recordando.
Que mientras mi padre y yo soñamos con irnos de quijotes por el mundo, a ella no hay quien la saque de su sala de hospital y de su mesa de atender pacientes, que en las fotos cada vez parece más una astronauta, que es más valiente que nosotros dos juntos y que está escapada en eso de curar dolores de cabeza, detectar tumores intracraneales y negociar con el Párkinson, que es el terror de los estudiantes de Medicina y que los más brutos siempre regresan a decirle “gracias”.
En fin… acabo de darme cuenta de que yo no tengo idioma para hablar de mi madre con la lengua retorcida de los gringos. Por tanto, al menos mientras lo pregunten en inglés, tendré que decir que mamá es alta, bonita, que tiene ojos negros, pelo largo, piel clara y que resulta inteligente y graciosa.
En las fotos cada vez parece más una astronauta y es más valiente que nosotros dos juntos (Foto: Mario Ernesto Almeida Bacallao)
Livia
19/5/20 12:27
Sencillamente espectacular.
Melissa
11/5/20 21:01
Ay Lazarita, QUE MUJERÓN! Bella como siempre! No pudo haberlo hecho mejor Mario, ni como madre, ni como mujer. Bello te quedó, ojalá este le guste más que aquel en q la llamaste loca jajajaja. Muchos besos para ella...bueno, para todos.
Amy Queen
10/5/20 12:24
No hay palabras para describir a mi madre, hoy y siempre le doy las gracias por darme el milagro de la vida .BESOTES MAMA. Felicidades a todas la madres del mundo y a las mujeres k son madres de corazon
Giselle
10/5/20 7:52
Mario no nos dijiste cómo se llama tu mamá?? Excelente como siempre tu prosa.
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