Me niego, rotundamente, a creer sin cortapisas que “la juventud está perdida”. ¿Perdida de qué? ¿Perdida sobre qué? ¿Perdida para quién? ¿Perdida por culpa de qué o de quiénes? Siempre son preguntas recurrentes cuando alguien acude a la socorrida frase de marras.
Porque la cita, llevada y traída, no es tan novedosa como muchos intentan creer. Tiene edad milenaria, se recicla con el tiempo, y asume fraseología nueva desde la misma esencia: enjuiciar a las presentes generaciones desde prismas anteriores.
Si bien la sentencia pretende ser moderna, casi mil años antes una frase sacerdotal se quejaba de que “los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos”.
Otras centurias transcurrieron entre esta y una peculiar expresión escrita en un vaso descubierto en las ruinas de Babilonia: “esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”.
Ya por los 400 a.c, Sócrates insistía: “nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos”.
Desde ese entonces el axioma comenzó a calar en los imaginarios, aunque desde épocas de Hesíodo, el pensador alertaba que no tenía “ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, horrible”.
Entonces, cuál es la juventud perdida: ¿la de hace miles de años, la de unas décadas atrás, la de ahora?
La popular frase no es una inconformidad de la adultez contemporánea. Resulta requerimiento añejo, muestra las lógicas discrepancias entre varias generaciones que confluyen en una sociedad compartida y esta no tiene, necesariamente, que ser pensada o construida de igual forma.
Como explica el Doctor en Ciencias Históricas, Jesús Guanche Pérez, “lo que en un momento la generación anterior transmitió como “virtud”, la generación subsiguiente la puede enjuiciar como “defecto, limitación e incomprensión” en un nuevo contexto”.
¿QUÉ QUEDA?
Reales o imaginados los dilemas con el mundo joven han estado condicionados por la falta de comunicación. Si bien los mayores no pueden esperar de la juventud “su fotocopia clonada”, esta debe también tener sentido de reconocerse a sí misma con autoestima además de responsabilidad con el pasado.
“¿Qué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de consumo y humo?”, preguntaba, en sus versos, Mario Benedetti.
“¿Qué les queda por probar en este mundo de paciencia y asco? ¿Solo grafiti? ¿Rock? ¿Escepticismo? También les queda no decir amén, no dejar que les maten el amor, recuperar el habla y la utopía, ser jóvenes sin prisa y con memoria, situarse en una historia que es la suya”, continuaba el poeta.
Y en ese deber juvenil, uno de los principales cuestionamiento recae en la civilidad, las normas morales que según algunos son transgredidas por las y los jóvenes con mayor frecuencia.
¿Qué significa civilidad para la juventud actual? ¿Cuál es la ética y la moralidad que defienden? Respuestas simples no hay. Como considera Guanche, tanto hay de válido en los valores, hábitos, costumbres y normas asumidos por generaciones precedentes, como que las nuevas cuestionen los mismos.
Nadie mejor que el etnólogo para explicar: “Los hijos, por mucho que amen a sus padres, no pueden ser un calco de ellos”.
¿Significa que las y los jóvenes irrespeten cuanta norma exista, que entren en pura contradicción con los rasgos de educación cívica presentes en sus padres y abuelos? No. Pero sí les pertenece el derecho de interpretar, aceptar, cuestionar, negar o revalidar tales preceptos.
Todo esto sin negar valores esenciales para cada tiempo como el amor, la comprensión y el respeto.
Ahora, siempre he pensado que ciertas manifestaciones de irreverencia ciudadana y cuestionables conductas sociales no son, enteramente, un fenómeno juvenil.
Nuestros niños, niñas, adolescentes, jóvenes son el reflejo de la sociedad en que viven, de sus instituciones, su familia, sus amigos, su país. Si ellos asumen polémicas formas de civilidad, de algún lugar las aprendieron. Si defienden cuestionables vías de comportamiento ciudadano, en algún lugar se las permiten.
Que el cascabel no suena solo cuando hay un joven cerca, y que ya es hora de agregarle años a la frase, porque en todo caso, si la juventud pierde algo, es porque la han dejado perderlo. Y la responsabilidad es colectiva, nacional, local, familiar, educativa…
Aunque, es limitado asumir la generalidad. Vivimos en una época diferente con pluralidad de jóvenes y enfoques. Y si hay quienes insisten en las nuevas generaciones disipadas, sí creo que hay mucha juventud que quiere ser encontrada… y encontrarse.
sachiel
7/6/18 12:06
Ahhhh, Mayrita, cosas veremos, y veran los que nos sigan despues....
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