La noche de agitación y zozobra ha quedado atrás. Los días ya han pasado. Irma se fue para siempre, pero su huella quedará, invariablemente. No se olvidarán con facilidad las fechas de septiembre en las que el poderoso huracán mantuvo conturbada a Cuba, durante su barrido tangencial a lo largo de la costa norte.
Las fotografías y videos divulgados por los diferentes medios de comunicación y las redes sociales dan fe de lo que fue el meteoro. Si grandes y costosos han sido los daños en La Habana, enormes han sido en el resto del país. La región central parece ser, en esta ocasión, la que salió peor librada.
El sábado 9 amaneció con llovizna en Santa Cruz del Norte. El viento soplaba fuerte y el mar comenzaba ‘a picarse’. Las bandas espirales del gigantesco huracán llegaron por adelantado. El pintoresco cielo habitual de zona de playa tomaba un feo tono gris. Este conjunto de elementos desencadenados componían el aviso natural de lo que venía en camino.
Mientras caía la noche arreciaron el viento y la lluvia. El empeoramiento de las condiciones climatológicas decretó el encierro forzoso. La gente se guardó en sus casas y resguardó sus bienes lo mejor posible. Unas 1 400 personas fueron albergadas en centros escolares, y miles más optaron por la auto-evacuación bajo los techos de amigos o familiares.
Se protegieron los ventanales con lo que se tuvo a mano: tablas, alambres, cartones, nylons, palos clavados en diagonal. Con cintas de scotch se delinearon cruces -a semejanza de la mitológica técnica ahuyenta vampiros-, como para alejar los infernales aires de las ventanas de cristal y vidrieras. Porque es esta tierra de folclor, aun no faltó quien dibujó una cruz de sal en el piso, en plan “¡solavaya, pa’allá… pa’allá!”.
Irma no creyó en maleficios y mantuvo su trayectoria. La misma que pronosticaron los meteorólogos. Cuando quiso curvó hacia la parte superior del mapa. Y aunque no golpeó de lleno a Mayabeque, estuvo cerca. Lo hizo de rebote. Pero el terrible coletazo bastó para hacer sentir sus efectos a todo lo largo del litoral norteño de la provincia, donde se ubica el municipio santacruceño; con su forma de larga lengua entre la sierra y el mar.
Desde bien temprano carros con altoparlantes notificaron la alarma ciclónica. A los golpes de las primeras rachas se interrumpió el fluido eléctrico. Una rotura de la fibra óptica silenció la telefonía celular. En medio de la oscuridad y la incomunicación, los ánimos sobradamente abatidos no tenían mayor distracción que achicar el agua salitrosa proyectada por la fuerza del viento, a través de cualquier estrecha rendija, hacia el interior del habitáculo. Por el peculiar silbido del temporal y el chirrido de diversos objetos que se zarandeaban o volaban ante el inclemente soplido podía suponerse lo que ocurría afuera. Unos árboles se iban desgajando. Otros caían removidos de raíz. La cosa se puso más fea a partir de la medianoche.
El mar, en embates violentos, destruyó la base pesquera de Boca de Jaruco y hundió botes. Socavó viales, incluido un tramo de la Vía Blanca. Rompió un pedazo del malecón en la cabecera municipal. Arrojó rocas enormes a varios metros de distancia tierra adentro. Calles, infraestructuras estatales y viviendas quedaron inundadas y cubiertas de sedimentos. En el precario barrio El Machete la tromba marina metió arena a la altura de las ventanas, y dejó muchas casas y equipos seriamente dañados. Allí, hizo falta la intervención de las autoridades para sacar a algunos negados a la evacuación. Con ello, seguramente, les salvaron las vidas.
El domingo 10 amaneció lloviendo en Santa Cruz. Se mantenían algunas ráfagas de viento. El mar tenía un ligero color azul esmeralda, y seguía algo picado. En La Plazoleta irrumpió el primer camión con viandas y frijoles. Todo al mismo precio acostumbrado. El amanecer, tras el paso de un huracán tan categórico como Irma, resultó un cuadro de destrucción y desolación. Doloroso.
“Jamás se había visto aquí un ciclón que azotara tan fuerte. El agua penetró como nunca antes. Avanzó decenas de metros calle arriba. Llegó a cubrir el primer escalón de entrada a mi casa que está a sesenta metros de la costa”, comentó Pablo José, mientras recogía en su patio los restos del muro derrumbado, y sacaba otros residuos traídos por la masa de agua. “El aire era tan fuerte que todo rechinaba. Pensé que iban a volar las ventanas. Me parecía un terremoto”; ilustró Rita, todavía visiblemente nerviosa, tras la aventura de la madrugada.
Una piedra -tan pesada que luego hicieron falta dos hombres para moverla- salió disparada con tal puntería y saña que rompió por la mitad la puerta de un inmueble cercano. Pasmados, sus habitantes creyeron ver al mismísimo océano metido en su sala. Y tenían razón. Salieron por la puerta trasera, entre clamores, a refugiarse en otra casa vecina. Por lo impresionante del oleaje corrieron sin mirar atrás. “Las olas fueron realmente descomunales. Se veían por encima de los techos de las casas, probablemente estuvieron por encima de los cuatro metros”, consideró Alberto.
No obstante, aun en las peores circunstancias se registran notas simpáticas. Los cadáveres de esponjas, morenas y peces, evidentemente despedidos desde las profundidades marinas por la furia del vendaval, podían hallarse al paso. Algunos vieron en las mustias esponjitas una especie de souvenir, y las guardaron como reliquia de la magnitud del evento meteorológico. Otros buenos samaritanos, en cambio, limpiaron las áreas públicas de los susodichos pescados -o en este caso, los “pezlanzados” o “peztrallados”, como gusten denominarse- y con ellos montaron fogata.
Desde el mismo momento en que el viento y la lluvia, en su trágico matrimonio con el mar, concluyeron su acción devastadora, la población salió en masa, a contemplar el desastre. Unos tomaron fotos y videos. Se sorprendían al no ver lo que allí había estado horas antes. Techos, postes, cables, muros, casas, inmundicias… había de todo regado por el suelo. Y había mucha gente con palas y carretillas en las manos, en plenas labores de recuperación. También autoridades políticas, de la Defensa Civil y combatientes del Minint en función de la organización de la nueva etapa. En tanto los damnificados, escurridas las lágrimas, manifestaban su confianza de que les llegue el auxilio necesario para salir adelante.
Se ha hecho la luz ambiente, pero el pueblo está sin electricidad, agua corriente ni comunicación. Irán retornando de forma paulatina -dicen las autoridades- en las próximas horas, en los próximos días; en la medida que avancen los trabajos de reparación.
A media mañana, a pocos kilómetros de distancia del poblado, se ve que una columna de humo blanquecino comienza a salir por la chimenea en la central termoeléctrica Este-Habana. Ha vuelto a arrancar el corazón de la localidad de Santa Cruz del Norte. Es una buena señal.
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