No hay nada peor —quizá salvo la rutina— que no tener algo para hacer. De niña, las tardes de domingo me aplastaban y perseguía a mi mamá por toda la casa para quejarme: “Estoy aburrida”.
Ella, mujer entera y pragmática que en esos años no tenía tiempo ni para pintarse las uñas, me rebatía todas las veces: “No sea burra”. A mi madre le daba risa y yo me ponía brava.
Con los años fueron menos los momentos que me quedaron para aburrirme en buena ley, y cada rato de ocio lo repleté de libros, crucigramas y audiovisuales. A la televisión recurrí en mis madrugadas adolescentes, pero después, con la llegada paulatina del DVD y la computadora, empecé a escoger a qué producto dedicarle ese bien preciado que se llama tiempo libre.
Y ahora, cuando añoro un instante de solo esparcimiento, y ya no me aburro nunca, también —lo confieso— recurro a la opción de escoger qué miro, cuándo y por qué tiempo. Si me gana el sueño, basta pulsar el “stop” para seguir mañana.
La televisión se ha vuelto incompatible con mi forma de vida, porque precisamente una de sus limitaciones radica en precisar del pacto con el televidente: que él acepte sus propuestas y esté libre en el momento que las transmitan.
Aunque cada vez les pasa lo mismo a más personas, otras muchas deciden crear sus propias fórmulas de consumo porque la parrilla de la televisión nacional no cubre sus expectativas. Claro que no hablo de los que piensan que los reality shows donde “la gente se hala los pelos” son lo mejor del mundo y debiéramos adoptarlos, sino de un sector mayoritario, con altos niveles de instrucción para distinguir buenos guiones y actuaciones convincentes.
La realidad moderna es dura y está matizada de situaciones estresantes que, querámoslo o no, nos afectan. Por eso el público le solicita a la TV nacional un equilibrio más exacto entre entretenimiento y educación, como afirmaron varios de los usuarios en el foro de Cubahora: Internet vs. Televisión ¿Cambian las prioridades de los cubanos?
Muchos esperan poder “desconectar” ante el televisor después de un día de trabajo, y para ello no piden banalidad, sino una programación variada y dinámica, donde los productos no repitan formatos y fórmulas gastadas ni acudan a lenguajes encartonados. Porque la TV es aún la principal opción recreativa en buena parte de los hogares cubanos, y no es Internet quien le hace la competencia, sino los productos del llamado “paquete” que transitan entre memorias flash y permiten a los consumidores de audiovisuales, como ya se dijo, elegir su programación y su horario.
La conectividad en Cuba, aún insuficiente, determina que los usos que se le den en el país a Internet no se concentren en la visualización y descarga de videos, sino en la comunicación y la búsqueda de información.
No obstante, transcurrir por ese mundo paralelo, donde se establecen interacciones nuevas y consumos libres, es cada vez más una opción recreativa, en buena medida para los jóvenes, si bien no se puede ser absolutos en el aspecto generacional.
Esas alternatividad e interactividad son tal vez las determinantes de que en la encuesta también realizada recientemente por Cubahora sobre las iniciativas de recreación preferidas por los cubanos, navegar por Internet superase con amplitud a ver televisión.
Entonces, como se dijo en el foro, no es cuestión de competencia, sino de opciones. Lo que debe preocuparnos no es a través de qué medio la gente se entretiene, sino bajo qué presupuestos.
Poner a disposición del público productos bien facturados y enriquecedores es el primer paso. Por eso se discute tanto sobre la calidad de la televisión cubana, y se insiste también en que el proceso de informatización no es solo cuestión de tecnología, sino, y sobre todo, de los contenidos que ella transmita.
Un segundo aspecto se relaciona con incentivar un consumo activo —a sea del noticiero estelar o de las redes sociales— para estimular ciudadanos pensantes y buenos seres humanos, y ahí concurren la familia, la escuela, los medios de comunicación, los críticos…
Donde haya pensamiento y buenos valores, por muy ligero que sea el producto resultante, un espectador consciente sabrá encontrar riqueza y provecho para otras facetas de su vida; porque cómo nos entretenemos también nos define.
No se puede botar el sofá, basta con colocarlo en el lugar justo y no cometer el pecado imperdonable de aburrirse.
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