Aún es muy temprano para cantar victoria sobre la pandemia de la COVID-19, pero me parece muy posible avizorar que estamos en el camino que nos llevará a ella inevitablemente, irremediablemente, por suerte.
Es difícil para los enemigos de la Revolución cubana demostrar seriamente que el país y su población no están preparados para enfrentar contingencias imprevistas y peligrosas. Justamente, una de las claves políticas del pensamiento martiano consiste en señalar que gobernar es prever, según puede leerse en el tomo dedicado a la Política de las Obras Completas de José Martí y Pérez.
En la base del proyecto socialista cubano se encuentra esa idea, interpretada correctamente por Fidel, Raúl, y ahora por el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Este razonamiento se ha venido desarrollando, concretando y perfeccionando en las distintas estructuras existentes de la defensa militar, civil, incluso en la política cutural del país: la batalla de las ideas.
De manera que la pandemia de la COVID-19, y las medidas contra su expansión, morbilidad y mortalidad en el archipiélago cubano, sin constituir todavía una grave epidemia local, ha tenido una respuesta gubernamental eficiente y eficaz. Similar a la respuesta a otras amenazas a la salud pública que padecemos anualmente, por ejemplo, el dengue en cualquiera de sus variantes.
El origen de esta seguridad ciudadana que cubre a todos los sectores de la población, indistintamente, sin tener en cuenta sus diferencias de cualquier tipo, lo encontramos en la política revolucionaria que garantiza los derechos humanos, individuales y colectivos o sociales, dirigidos todos a proteger constitucionalmente la vida de los seres humanos a través de la salud pública, la educación, la ciencia y la cultura.
A lo largo de los 61 años que ya cuenta el proceso revolucionario cubano, nos hemos visto afectados no sólo por virus causantes de enfermedades desconocidas y aparentemente incurables, como el VIH humano, o el A H1 N1, entre otras. Nos amenazan, anualmente, huracanes implacables, que atraviesan el archipiélago por alguna parte, y barren cruelmente lo ya construido, creando el caos, y pérdidas económicas, que aspiramos a restituir, no obstante, afectan la sostenibilidad del país.
El bloqueo económico, comercial y financiero nos ha dificultado por décadas el avance normal de nuestro desarrollo económico y social. Amén de la amenaza grave y siempre pendiente sobre nuestras cabezas de ataques cada vez más terribles, sin descartar el militar, por parte de una potencia mundial de primer orden, que utiliza su fuerza e influencia internacional para aplicarnos cínicas sanciones de cumplimiento extraterritorial.
Puedo añadir a estos, otros desafíos que se han levantado una y otra vez, como murallas infranqueables, para obstaculizar la sobrevivencia y el avance del pueblo y de su proyecto revolucionario socialista. No obstante, con estrategias inteligentes, previsoras, reitero, seguimos en pie de lucha.
El heroísmo de cubanas y cubanos, dedicados a ocupaciones humildes —los que realizan labores de higiene pública, los linieros que levantan postes electricos, o los telefónicos que aseguran la rápida restitución de las comunicaciones, por mencionar algunos, porque la lista es larga— los científicos y tecnólogos educados en el marco histórico de estas seis décadas, en constante incremento de número y calidad son la respuesta que explica la resistencia cubana, y la victoria final sobre los reveses.
Un extraordinario pensador y poeta, Rabindranah Tagore, afirmaba que detrás de las nubes más oscuras y espesas siempre continúa brillando el Sol, el astro rey de nuestro sistema planetario. Es decir, las nubes pasarán, las tormentas más devastadoras terminan en un plazo dado por su naturaleza, pero el Sol no se apaga ni disminuye su luz, calor y brillo debido a cualquiera de ese tipo de fenómenos.
Esta reflexión es válida para los eventos humanos, sean sociales o individuales.
También, porque todo lo que nos puede afectar, desnuda errores, y si logramos asimilar estos criticamente, y, en consecuencia, cambiar nuestras conductas equivocadas o producto de nuestra ignorancia, redunda en el beneficio de un aprendizaje útil, que garantizará un futuro mejor.
Hemos aprendido y trasmitido a las nuevas generaciones muchas conductas positivas a lo largo de estos años: la necesidad de mantener las manos limpias, y cómo hacerlo, la higiene personal y pública como marcador de un ciudadano o ciudadana responsable, la necesidad social de educarnos y velar por la educación de nuestros descendientes, el amor o la consagración al trabajo científico técnico.
La heroicidad del internacionalismo proletario, que enaltece a los cubanos y cubanas que lo hemos llevado a cabo, a veces con sacrificios personales y por lo general con humildad, reconocida esta virtud por los agradecidos y agradecidas que hemos dejado atrás en los itinerarios recorridos en distintas regiones y países del planeta.
Ahora toca el turno a la disciplina ciudadana; abandonar viejas y caducas conductas sintetizadas popularmente en “yo hago lo que me da la gana” o, en “ la orden se acata, pero no se cumple” (herencia del pasado colonial, no tan lejano). Tampoco debemos pasar por alto el momento para reflexionar sobre el contenido y calidad del trabajo, acerca de la responsabilidad personal por la tarea, por su control y exigencia a quienes tienen que llevarlo a cabo.
Basta ya de funcionarios que no funcionan, “pero que le cuestan al país” (como advierte el cartel de mi consultorio médico). A esto se refería, opino yo, la contralora general de la República de Cuba cuando reflexionaba en torno al control cotidiano y sistemático de una estructura que se ha construido para lograr el avance constante del pueblo para elevar, ahora constitucionalmente, su calidad de vida.
En mi modesta opinión y experiencia, este es un momento excepcional o un período más o menos indeterminado hasta hoy, en el cual podemos elevar nuestra cultura, en el que, desde luego, incluyo en el concepto a la cultura política, laboral, moral, además de la sanitaria.
Es necesario exigirnos más, superar los errores e ineficiencias. Hay que reflexionar hondamente ahora que estamos al borde de un abismo inesperado, desconocido, del que nadie sabe si se salvará.
Hay que cambiar todo lo que debe ser cambiado, en la sociedad y en cada persona. Esta es una de las ecuaciones fundamentales de la definición de Revolución. Jamás debemos cansarnos ni claudicar ante los problemas, de los desafíos que son, absolutamente, parte de la vida. No pueden ser la causa de renuncias o traiciones a nosotros mismos, a nosotras mismas.
En estos días llenos de tiempo de tension-relajación, por la obligatoriedad de quedarnos en casita, pensemos un poco más en nuestro país, en nosotros o nosotras mismos, en la falta que cada uno o una le hace a la Casa Cuba, al barrio donde vivimos, a nuestra familia y amigos o amigas. Como diría un querido y admirado compañero, muy famoso por esa conocida frase: ¡Vale la pena!
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