Han sido días de tensión. Aquí, en Maputo, se anunciaba con la llegada de pacientes de COVID-19 el inicio de una tercera ola. Nuestro hospital se acondiciona para recibir mayor número de personas, al tiempo que regresamos a normas más estrictas de seguridad sanitaria contra el caprichoso virus.
Con dolor y preocupación recibimos imágenes de nuestra Cuba. Se mezclan noticias verdaderas con fake news. Estamos prácticamente a merced de televisoras que repiten, una y mil veces, lo que, bien conocemos, no es cierto.
Debemos explicar a cada colega de aquí lo que allá sucede. De nuestros desaciertos, a veces más repetidos de lo que todos quisiéramos, del bloqueo, de lo que nos une a todos como cubanos, de una madre Patria tirada por cada brazo, como bien leí de una amiga, de todos sus hijos, los de dentro, los de fuera…
De dolores contenidos y odios que ahora se viralizan tan rápido como la mismísima pandemia. De los que callan, de los que gritan, de los que ofenden, de los que no toman partido porque “no es lo de ellos la política”, como si lo que ocurra no nos afectara a todos.
Y nuestros médicos… asombrados y cansados. Nunca antes, mi generación estuvo tan cerca de todas las implicaciones que tiene el concepto muerte.
Pero también, en medio de tormentas y cifras que no descienden, aparece la bondad de manos solidarias. En medio del agua revuelta, la sociedad se moviliza y, mientras de a poco se va asentando el barro, el agua limpia logra seguir su andanza de germinaciones.
Jóvenes que se estrenan como médicos en hospitales tradicionales y de campaña asumen como propia, porque propia es, la causa yumurina contra el Sars-Cov-2. Y no hablo solo de los que hemos visto crecer y formarse desde la misma Matanzas; otros nobeles médicos llegan para dar, como quien dice, sus primeros pasos con la vida de nuestra gente más cercana en las manos.
No solo llegan en turba los recién graduados; misiones internacionalistas se interrumpen y caen en medos de una semana en tierras matancera, como mismo caen profesionales con décadas de experiencia, que abandonaron el calor del lecho familiar en cualquier otra provincia.
Un país se estremece, pero renace a merced de la solidaridad. Cura sus heridas, entierra con dolor profundo cada muerto. Se reinventa y trata de no desconocer su historia y abrazar a cada hijo. Es difícil.
Tiempos duros para ver a través de pantallas y desde el otro lado del mundo.
Daniel Santana
18/7/21 11:46
Muy emotiva la carta. Nuestra amada patria hoy nos necesita dentro y fuera de ella para defenderla y poner su nombre en alto y demostrar que somos un pueblo de bien y que a pasar que tengamos nuestras diferencias en cuanto a ver la vida, seguimos siendo hermanos hijos de nuestra amada patria...!!! Juntos Venceremos todo esto tan feo que estemos pensando. Tengo fe de eso
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