Sus obras beneficiaron a millones, y aun trascendieron las fronteras del espacio y el tiempo. Con su fecunda ejecutoria no pretendió que le dedicaran monumentos o tributos por el estilo. Incluso, los rechazó en vida. Solo trabajó por el bien de su pueblo. Por ello conquistó el reconocimiento y la admiración de sus contemporáneos. El mismísimo Fernando Ortiz lo definió como “cubano, siempre cubano”.
A 95 años de su muerte, Emilio Bacardí Moreau es venerado —con justeza— en latitudes foráneas. Paradójicamente, en Cuba, su tierra natal y tumba, el nombre ha estado entre hojarascas, de ahí que resulte poco conocido por las actuales generaciones.
Sólo si se atribuye a estigmas lamentables y desaguisados circunstanciales —en buena medida reflejos de la necedad humana— es posible entender el por qué las sábanas del olvido cayeron sobre el prócer.
Momento hubo en el que Bacardí fue despojado de la condición de patriota para ser mero dueño de la compañía de ron. Sus célebres Crónicas de Santiago de Cuba no han vuelto a ser editadas, y hasta puede decirse que es bibliografía en peligro de extinción, por el excesivo uso y deterioro de los pocos ejemplares existentes. No han sido identificadas su casa natal ni otras que habitara en la urbe. En la quinta donde murió radica actualmente una escuela que bien pudo llevar su nombre, y vio perjudicada su arquitectura original con una restauración que no respetó los valores patrimoniales del lugar.
Tampoco faltaron intentos de quitar su nombre al Museo Municipal. Allí mismo, el área expositiva de sus objetos personales quedó restringida a una vitrina, luego de ocupar toda una sala. Por algún tiempo fue retirada la mascarilla broncínea de un busto erigido a su memoria, en el centenario de su natalicio. Mientras que apuntes y referencias sobre su existencia solo pueden encontrarse en artículos e investigaciones aislados.
Fue Emilio Bacardí un hombre virtuoso, multifacético: patriota, político, filántropo, industrial, literato, historiador, periodista.
Nació de catalán emigrante y de santiaguera de ascendencia francesa, el 5 de junio de 1844. Murió el 28 de agosto de 1922, a los 78 años, víctima de una enfermedad cardiaca.
Perteneció a la pléyade heroica protagonista de las guerras por la independencia. No permaneció ajeno a las exigencias de su tiempo y pese a la posición económica y social de su familia conspiró deliberadamente contra el dominio colonial español. Como castigo a sus labores separatistas sintió en carne propia y por partida doble —primero en 1879, luego en 1896— los rigores de la deportación en el presidio de las mediterráneas Islas Chafarinas.
En vísperas del 95 volvió a conspirar en la Revolución de Martí. Grata estima debió despertar en el Apóstol cuando este lo privilegió con el apelativo de “amigo querido”. Asumió la riesgosa misión de jefe de la colaboración clandestina de Santiago al Ejército Libertador. Acopió y envió armas, pertrechos, medicinas, colectas, facilitó ingresos de combatientes a las filas, sirvió de enlace entre la manigua y el exilio.
Asumió el cargo de alcalde municipal en el enmarañado escenario de 1898. Por esos días fundó la Asamblea de Vecinos, agrupación integrada por la ciudadanía local que ejecutó proyectos en pos del desarrollo urbano y constituyó en sí misma prueba irrefutable de que los cubanos tenían plenas facultades para ejercer gobierno propio. Al estilo del ejercicio democrático hoy vigente. Volvió a la silla de Mayor en 1901. Durante ambos mandatos impulsó el desarrollo de una ciudad devastada por la guerra. Fundó escuelas y bibliotecas gratuitas, mejoró la sanidad, restableció servicios, dictó leyes a favor del orden público, amplió la urbanización; y todo, con celoso control del erario. Siempre fiel a su principio de que un “gobernante es servidor del pueblo y no el amo”.
Como senador por Oriente, en 1906, continuó laborando por la prosperidad colectiva. Propuso planes de seguridad social para obreros y sus familiares en caso de accidentes laborales, defendió la validez del matrimonio civil y la creación de asilos infantiles. Ante el grave panorama surgido al calor de la Guerrita de Agosto estuvo entre los pocos congresistas que solicitaron la renuncia al presidente Estrada Palma, para evitar la intervención estadounidense.
La contribución de Bacardí a la cultura cubana resulta significativa. Su genio prolijo legó novelas históricas, piezas teatrales, cuentos infantiles, libros de viajes, artículos periodísticos. En sus Crónicas de Santiago de Cuba, compilación majestuosa en diez tomos, rescata incalculables y exclusivas reseñas de siglos pasados de la historia local y nacional. Fue el promotor del Museo Municipal, primero de su tipo en el país, donde hoy se conservan valiosas reliquias desde los aborígenes, pasando por los mambises, hasta la deslumbrante momia que él mismo trajera de Egipto o la interesante colección plástica procedente del Museo del Prado. Estableció la Fiesta de la Bandera como símbolo de renovación de amor y compromiso del pueblo santiaguero con la Patria.
El sendero de su vida queda resumido en una sentencia, donde se declara antes que nada, cubano: “Para mí, con toda sinceridad se lo digo, no hay más que una religión: La Patria y después de esta mi ciudad natal siempre tan mal juzgada y tan condenada”; aseguró a Fernando Freyre de Andrade, en carta del 14 de septiembre de 1905.
Cuando supo de su muerte, el conocido letrado Max Henríquez Ureña resumió el alcance de su impronta: “Bacardí era un hombre de todos los tiempos. Jamás admitió claudicaciones en sus ideas: las profesó libremente y abiertamente, poniéndose frente a todos los convencionalismos. Fue la virtud personificada y el bien hecho verbo y hecho carne. Fue un patriota sin tacha y sin miedo. Y su corazón de hombre libre supo palpitar junto al de todos los oprimidos, rebelarse contra todas las tiranías, y defender el derecho de los más débiles. Sírvanos su ejemplo de norte y de guía, e inspirémonos en sus virtudes”.
Fue aclamado, exaltado, idolatrado, premiado; también vilipendiado. Nunca se achicó. Al contrario, nadó contracorriente. Fue un hombre de ética diferente y pensamiento progresista; un adelantado para su tiempo, el timonel en el viaje de Colonia a República en su urbe natal. Leal a sus ideas promovió iniciativas de desarrollo local orientadas a una dimensión nacional. Hay que estar convencidos de lo que significa la palabra justicia. Ni la imagen ni el legado de semejante personaje histórico merecen tergiversaciones vanas, pero costosas. Emilio Bacardí no merece acabar defenestrado, perdido en el laberinto del olvido.
julia
4/9/17 11:50
Muy interesante, sólo conocía de él, lo referente al Ron, que pena es todo un personaje que debe ser estudiado, venerado para que no llegue al alvido, siento que se está siendo injusto con él. En la Feria del libro se pueden mostrar cosas acerca de su vida y de toda su trayectoria. Mi pueblo tuvo por años una estatua y una calle con el nombre de Estrada Palma, que pena; ¿verdad? Estoy segura que si tratan el tema con Lázaro Expósito allá en Santiago de Cuba él hará lo correcto.
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