El viejo “Guillo” era el tipo duro de la familia. Un hombre curtido por los avatares de una vida ajetreada, de esas en las que pasar trabajo es algo muy normal. Digo “era” porque murió hace ya varios años, pero yo lo recuerdo bien con su porte de guajiro robusto y esa mirada escrutadora que impresionaba a todos.
Mi abuelo fue así. Para quienes lo conocieron, un ser hogareño y sencillo dedicado a sus animales y a la “tierrita” que tenía a las afueras del pueblo.
En los casi veinte años que viví cerca de él, lo conocí bien, al menos eso creo porque para muchos era su nieto preferido. Por eso se que “Guillo” no era uno más de esos que pasan por la vida como si nada, como polvo en el viento que sopla sin rumbo fijo. El viejo tenía sus historias, igual que muchos, varias historias dentro de la suya propia.
“...Pasamos hambre y necesidades antes del 59... Cuando llegaba el tiempo muerto en el central había que janearla...”. Así me dijo cierta vez con denotada amargura y un dolor reprimido en el arquear de sus cejas.
La Revolución cambió la existencia de mi abuelo, él se incorporó a las milicias desde el primer momento y me contaba “Mima” que no paraba en la casa .
“Mima” es mi abuela y fue su mujer mientras vivió. Con nostalgia evoca esos días en que “Guillo” no se quitaba el uniforme de camisa azul y pantalón verde.
“...No se quitaba aquello, rara vez lo podía lavar, andaba todo el tiempo en los entrenamientos o de guardia en los almacenes del central. Cuando tenía algún día libre iba para la siembra a luchar la comida”. Ella rememora esos días a cada rato y en ocasiones la he visto mostrar una tenue sonrisa, quizás recordando el amor juvenil de entonces, el mismo que hizo eterno junto al viejo.
El uniforme “Guillo” lo mantenía planchado y colgado junto al resto de su ropa. Todo organizado y en orden. De esa manera lo vi lustrar varias veces unas botas algo viejas que parecían de goma.
“Con estas botas que tu ves, con estas botas yo zapateé los montes atrás de los alzados, fueron las últimas que tuve en la limpia, las que más me duraron”. Me habló en otra ocasión con la voz quebrada por el orgullo de haber estado en la lucha contra bandidos.
Mi abuelo no fue a Girón porque enfermó a principios de abril en el 61. El destino conllevó a que una gripe fuerte con fiebres altísimas lo sacara de su batallón y lo enviara a las reservas. El no hablaba de eso porque le dolía, en los combates murieron varios compañeros allegados, amigos del batey, todos igual de jóvenes. Esto lo supe de oídas por mi padre.
Luego de Girón, “Guillo” se metió de lleno en las zafras, esa fue entonces su misión, la de cortar cañas. Estuvo en la del 70 y por casi treinta años en todas las que tuvo Jesús Rabí.
El viejo fue millonario, millonario cortando arrobas de caña. Con eso se ganó una casa, un hogar decente donde vivir con su mujer y sus hijos. Después fue vanguardia nacional y logró adquirir todas las comodidades necesarias para una existencia decente. Todo fue dando “mocha” en el campo.
Por sus resultados le dieron el carnet del Partido y eso fue para él uno de sus mayores orgullos. Lo sé porque me lo dio a entender en muchas de las conversaciones que tuvimos bajo las matas de guayaba en el patio de su casa.
Era religioso para él asistir a las reuniones y pagar la cotización. Además de estar siempre activo en todas las actividades del barrio y del batey.
Mi abuelo Guillermo nunca se olvidó de su vida de miliciano. Lo que más hizo fue cortar caña, pero esa fue su milicia, la de los pelotones de “millonarios” con la “mocha” en la mano. A pesar de eso, cada Día de la Defensa salía vestido como en aquellas jornadas iniciales en los 60.
En la grandeza de “Guillo” va mi honradez y esa dignidad tan propia de la gente del campo. De tantos que como él aparentan pasar desapercibidos, pero en su interior tienen mucho que contar; todos tienen sus propias hazañas y sus mundos de heroísmo sin límites.
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