El pequeño desanda la barriada de Lawton; escudriña espacios; absorbe silenciosamente las imágenes; juega a las bolas y baila el trompo; tiene un pupitre en una Escuela Pública cubana; es “muy callado, introvertido, casi tímido”, pero a sus escasos años ya entiende de injusticias y defiende a los más chicos del abuso de los grandes.
Justo hoy ese pequeño cumpliría 85 años. Cincuenta y ocho han pasado ya desde su muerte, aquel fatídico día en que el mal tiempo hizo desaparecer en el mar la avioneta en que volaba, y Camilo Cienfuegos sigue siendo una figura legendaria para el pueblo cubano, “hasta su mismo nombre nada común, lleno de fuerza y de poesía al mismo tiempo”, narró Vilma Espín en algún momento.
Y es que su actuar cotidiano poco a poco fue dando forma al revolucionario insuperable que vino en el yate Granma, combatió en la Sierra Maestra, fue ascendido por Fidel a los grados de comandante y lideró la toma de una ciudad bastión inexpugnable para entrar también luego victorioso a Columbia.
No por casualidad aquel “¿voy bien, Camilo?” que articulara Fidel en los primerísimos días de la Revolución cubana, acabada de llegar apenas la Caravana de la Libertad a la Ciudad Militar de Columbia. No era, definitivamente, una pregunta al azar formulada al compañero más cercano en la “tribuna”, era la interrogante a un hombre en quien el Comandante en Jefe había depositado ya “una confianza y fe absolutas”.
Sería Ernesto Guevara, nuestro Che, amigo incondicional de Camilo, quien nos dejara una de las más sencillas y geniales remembranzas del Señor de la Vanguardia. Cinco años después de su desaparición física, al evocarlo, el Che resaltaba:
“Lo que a nosotros —los que recordamos a Camilo como una cosa, como un ser vivo— siempre nos atrajo más, fue, lo que también a todo el pueblo de Cuba atrajo, su manera de ser, su carácter, su alegría, su franqueza, su disposición de todos los momentos a ofrecer su vida, a pasar los peligros más grandes con una naturalidad total, con una sencillez completa, sin el más mínimo alarde de valor, de sabiduría, siempre siendo el compañero de todos, a pesar de que ya al terminar la guerra, era, indiscutiblemente, el más brillante de todos los guerrilleros”.
La icónica imagen en que ambos intercambian boina y sombrero, donde se les admira tranquilos, relajados, sonrientes… es un perfecto reflejo de los profundos sentimientos de amistad que unieron a estos dos grandes, compañeros de tantas batallas y empeños en pos de la definitiva independencia cubana. No por casualidad entonces la linda manera que tiene Cuba de recordarlos juntos cada octubre.
Innumerables hazañas nos dejó en su corta vida Camilo, de un auténtico valor como guerrillero incondicional, un carisma personal genuino y un pensamiento revolucionario admirable. Mucho quedó por hacer en su corta vida, mucho hizo también en los más disímiles escenarios.
Grabada en el recuerdo de muchos permanece aún su imagen destruyendo los muros de una fortaleza para convertirla en escuela; de su sombrero alón y su sonrisa franca. Su barba hirsuta y sombrero alón marcan una generación de gigantes, de hombre-héroes que arriesgaron todo, que sacrificaron tanto.
Traerlo de regreso con sus enseñanzas, defectos y virtudes, es un reto, un gran reto para padres y abuelos de mi generación que solo hemos conocido su figura a través de libros de textos, de las decenas de anécdotas que sobre su estirpe revolucionaria y jaranera le trascienden. Que no sea esta una fecha más para el homenaje, que Cuba toda, a pesar del tiempo, lo traiga siempre de vuelta…ileso.
cubanita
6/2/17 15:15
Un gran hombre que perdió prematuramente la Patria! Gracias por traerlo de regreso en estas líneas!
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