//

martes, 5 de noviembre de 2024

Mi entrevista con el Che*…

A 89 años de su natalicio y a casi medio siglo de su muerte, nos planteamos un diálogo con el Guerrillero Heroico...

Aymara Massiel Matos Gil en Exclusivo 20/06/2017
2 comentarios
Che Guevara, entrevista
Che: El reencuentro con la profesión médica tuvo para mí algunos momentos muy emocionantes.

Siempre he pensado cuán provechoso hubiese sido poder dialogar con importantes figuras de nuestra historia, a las cuales nos acercamos a menudo a través de libros o testimonios de terceros, pero que no tuvimos la oportunidad de conocer durante sus vidas. La idea de sostener una conversación con alguien que ya no existe físicamente se presenta un tanto descabellada, sin embargo, esto es posible gracias a las múltiples herramientas que ofrece lo que Gabriel García Márquez llamó “el mejor oficio del mundo”.

Es por esta razón que, a 89 años de su natalicio y a casi medio siglo de su muerte, nos planteamos un diálogo con el Guerrillero Heroico, para que sea él quien nos cuente sobre su desempeño como médico en la Sierra Maestra, una faceta en las que nos resulta particularmente importante profundizar. Aquí les dejo entonces, mi entrevista con el Che…

Comencemos refiriéndonos a su trabajo en el ámbito de la Medicina pues, aunque posteriormente ocupó otros cargos en la guerrilla, usted se incorpora a la expedición del yate Granma como médico. En una ocasión, Fidel dijo: “…el Che fue un médico que se convirtió en soldado sin dejar de ser médico un solo minuto”. ¿A qué se refería con esto?

—En aquella época (mayo de 1957) tenía que cumplir mis deberes de médico y en cada pequeño poblado o lugar donde llegábamos realizaba mi consulta. Era monótona pues no tenía muchos medicamentos que ofrecer y no presentaban una gran diferencia los casos clínicos de la Sierra: mujeres prematuramente avejentadas, sin dientes, niños de vientres enormes, parasitismo, raquitismo, avitaminosis, en general, eran los signos de la Sierra Maestra.

—Imagino que sin los recursos mínimamente necesarios se dificultaba mucho esta labor, aún más con la situación que usted mismo refiere, donde se estima que la esperanza de vida al nacer de la población cubana en la segunda mitad de la década de los 50 era de 61,8 años, aunque algunas fuentes la sitúan en apenas 55 años. De esa época, ¿viene a su memoria alguna anécdota en particular?

—Recuerdo que una niña estaba presenciando las consultas que daba a las mujeres de la zona, las que iban con mentalidad casi religiosa a conocer el motivo de sus padecimientos; la niñita, cuando llegó su mamá, después de varios turnos anteriores a los que había asistido con toda atención en la única pieza del bohío que me servía de consultorio, le chismoseó: “Mamá, este doctor a todas les dice lo mismo”.

“Y era una gran verdad; mis conocimientos no daban para mucho más. Pero, además, todas tenían el mismo cuadro clínico y contaban la misma historia desgarradora sin saberlo. ¿Qué hubiera pasado si el médico en ese momento hubiera interpretado que el cansancio extraño que sufría la joven madre de varios hijos, cuando subía una lata de agua del arroyo hasta la casa, se debía simplemente a que era mucho trabajo para tan poca y tan baja calidad de comida? Ese agotamiento es algo inexplicable porque toda su vida la mujer ha llevado las mismas latas de agua hasta el mismo destino y solo ahora se siente cansada. Es que las gentes de la Sierra brotan silvestres y sin cuidado y se desgastan rápidamente, en un trajín sin recompensa. Allí, en aquellos trabajos empezaba a hacerse carne en nosotros la conciencia de la necesidad de un cambio definitivo en la vida del pueblo”.

—Aunque no era su especialidad, se cuenta que también tuvo que ejercer como odontólogo, ¿es eso cierto?

—Sí, es cierto. Debuté como odontólogo el 26 de junio de 1957, aunque en la Sierra me daban el modesto título de “sacamuelas”; mi primera víctima fue Israel Pardo, que salió bastante bien parado. La segunda, Joel Iglesias, a quien faltó solamente ponerle un cartucho de dinamita en el colmillo para sacárselo, pero que llegó al final de la guerra con él puesto, pues mis esfuerzos fueron infructuosos. Se sumaba a mi poca pericia la falta de carpules (cartuchos anestésicos), de tal manera que había que ahorrar mucho la anestesia y usaba bastante la “anestesia psicológica”, llamando a la gente con epítetos duros cuando se quejaban demasiado por los trabajos de su boca.

—De su labor a lo interno de la guerrilla Fidel cuenta que usted se quedaba con los heridos y los atendía con esmero. El Combate del Uvero fue un escenario donde tuvo que hacer valía de sus conocimientos médicos, y donde contribuyó mucho con su sapiencia, pero también conllevó a la toma de decisiones difíciles.

—El reencuentro con la profesión médica tuvo para mí algunos momentos muy emocionantes. El primer herido que atendí, dada su gravedad, fue el compañero Cilleros. Una bala había partido su brazo derecho y, tras atravesar su pulmón, aparentemente se había incrustado en la columna, privándolo del movimiento en las dos piernas. Su estado era gravísimo y apenas si me fue posible darle algún calmante y ceñirle apretadamente el tórax para que respirara mejor. Tratamos de salvarlo en la única forma posible en esos momentos; llevándonos los catorce soldados prisioneros con nosotros y dejando a dos heridos: Leal y Cilleros, en poder del enemigo y con la garantía del honor del médico del puesto.

—¿Y ellos comprendieron esa decisión? ¿Cómo se lo tomaron?

—Cuando se lo comuniqué a Cilleros, diciéndole las palabras reconfortantes de rigor, me saludó con una sonrisa triste que podía decir más que todas las palabras en ese momento y que expresaba su convicción de que todo había acabado. Ellos clamaban que preferían morir en nuestras tropas, pero teníamos nosotros también el deber de luchar hasta el último momento por sus vidas.

—¿Usted cómo se sintió?

—Estuve tentado en aquel momento a depositar en su frente un beso de despedida, pero, en mí más que en nadie, significaba la sentencia de muerte para el compañero y el deber me indicaba que no debía amargar más sus últimos momentos con la confirmación de algo de lo que él ya tenía casi absoluta certeza. Me despedí, lo más cariñosamente que pude y con enorme dolor, de los dos combatientes que quedaban en manos del enemigo.

“Allí quedaron, hermanados con los 19 heridos del ejército batistiano a quienes también se había atendido con todo el rigor científico de que éramos capaces”.

—¿Pudo saber qué sucedió finalmente con ellos?

—Nuestros dos compañeros fueron atendidos decentemente por el ejército enemigo, pero uno de ellos, Cilleros, no llegó siquiera a Santiago. El otro sobrevivió a la herida, pasó prisionero en Isla de Pinos todo el resto de la guerra.

—Fueron muchos los sacrificios en esa etapa de lucha…

—De muchos esfuerzos sinceros de hombres simples está hecho el edificio revolucionario, nuestra misión es desarrollar lo bueno, lo noble de cada uno y convertir a todo hombre en un revolucionario. De sacrificios ciegos y de sacrificios no retribuidos también se hizo la Revolución. Los que hoy vemos sus realizaciones tenemos la obligación de pensar en los que quedaron en el camino y trabajar para que en el futuro sean menos los rezagados.

*Los fragmentos correspondientes a las respuestas del Che fueron extraídos textualmente del texto: "Pasajes de la guerra revolucionaria" de su autoría.

 


Compartir

Aymara Massiel Matos Gil

Optimista, comprometida con mi profesión y, sobre todo, orgullosa de ser cubana.

Se han publicado 2 comentarios


Ramón Cobo Arroyo
 23/11/20 0:49

Enhorabuena por la idea de la entrevista con el Che a más medio siglo de su muerte física. Sirve para saber más de él y para sentirle vivo. Soy un admirador de su revolución. No soy exactamente comunista, solo pretendo ser un hombre justo y bueno.Saludos.

Unkas
 21/6/17 17:05

Lindisima idea y una realizacion preciosa. hasta siempre comandante!

Deja tu comentario

Condición de protección de datos