Máximo Gómez Báez es considerado por algunos historiadores como el último libertador de América debido a su papel crucial en la lucha contra el colonialismo español en la segunda mitad del siglo XIX. Su vasto conocimiento del arte militar, adquirido en su natal Santo Domingo, lo convirtió en el más grande estratega de los combatientes cubanos en su lucha por la independencia. Bajo su liderazgo, se forjaron destacados cuadros de mando, entre ellos Antonio Maceo y Guillermo Moncada.
Su compromiso con la independencia de Cuba fue absoluto, al punto de referirse a la isla como "mi novia". A pesar de las ofensas recibidas tanto de cubanos como de españoles, nunca abandonó su propósito de luchar hasta alcanzar la libertad de la Mayor de las Antillas. Rechazó las reiteradas propuestas de Arsenio Martínez Campos, quien le ofreció tierras, oro y una posición privilegiada dentro de la Cuba española.
Fiel a sus principios, Gómez se negó a vivir bajo la bandera contra la que había combatido durante una década y optó por el exilio, esperando el momento oportuno para retomar la lucha. Su decisión de no participar en la Guerra Chiquita se debió a su convicción de que el conflicto era prematuro y condenado al fracaso.
Entre 1884 y 1886, junto al general Antonio Maceo, intentó impulsar un nuevo movimiento contra España, pero los esfuerzos no prosperaron por diversas razones. Durante su exilio, recorrió varias naciones de América, enfrentando la pobreza con dignidad y honradez.
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En una ocasión se le ofreció la posibilidad de aspirar a la presidencia de Santo Domingo, propuesta que rechazó, pues su ética le impedía involucrarse en juegos políticos. Había jurado participar únicamente en revoluciones que sustituyeran viejos regímenes por nuevos.
A pesar de las diferencias de criterio con José Martí durante la preparación del programa de San Pedro Sula, Martí logró convencerlo de apoyar la nueva guerra contra España, que el estaba preparando con el concurso de todos los hombres de buena voluntad. En esa contienda, que se extendió por tres años, Gómez protagonizó dos grandes campañas militares que quedaron registradas en la historia: la Invasión a Occidente y la Campaña de la Reforma, ambas estudiadas en prestigiosas academias militares como West Point al estar incoporadas en los planes docentes metodologicos de las luchas del siglo XIX en America.
Las pérdidas prematuras de José Martí y Antonio Maceo descabezaron ideológicamente la Revolución de 1895, y en vísperas de la intervención estadounidense, las filas independentistas carecían de una visión política clara sobre el peligro que representaba la intromisión extranjera en sus objetivos de lucha.
Máximo Gómez no fue informado por el general Calixto García sobre los planes estadounidenses, lo que le impidió tomar decisiones estratégicas en el teatro oriental, donde se desarrollaban los acontecimientos que marcaron la derrota definitiva de España en Cuba.
Poco se conoce sobre los combates en la zona espirituana de Cuba en julio de 1898, en particular las batallas de Jíbaro y Arroyo Blanco, ampliamente divulgadas por la prensa local de la provincia de Sancti Spíritus y los investigadores de la región, aunque no han trascendido más allá del ámbito local debido a su falta de incorporación en los planes de estudio de Historia de Cuba.
Estos enfrentamientos fueron liderados por las tropas comandadas por Gómez. En la batalla de Jíbaro, un destacamento estadounidense mostró una actitud irrespetuosa hacia la bandera cubana, lo que llevó a Gómez a exigir la realización de un tribunal de guerra. Como resultado, el general José Miguel Gómez ordenó la expulsión de los soldados estadounidenses de la zona bajo su mando y prohibió su participación en futuras acciones junto a los mambises.
Tras la toma del poblado de Arroyo Blanco, Máximo Gómez realizó una parada militar en la que reconoció el valor de los soldados españoles que defendieron la plaza. En su proclama de La Narcisa, ratificó su compromiso con la libertad de Cuba y su rechazo a cualquier interferencia extranjera en la lucha independentista.
Durante la Primera Ocupación Militar estadounidense en Cuba, Máximo Gómez se convirtió en la voz de algunos sectores que protestaban contra las medidas impuestas por el gobierno interventor, muchas de ellas ajenas a la identidad nacional cubana. Las críticas y descalificaciones volvieron a caer sobre su persona, especialmente por su negativa a aceptar un préstamo destinado a licenciar al Ejército Libertador.
Su muerte, ocurrida el 17 de junio de 1905, fue consecuencia de una septicemia provocada por una infección en una herida en la mano. Así llegó a su fin la vida de este laureado guerrero, quien había desafiado la muerte en numerosas ocasiones.
En 1875, mientras cruzaba la trocha para invadir las comarcas villareñas, una bala enemiga impactó su cuello, y la infección de la herida estuvo a punto de costarle la vida. En el combate de Coliseo, sufrió una herida en la pierna. En múltiples ocasiones, como narra Bernabé Boza en su Diario de la Guerra, Gómez perdió su caballo en pleno combate mientras lideraba ataques al machete.
El legado de Máximo Gómez sigue vivo en la Cuba contemporánea. En varias regiones del país existen escuelas que llevan su nombre. Pero quizás sea mas conocida la emblemática avenida que lleva su nombre en La Habana, de igual modo el parque y monumento erigido en su honor en la capital cubana. Su pensamiento y liderazgo continúan siendo objeto de estudio en el ámbito académico y militar.
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