El 3 de junio de 1898 había una actividad inusual para la época en la playa de Juan González, a unos diez kilómetros al oeste de la ciudad de Santiago de Cuba. Un bote recogía allí a dos oficiales mambises, el coronel Candelario Cebreco y el teniente Santiago Cuesta.
Ambos fueron conducidos a un crucero estadounidense, que les aguardaba mar afuera, y trasladados al buque insignia de la armada yanqui, el New York, donde sostuvieron una larga conversación con el almirante Sampson, jefe de la escuadra norteña.
Durante la entrevista, cumpliendo instrucciones de su mando superior, los cubanos suministraron a su interlocutor datos militares de la mayor importancia para la proyectada campaña de las fuerzas norteamericanas.
Se producía así el primer contacto de jefes del Ejército Libertador cubano y de la Marina de Guerra estadounidense dentro de la ya declarada Guerra Hispano-cubano-norteamericana. En las semanas siguientes se evidenciaría cuán importante fue para el triunfo estadounidense el apoyo de los mambises.
ANTECEDENTES DE UNA GUERRA
El pueblo estadounidense siempre simpatizó con la causa independentista cubana. No así ciertos influyentes círculos de poder en Washington. El presidente Cleveland, quien gobernó el país norteño de 1893 a 1897, no solo se opuso a cualquier ayuda a los insurrectos sino que propició la venta de armas a España.
Un sector de la prensa de la vecina nación, sobre todo la localizada en Nueva York, explotó para su beneficio la simpatía popular hacia los mambises, y con una prosa no exenta de sensacionalismo creó un estado de opinión favorable a la causa insurrecta.
Además, los influyentes círculos de poder que siempre ambicionaron Cuba comenzaron a percibir reales posibilidades de triunfo de las armas cubanas. De ahí que temerosos de un posible triunfo mambí, comenzaron a promover la intervención de Estados Unidos en la guerra del 95.
Los pretextos que necesitaban para inmiscuirse en Cuba, increíblemente, los aportó España. Primeramente fue la llamada “política de reconcentración” de Madrid en la isla, que arrojó a las periferias de las ciudades a miles de campesinos desalojados, quienes se vieron a merced de las enfermedades y el hambre.
Washington, ahora bajo la administración McKinley, no tan desafecta a la causa insurrecta como la de Cleveland, aduciendo sentimientos humanitarios, protestó ante España por tal genocidio. En realidad estaban preparando el terreno para la injerencia.
Luego vinieron los desórdenes en La Habana, cuando los españoles fanáticos promovieron motines a propósito del otorgamiento de la autonomía a la isla en enero de 1898. Para “proteger” la vida y propiedades de ciudadanos estadounidenses residentes en Cuba, McKinley envió al acorazado Maine al puerto capitalino.
La explosión que hundió este buque, acaecida el 15 de febrero de 1898, sirvió de pretexto definitivo para declararle la guerra a España. Washington no esperó que la comisión investigadora del hecho emitiera su dictamen, sin pruebas acusó a España de la voladura del navío.
En junio ya se preparaban para invadir Cuba.
WASHINGTON SE VA A LA GUERRA
Buques de guerra estadounidenses bloquearon desde el 6 de junio la bahía santiaguera, y al día siguiente bombardearon Caimanera. El 10 de junio, 600 marines yanquis desembarcaron en la costa guantanamera, gracias a la cooperación indispensable del coronel mambí Enrique Thomas y su tropa.
El comportamiento de los efectivos yanquis, desde su mismo desembarco, dejó mucho que desear. Pronto se comprobó su carencia de capacidad combativa y disciplina. Cuando fuerzas españolas acantonadas en la zona les ofrecieron resistencia, tuvo la tropa mambisa que salvarles del descalabro.
El historiador estadounidense Philip Foner reconocería que las fuerzas yanquis “se lanzaron como un pesado fardo sobre las playas protegidas por mil quinientos soldados cubanos, mientras otras unidades insurrectas atacaban a los españoles impidiéndoles avanzar”.
“…Sin la ayuda de los cubanos, los norteamericanos nunca hubieran podido desembarcar. La ayuda de los insurrectos fue extremadamente poderosa. Prueba de ello es que los norteamericanos desembarcaron solo donde la insurrección era más fuerte”.
A lo largo de la contienda se evidenció la desorganización que imperaba en el ejército estadounidense y la manifiesta incapacidad de los jefes que la dirigían, sobre todo el general Shafter, cuya prepotencia no podía ocultar su ineptitud.
A esto había que sumarle la inexperiencia de la mayor parte de los soldados norteños, voluntarios que por primera vez actuaban bajo el fuego enemigo y en un territorio completamente desconocido para ellos, sin descontar al clima hostil de la Cuba, al cual no estaban acostumbrados.
Los mambises eran todo lo contrario, acostumbrados a la temperatura reinante, tenían la experiencia combativa de tres años de guerra, y al frente suyo ejercían el mando notables estrategas como el mayor general Calixto García.
A pesar de lo decisivo del papel desempeñado por los mambises en la derrota de España, cuando esta potencia y Estados Unidos suscribieron el Tratado de París, a Cuba se le trató como botín de guerra y por ninguna parte del documento se reconocía su derecho a la independencia.
Luego, para obtenerla, Estados Unidos le impuso inapelablemente como condición la aceptación de la Enmienda Platt que la redujo a la categoría de protectorado del naciente imperialismo.
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