Mientras en la Florida muchas de las familias de exiliados cubanos se preparaban para celebrar los últimos días de 1894, un reducido grupo de hombres, entre ellos José Martí, vivía con el angustioso temor de verse sorprendido de un momento a otro por las fuerzas policiales estadounidenses. No era delirio de persecución, ni mucho menos paranoia lo que invadía la mente de aquellos patriotas, sino plena conciencia de encontrarse en el punto de mira del espionaje español desde hacía ya algún tiempo.
Varios años costó a Martí y sus colaboradores alcanzar la organización necesaria tanto dentro como fuera de Cuba para reiniciar de una vez por todas la gesta comenzada por Carlos Manuel de Céspedes. Sin embargo, el Apóstol creía que tanto trabajo pronto tendría como recompensa el definitivo grito de lucha
En realidad, el país pasaba por el momento perfecto para reanudar el movimiento independentista. El sistema colonial con sus acostumbradas limitaciones y prepotencias se hacía cada vez más insoportable, las voces del autonomismo y el reformismo apenas encontraban oídos en las cortes españolas y las autoridades que gobernaban en la nación caribeña ni siquiera imaginaban la posibilidad de un nuevo levantamiento armado tras frustrar disímiles intentos expedicionarios, incluida la llamada Guerra Chiquita.
Pero esta ocasión prometía ser diferente, a la genialidad y rectoría de Martí se le sumaba una buena cantidad de hombres y recursos materiales conseguidos gracias a las donaciones salidas de los exiguos salarios de los obreros de la emigración, fundamentalmente del sector tabacalero. El plan consistía en trasladar en tres embarcaciones diferentes las armas y los combatientes hacia distintos puntos del Oriente de Cuba donde los estarían esperando fuerzas al mando de Bartolomé Masó y Guillermo Moncada para luego extender la guerra a Occidente.
El “Amadís” partiría con su carga disimulada en varios alijos con los Mayores Generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff para desembarcar en Las Villas. El “Lagonda” viajaría con los Mayores Generales Flor Crombet y Antonio y José Maceo para ubicarlos en la zona más oriental del país; y el “Baracoa” recogería a José Martí y al General Máximo Gómez en República Dominicana para llevarlos a Camagüey. Una vez se iniciara la travesía, a los capitanes de cada barco se le pagaría dos mil pesos para dirigirse rumbo a la Mayor de las Antillas y en caso de que se negaran, los navíos serían tomados por la fuerza sin recibir dinero alguno.
Durante años José Martí recorrío disímiles lugares de la emigración con la finalidad de aunar fuerzas para la causa independentista (Foto: habanaradio.cu).
Pese al celoso cuidado y discreción de los conspiradores en la preparación del alzamiento, el 10 de enero de 1895 una carta procedente del Departamento de Hacienda de los Estados Unidos impidió la salida de dos naves ancladas en la ciudad de Nueva York (“Amadís” y “Lagonda”) por estar destinadas a labores conspirativas contra el colonialismo español. ¿Qué sucedió? El propio Martí lo explica en una carta enviada el 17 de enero de ese mismo año a Juan Gualberto Gómez:
“(..) desde principios de diciembre viví con agonía, porque al haber de confiarme a un coronel cubano escogido por un grupo de expedicionarios para conducirlos, se negó; ya en los días mismos de salir, de hacerlo en las condiciones aceptadas por las cabezas de los demás grupos, aseguró por su honor que podría proporcionarme para su grupo un barco en condiciones preferibles, y después de saber que no lo podía conseguir, y de haber revelado a pesar de eso su objeto; me obligó a ir en persona, usando de un nombre que no estaba autorizado a usar, a la misma oficina donde con ese nombre había contratado felizmente mi agente un vapor, cuyo hecho ya sabía el coronel antes de hacerme ir y sólo me advirtió al final de la conversación.
Desde ese instante; corrió el aviso a los dueños, lo que aún se hubiera podido burlar, e iba burlado; pero el mismo coronel, depositario de una parte de las armas, compradas desde hace más de un año para estar pronto a cualquier sorpresa, las envió al ferrocarril, de donde debían ir por larga distancia en nuestros vagones a nuestro almacén y nuestro muelle, -las envió digo, manifestadas como artículos militares, y con las cajas de cápsulas descubiertas, a pesar de mi instrucción expresa, lo que forzó a variar de vehículo, con once días de pérdida, y con riesgo de la publicidad de la llegada a muelle ajeno, que aun se pudo acallar, pero ahora pudiera servir, y está sirviendo de argumento, contra la devolución de las armas.
Y aun eso se habría podido vencer si, a pesar de no conocer detalle alguno de toda la combinación, más personas que el agente, leal hasta el sacrificio, y yo, de una parte, y de otra el coronel y el corredor a quien reveló y me llevó a revelar el objeto después de saber que no se podía obtener, no se hubiese enviado de Nueva York denuncia expresa de la salida de los únicos barcos que ellos conocían, y no del tercero que conocíamos sólo el agente y yo (…)”
Aquel coronel era Fernando López de Queralta, un viejo combatiente de la Guerra de los Diez Años encargado de liderar expediciones que no siempre llegaron a buen término y por lo que Antonio Maceo había puesto en tela de juicio su lealtad a la causa. La “torpeza” de López de Queralta puso fin a la misión y a todas las acciones encaminadas para su cumplimiento.
A Martí semejante noticia logró afectarlo enormemente, pues él mejor que nadie conocía desvelos arrojados a la basura de la noche a la mañana con la resignación como único consuelo. Tomás Collazo y Enrique Loynaz del Castillo, dos de los testigos presenciales de la fatalidad, coincidieron en el impacto emocional causado por aquel descalabro en el Delegado del Partido Revolucionario Cubano:"Revolvíase como un loco en el pequeño espacio que le permitía la estrecha habitación..."
Pese a esto, apenas terminaba de lamentarse y ya escribía a su fiel agente y amigo José Dolores Poyo:
“Nos vamos a ver y entonces hablaremos. No tema de mí. Se padecer y renovar. La cobardía, o más, de un hombre inepto, se nos clavó de arrancada en la obra grande. Renaceremos. Nos rodean y ayudan hoy mayor respeto y mayor fe que nunca; no quiero hablar ni podría. Allá voy en cuanto asegure, o deba abandonar lo que aquí defiendo ¿Me quiere todavía? Su Martí”.
La noticia de tal acontecimiento se regó como pólvora entre los simpatizantes de la independencia en Cuba y Estados Unidos, aunque el periódico Patria nunca publicó un informe explicando lo sucedido. La edición correspondiente al 19 de enero de 1895 solo se limitó a hacerse eco de la información brindada por el The New York World sobre el asunto. No obstante, con el fin de evitar especulaciones innecesarias el semanario concluía la nota:
“Y del destino de los tres vapores de armas unos dicen que era? ¿La flotilla? para Venezuela, otros que para Centro América, otros dicen que para Colombia; –y otros dicen que para Cuba. Y si hubiera sido, suponiendo que ese esfuerzo hubiera sido para Cuba, la Isla juzgaría por él qué servidores tiene: ¡Patria sabe con qué bravura, y con qué resurrección respondería a este quebranto pasajero, el invencible corazón cubano!”.
Si bien la delación frustró el intento de romper con las cadenas del yugo colonial, sirvió para demostrar la capacidad organizativa y de liderazgo de José Martí y, de paso, reavivar el espíritu de lucha. En apenas unos meses, el Maestro lograría llegar a territorio antillano antecedido por todo un ejército dispuesto a culminar la labor iniciada en 1868. El hecho nombrado por la historia como “Plan de la Fernandina” quedó impregnado en el tiempo como ejemplo incomparable de la genialidad de un hombre capaz de reinventarse una y otra vez.
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