Cuando el general español Arsenio Martínez Campos, le quiso mostrar al “mulato arriero” Antonio Maceo el documento con las Bases de Paz firmadas en el Zanjón, Camagüey, con el objetivo de engatusarlo, recibió una de las negativas más contundentes de su vida de hábil político y un descrédito mayúsculo a su condición de Pacificador de la Isla:
“Guarde usted ese documento, no queremos saber nada de él”, dijo el General Antonio, y con esa viril respuesta abrió un nuevo período en la historia Patria y salvó la honra mancillada con aquel infame pacto, del 10 de febrero de 1878.
Y es que las Bases del Zanjón, con un articulado amañado y ambiguo, no aseguraba ninguno de los dos objetivos esenciales por los cuales los cubanos habían luchado desde el 10 de octubre de 1868: ni la independencia de Cuba, ni la abolición de la esclavitud.
Solo había una mescolanza de palabras melosas, tan faltas de objetividad y tan vergonzosas, que humillaban a los cubanos al aceptarlas. Con la firma del Convenio del Zanjón, las fuerzas mambisas capitulaban de modo incondicional ante el Ejército colonialista; se reconocía al Gobierno español como máxima autoridad en Cuba, y se le concedía la libertad solo para los esclavos que militaban en ese momento en las filas mambisas. Solo migajas.
A cambio se les daba a los zanjoneros, el derecho formar partidos políticos que no lucharan contra el poder español, libertad de prensa y reunión mientras no sirvieran para atacar a España y la posibilidad de salida al exterior para aquellos que aceptaran lo planteado en el Pacto.
Claro, que al Zanjón se llegó por innumerables factores, pero sobre todo por la falta de unidad de las fuerzas revolucionarias. Fue un proceso de años que se inició el propio 10 de octubre de 1868, al ser alzamientos aislados los de Oriente, Camagüey y Las Villas, con una marcada tendencia regional; al extremo, que nunca el Occidente se incorporó a la lucha armada debido al “miedo al negro”, pues allí se concentraban las grandes dotaciones de esclavos y las principales riquezas de España en Cuba
Hubo también causas políticas que conspiraron en la unidad monolítica de los patriotas del 68, como fueron las contradicciones político-ideológicas entre los terratenientes de Occidente, aferrados a sus riquezas, y los de Centro-Oriente, más dispuestos a la lucha armada.
También incidieron las desavenencias entre Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte; los líderes indiscutidos del proceso revolucionario de 1868, así como las discrepancias entre Céspedes y la Cámara de Representantes; al extremo de llegar, esta última, a la deposición del primer Presidente de la República de Cuba en Armas, un hecho ocurrido en Bijagual, el 27 de octubre de 1873, y otro de los eslabones de la unidad roto en aquellos años.
Además, para llegar al Zanjón fueron cometidos errores militares que a la postre igualmente hicieron mucho daño: no se logró establecer el principio del mando único y prevalecieron manifestaciones de regionalismo, caudillismo e indisciplinas, como las sediciones de Lagunas de Varona, en 1875, y Santa Rita, en 1877, ambas protagonizadas por el general Vicente García.
Desgraciadamente con el Pacto del Zanjón sucedió lo que le pasa a las Revoluciones cuando pierden su tesoro más preciado: la unidad, pues en realidad, no fue una victoria de las armas españolas, sino una derrota de los cubanos por su propia desunión y rivalidades internas.
José Martí, al evaluar esa suma de esas dolorosas realidades, en su discurso de Hardman Hall, Nueva York, el 10 de octubre de 1890, afirmó con clarividencia de genio: “Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos”. Para más adelante, en el propio discurso ante los emigrados cubanos, manifestar convencido que no estaban allí para lamentos estériles, “sino para ir poniendo en la mano tal firmeza que no volvamos a dejar caer la espada”.
Lamentablemente, el gesto heroico de Antonio Maceo en Baraguá no prosperó y Cuba entró en un período de tregua, llamada Fecunda por el propio Martí, y donde se fueron creando las bases para evitar los yerros de la Guerra Grande.
De ese Reposo Turbulento nacería, en 1892, el Partido Revolucionario Cubano, vehículo unitario de la Revolución del 95; y así habría un 24 de febrero de 1895, fecha hace ahora 124 años, en que los mambises, tanto los pinos viejos como los nuevos, se echaron de nuevo a la manigua redentora.
Fidel, en su antológico discurso del 10 de octubre de 1968, reafirmó el análisis martiano de la Guerra del 68 cuando dijo: “La Guerra de los Diez Años, como decía Martí, no se perdió porque el enemigo nos arrancara la espada de la mano, sino porque dejamos caer la espada”
Principio, aún más valedero, pues los cubanos estamos abocados a otro 24 de febrero histórico, cuando votemos a favor de la nueva Constitución, erigida en valladar indestructible de la unidad, contra el cual se estrellarán los zanjoneros de siempre.
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