Cuando falleció el 18 de julio de 1872, en las sobrias habitaciones del Palacio Nacional, Benito Juárez tenía 66 años de edad y durante 14 años había regido los destinos de los Estados Unidos Mexicanos como presidente constitucional. Ese día había trabajado en su despacho como todos los demás, pero en horas de la tarde se le presentó un fuerte dolor de pecho, un ataque de angina, según la mayoría de las versiones, que le arrebató la vida de manera repentina.
Al amanecer del día siguiente, un disparo de cañón anunciaba que se había apagado la luz de aquella inteligencia que por tantos años guió a los mexicanos en la adversidad y en la consolidación de la nacionalidad. El cadáver de Juárez fue conducido al gran salón de Palacio y una multitud desfiló para ver el cuerpo de aquel hombre que tanto había hecho por la libertad de su Patria.
El 23, el cuerpo embalsamado del Benemérito de América fue conducido al panteón de San Fernando por una escolta militar y su cortejo fúnebre acompañado por una gran multitud que le dijo el postrer adiós a quien es reconocido como el padre del liberalismo mexicano y el gran impulsor de las Leyes de Reforma, que separaron a la Iglesia del Estado, antesala de las instituciones civiles actuales en el hermano país azteca.
Terminó el entierro y a las dos de la tarde de ese día sonó el último de los cañonazos que desde el 19 de julio se habían disparado cada cuarto de hora para anunciar a la República que había dejado de existir el tenaz defensor de la nacionalidad mexicana.
Benito Juárez García nació el 21 de marzo de 1806, en San Pablo de Guelatao, Oaxaca. Hijo de Marcelino Juárez y Brígida García, matrimonio indígena de humilde condición. Quedó huérfano siendo niño y cursó sus primeros estudios en su pueblo natal. Tenía veinte años cuando ingresó en el Instituto de Ciencias de Oaxaca, donde se licenció en Derecho.
Iniciado en la vida política, mantuvo durante toda su vida una constante preocupación por la realidad social y en particular por la situación de los campesinos, asumiendo los ideales liberales que venían difundiéndose por América desde la Revolución Francesa.
Juárez participó de manera activa en la Constitución de 1857, y asumió la presidencia de México; no sin antes el país estar envuelto en un conflicto civil, llamado la guerra de la Reforma (1858-1860).
Ocupado México por Francia, en 1864, e impuesto al archiduque Maximiliano de Austria como emperador, encabezó Juárez una fuerte resistencia armada contra el invasor europeo que culminó con la ofensiva republicana y el fusilamiento de Maximiliano I, el día 19 de junio, en el Cerro de Campanas.
Por sus méritos, el Congreso mexicano lo nombró Benemérito de la Patria y de las Américas. Colombia y República Dominicana también lo distinguieron con tan honrosa condición, que significa “digno de galardón”. Los colombianos, mediante decreto del 1ro. de mayo de 1867, aprobado en el Congreso Nacional, que consideraba al presidente mexicano “digno del merecimiento del bien de América por la abnegación y la incontrastable perseverancia desplegada en la defensa de la independencia y libertad de su patria”.
Diez días después, el Congreso de República Dominicana, a petición del diputado Antonio Delfín Madrigal, le dio igual merecimiento. Un reconocimiento a Benito Juárez por su defensa de México ante las tropas francesas, una “causa idéntica” a la de Santo Domingo, capital dominicana, contra el imperio español.
En su peregrinar por las tierras de nuestro continente estuvo en Cuba, en La Habana, y un patriota cubano, Pedro de Santacilia, se casó con su hija primogénita Manuela. Santacilia gozó de toda su confianza y en los días tristes de la invasión francesa, Juárez le confió el cuidado y protección de su esposa. Todas las cartas del prócer mexicano al cubano están dirigidas a “Mi querido hijo Santa”.
José Martí valoró muy en alto la contribución de Benito Juárez a la independencia de América. En crónica publicada en Patria, el 14 de julio de 1894, titulada El día de Juárez, escribió el Apóstol:
“Juárez, el indio descalzo que aprendió latín de un compasivo cura, echó el cadáver de Maximiliano sobre la última conspiración clerical contra la libertad en el nuevo continente. Él, el tabaquero de New Orleans, el amigo pobre del fiel cubano Santacilia, el padre desvalido de la familia que atendía en Oaxaca la pobre tendera, él, con los treinta inmaculados, sin más que comer maíz durante tres años por los ranchos del Norte, venció, en la hora inevitable del descrédito, al imperio que le trajeron los nobles del país”.
También Fidel Castro, quien solo recibió amor en la patria de Juárez, tenía en alta estima al hijo de indios que llegó a dirigir los destinos de esa hermana nación latinoamericana. Por eso, en discurso pronunciado en el Acto de Amistad Cubano-Mexicana, celebrado en la Plaza de la Revolución José Martí, el 2 de agosto de 1980, dijo:
“ (…) Pero no habría de transcurrir mucho tiempo después de esta agresión de mediados del siglo pasado, cuando en la segunda mitad del propio siglo Europa expansionista intenta apoderarse de México y establecer allí nada menos que un imperio, conocido como el Imperio de Maximiliano. Pero, frente a la nueva agresión, el pueblo mexicano se alzó como un solo hombre junto a aquel egregio líder que fue Juárez, tan admirado por Martí”.
Muchas son las frases célebres atribuidas al Benemérito de América, entre ellas: “No deshonra a un hombre equivocarse. Lo que deshonra es la perseverancia en el error”; “Los hombres no son nada, los principios lo son todo”, y esta tercera, “La constancia y el estudio hacen a los hombres grandes, y los hombres grandes son el porvenir de la Patria”.
Pero la más famosa y conocida por todos, y de vigencia total, la enunció Juárez el 15 de julio de 1867, en su manifiesto expedido poco después de entrar triunfante en la Ciudad de México, tras la derrota y fusilamiento de Maximiliano I: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
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