Había algo en las fotografías de Frank País que me recordaba a Antonio Guiteras. No hay en ellas signo de ansiedad, es la mirada impresionantemente serena, tranquila, en un hombre conocedor de que en lo que hace le va la vida. Es lo que Pablo de la Torriente llama en Guiteras “aquella decisión callada” y que también está en la imagen de Fidel ante el cuadro de Martí en los días en que organizaba el asalto al Moncada.
Después supe que por la misma fecha en que Fidel preparaba el asalto al Moncada, en mayo de 1953, Frank, junto a varios de quienes lo acompañaron en la lucha revolucionaria y con apenas 18 años, fundó una organización para combatir contra la dictadura batistiana llamada precisamente “Decisión Guiteras”.
Frank País no había cumplido 22 años cuando levantó en armas la segunda ciudad más importante de Cuba para apoyar el desembarco de los rebeldes de Fidel Castro en el Oriente de Cuba. Menos de dos años después lo asesinaban en plena calle junto a su compañero de lucha Raúl Pujol sin que mediara detención, juicio ni interrogatorio. Fidel escribe entonces a Celia Sánchez: “¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado. No sospecha siquiera el pueblo de Cuba quien era Frank País, lo que había en él de grande y prometedor”.
Este joven cristiano, que gustaba de escribir versos, tocar el piano y leer a Jean Paul Sartre había tejido la eficaz red clandestina que en las ciudades se enfrentaba a la dictadura batistiana y suministraba todo tipo de apoyos a los combatientes de la Sierra Maestra. Era el Jefe Nacional de Acción del Movimiento 26 de Julio. Tanto le temían los esbirros, que convirtieron la ciudad de Santiago de Cuba en el escenario de una cacería contra su vida, pero al día siguiente de su muerte esa urbe marchó casi completa en su homenaje, desafiando ejército y policía.
Una tradición que llega hasta hoy. A las 12 de la noche de cada 29 de julio se detienen las fiestas en Cuba y al día siguiente una nutrida peregrinación recorre las calles de la ciudad más cimarrona de la Isla, esa donde Waldo Leyva dice es imposible encontrar una “piedra que no haya sido lanzada contra el enemigo” ni “una calle por donde no haya pasado nunca un héroe” y que Federico García Lorca prometió visitar en “un coche de agua negra”. El pueblo más bullanguero, irreverente y bailador “¡Oh cintura caliente y gota de madera”, escribió Lorca, camina entonces en silencio hasta el cementerio donde están enterrados sus hijos más queridos.
De sus asesinos pocos saben cómo se llamaban, pero escuelas, bibliotecas y hospitales gritan en la geografía cubana los nombres de aquellos a quienes persiguieron. Por decisión del Consejo de Ministros tomada el 26 de julio de 1959, en sesión extraordinaria, cada 30 de julio de 1959 se conmemora en Cuba el Día de los Mártires de la Revolución.
En Santiago de Cuba hay un museo de la clandestinidad. Es una antigua estación de policía que tuvo que ser reconstruida de las cenizas después que el 30 de noviembre de 1956 la ciudad viviera aquel alzamiento organizado por Frank que estremeció el país. Allí está su foto junto a Fidel en la Sierra, ambos sonríen. Fidel mira a Frank y Frank mira a la cámara, ninguno de los dos saben que es la última vez que se verán, se ven optimistas, como dice Pablo de Guiteras:
“Y tenía el secreto de la fe en la victoria final. Irradiaba calor. Era como un imán de hombres y los hombres sentían atracción por él. Les era misteriosa, pero irresistible, aquella decisión callada, aquella imaginación rígida hacia un solo punto: la revolución”.
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