La idea es de Armando Hart, para sintetizar, en trinidad paradigmática, eso que el combatiente e intelectual llamaba el arte de hacer política en Cuba: “Varela nos enseñó en pensar, Martí en hacer y Fidel en vencer”. Un escalamiento dialéctico para pensar/hacer mejor a Cuba, para emanciparla. Una continuidad enriquecedora y una profundización radical - en el concepto martiano de ir a las esencias-, para expresar en la plenitud de lo posible, el ser cubano.
Por la expansión del ser cubano, pensaron y actuaron Félix Varela, José Martí y Fidel Castro. Tres intensidades cimeras del ideario práctico nuestro, de esa brotación del ser cubano que nos impulsa hasta nuevos horizontes, que nos imanta a esta nación. Por ese orgullo, asentado y sentido, que es la cubanía, la “cubanidad plena, sentida, consciente y deseada: cubanidad responsable”, “cubanidad con las tres virtudes –dichas teologales-, de fe, esperanza y amor”, al buen decir de Fernado Ortiz. Fe en nuestros propios esfuerzos y en sus consensos, esperanza en nuestra capacidad de ser y de concretar sueños compartidos, amor por lo heroicamente conquistado y por los anudamientos cotidianos.
He aquí, el más importante legado del mejor discípulo de Martí, esta incandescente voluntad de juntar (fe, esperanzas y amores), que le aseguró vencer en las más difíciles circunstancias. Una unidad cultivada, no recolectada en el azar. Si grande fue su carisma y sus capacidad de irradiar, de conmover y persuadir, también la de seleccionar los insumos simbólicos y espirituales para enrumbar a las masas en pos de ciertas metas.
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Y entre eso insumos, con propiedades aglutinadoras y potencialidades movilizativas, Fidel recuperó ese aludido orgullo de ser cubano, ese creernos capaces de ser independientes y de gobernarnos por nosotros mismos. Así lo valoró José Lezama Lima, y se lo hizo saber al propio “Jefe del Movimiento de Liberación Nacional”, en carta de febrero de 1959: “De todas las `increíbles´ cosas que su tenacidad y energía han conseguido, ninguna tal vez más trascendental para Cuba, que el haber `resucitado´ el espíritu de confianza de los cubanos, el espíritu que parecía, razonablemente, muerto, sin remedio posible, tras los gobiernos de 1944 a la fecha, cuya defraudación, en tantos sentidos, borró hasta la posibilidad del optimismo en el pueblo cubano, de su alegría proverbial y su capacidad de confianza en gobierno alguno”.
Como el Apóstol, se apartó de todo lo que desgajara voluntades o fraccionara a las fuerzas revolucionarias. Lo aprendió con esa maestra de la Política que es la Historia. Fidel supo de los perjuicios de la desunión, de los empeños que fallaron, de las victorias postergadas y de las muertes que causó. “Pensaba –reflexionó Eusebio Leal- en los que solitariamente se levantaron y perecieron sin alcanzarlo. Pensaba en aquel dramático 27 de febrero de 1874 en que víctima de la desunión, y quizás de la traición, fue sacrificado el padre de la Patria”. Defendió la unidad, también en reverencia a los que se sacrificaron en aras de esos ideales que asumió como suyos, por los que ofrendaron su vida en la Guerra de los Diez Años o en la Revolución del 30.
Como aclaró oportunamente Carlos Rafael Rodríguez, la concepción fidelista de la unidad, no podría tener como divisa: los que no están con nosotros están contra nosotros, sino la contrapuesta: los que no están contra nosotros están con nosotros. Defender la unidad no equivale a aplastar las individualidades, ni imponer criterios. No es revolucionario empujar hacia el enemigo a los honestos, a los que no están contra nosotros.
El Líder Histórico lo definió en su discurso conocido como Palabras a los Intelectuales : “la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos, que aunque no sean revolucionarios —es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida—, estén con ella. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.
Idea que reiteró en otros actos de la palabra, como en el del 17 de marzo de 1962. El deber de la Revolución, para aquel que no es amigo ni enemigo, es convertirlo “no en enemigo, sino en amigo y en un revolucionario”. “El deber de un revolucionario es conquistar, el deber de un revolucionario es ganar; el deber de un revolucionario es persuadir, fortalecer incesantemente la Revolución y no debilitarla incesantemente; y hay gente que tiene maneras tan odiosas que lo que hace es ganarle enemigos a la Revolución y amigos a los enemigos de los Revolución”.
Para vencer a un enemigo tan poderoso, es necesario sumar todos los cubanos honestos, estén donde estén, a todos los que nos acompañen en la marcha hacia una sociedad más próspera, material y espiritualmente, aun sin asumir las ideas del Socialismo, los que enfrenten y denuncien el más importante obstáculo para conseguirlo, el Bloqueo impuesto por las leyes del Imperio.
El espartano de Birán creyó como Martí que la política es el arte de “ordenar los elementos de un pueblo para la victoria”. Para convocar y conducir mejor a los sujetos revolucionarios fue un acucioso observador de las actitudes y los comportamientos de sus compatriotas. Atacó a los errores, no a las personas, y dio más de una vez oportunidades para la rectificación. Actuó apegado a la ética, convencido de que la salud de la Revolución radica en su integridad, en que el todo prevalezca sobre las partes y que todos se sientan importantes, capaces y dignos. Es la virtud de todos los ciudadanos la que sostiene el bienestar de todos. Esa es la fuerza de atracción que integra a todos, el todo se cimienta en esa intensa afectividad, de sentirse parte de una obra colosal.
“Son las ideas las que nos unen, son las ideas las que nos hacen pueblo combatiente”, reflexionó con estudiantes universitarios. (Tomada de Fidel Soldado de las ideas).
“Resulta asombroso que, a pesar de la diferencia entre los seres humanos, puedan ser uno en un momento o puedan ser millones, y solo pueden ser millones a través de las ideas, reflexionó con jóvenes estudiantes de La Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005. Nadie siguió la Revolución por culto a nadie o por simpatías personales de nadie. Cuando un pueblo llega a la misma disposición de sacrificio que cualquiera de aquellos que con lealtad y sinceridad traten de dirigirlos y traten de conducirlos hacia un destino, eso solo es posible a través de principios, a través de ideas”.
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“Son las ideas las que nos unen-añadió en el magistral intercambio-, son las ideas las que nos hacen pueblo combatiente, son las ideas las que nos hacen, ya no solo individualmente, sino colectivamente, revolucionarios, y es entonces cuando se une la fuerza de todos, cuando un pueblo no puede ser jamás vencido y cuando el número de ideas es mucho mayor; cuando el número de ideas y de valores que se defienden se multiplican, mucho menos puede un pueblo ser vencido”.
Ese fue el sustento de la Batalla de Ideas, iniciada por el regreso del niño cardenense Elián González, pero que fue articulando, como en una reacción en cadena, más trascendentes propósitos y programas abarcadores para concretarlos. Otras pruebas de cuánto se podría lograr integrando voluntades y sorteando las herrumbres del esquematismo. Articulando, con la cultura del detalle, acciones tácticas y estratégicas. Aprender haciendo, activando todas las potencialidades de la creatividad y el intelecto cultivado, contando con el compromiso y la entrega de nuestros jóvenes. Creyendo en el carácter formador de las tareas, especialmente las de fines tan nobles y humanistas.
Fidel dio el ejemplo ardiendo a la luz del sol. No pidió hacer a los otros lo que no intentó antes, lo que no pudo lograr. Para disciplinar a los demás fue primero muy exigente consigo mismo. Siempre con la verdad, informando, esclareciendo, borrando cualquier sombra de resquemor o pesimismo. Pensando y haciendo para que las prácticas solidarias y comprometidas le ganen siempre al individualismo y la desidia.
Por eso, como vertió en décimas Yoerky Sánchez, muchos vimos a Fidel en Matanzas, enfrentando al siniestro en los supertanqueros, levantando la bandera del valor, de la resistencia y del triunfo. Con esa fe en la victoria que sintetizo Raúl con el “sí se pudo, sí se puede y sí se podrá”.
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