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lunes, 25 de noviembre de 2024

La bala que detuvo los doce años de Olimpia (+Video)

La muerte de la niña Olimpia Medina trasciende como uno de los pasajes más trágicos de los sucesos del 5 de Septiembre de 1957 en Cienfuegos....

Alexis Pire Rojas en Exclusivo 05/09/2014
2 comentarios

Ese día trajo malas noticias para la familia Medina Arruebarrena ¿Quién iba a adivinar que no estaban en el lugar indicado? El resguardo en casa parecía la opción más atinada ante el cruce de avionetas que sobrevolaban el cielo cienfueguero aquel 5 de septiembre de 1957.

La barriada de San Lázaro estaba justo debajo del trayecto de los aeroplanos desplazados entre Cayo Loco y el Cuartel de la Guardia Rural, ubicado en Pueblo Griffo. En tiempos convulsos y ante la incertidumbre, la familia suele reunirse en un mismo sitio, y que la compañía sirva de aliciente, de confianza para espantar el terror, aunque es difícil desterrar el miedo cuando tantos disparos, bullicio… cala en los oídos. En oídos inocentes.

DE CÓMO LLEGARON LAS BALAS

Dalia Medina Arruebarrena también estaba en aquel cuarto, sentada sobre la cama como el resto de los suyos. Contaba con apenas ocho años, y hoy no necesita exprimir tanto la memoria a fin de recordar cada incidente. “Dice la gente que en medio de aquellos sucesos en el barrio salió un hombre que con la mano en forma de pistola apuntaba al cielo y que por eso los aviones bajaron y comenzaron a ametrallar allí. Varias personas resultaron heridas, y a mi casa, al cuarto donde estábamos llegaron dos balas. Una fue a parar a mi pie y me destrozó el talón y la otra fue directo a la cabeza de mi hermana Olimpia, de solo 12 años”.

La vida cambió en un segundo, como suele ocurrir cuando asoman desgracias. “Estaba en la punta de la cama y llevaba cargada a mi hermana Magalys de un año. Mi mamá, al percatarse del desbalance de Olimpia la agarra por detrás con una mano, con la otra coge a Magalys y suavemente deja a Olimpia caer al suelo. Vi a mi hermana caer y me mandé a correr, cuando trataba de abrir la puerta me agarró la bala en el talón. Los sesos de mi hermana quedaron en el hombro de mi mamá. Esa imagen nunca se olvida”.

Además de los lamentos, siempre sobreviene la esperanza de salvación y esa sensación de aferrarse a las manecillas del reloj para detenerlo. Invocaron a seres sobrenaturales en espera del milagro. “A Olimpia la llevaron a la casa del Socorro y a mí, para una clínica”.

Su padre, antes de ir al puerto donde trabajaba, dejó orientaciones de no salir de casa. Los creía resguardados en la humilde morada sin saber que las balas entrarían sin tocar la puerta. Como las malas noticias corren veloces y transfiguradas, al poco rato de salir de su hogar se le enfrió el alma con la desgracia. “Le dijeron a mi papá: ‘Yayo te han matado a tus dos hijas’. Corrió a vernos. Se dirigió hasta la clínica donde tenían a Olimpia, aún con vida, pero muy grave.

“El Doctor Ríos le explicó que iban a entrar al salón de operaciones y mi papá le preguntó que para qué iban a hacerlo si prácticamente no tenía salvación. Imagínate, una bala en la cabeza es mortal. Entonces, el médico insistió exponiéndole que cuando hay vida existen esperanzas. Mientras la operaban él fue a verme y pudo constatar que no tenía nada grave, mi vida no peligraba, y regresó a donde estaba Olimpia”.

A las doce del día sobrevino el incidente, cinco horas después dedicó la última mirada a su padre, cerró los ojos y se extendió el pesar de quienes, más que nadie, desearon verla crecer.

TRAERLA DE VUELTA

Más allá de los pesares, a Dalia le agrada traer a su hermana de vuelta. Volver a vivirla, amén de los escasos años que pudo tocarla, advertirla… Por ello ha dedicado parte de su vida a ponderarla, a enraizarla con cada remembranza emanada de los sucesos del 5 de septiembre.  

 “Yo solo tenía 8 años, pero hay momentos que no olvido. No supe que mi hermana murió aquel día, mis padres me decían que Olimpia estaba fuera de la provincia, pero tres meses después del suceso, jugaba con un primo y a él se le escapó el comentario. Entonces lo supe.

“Resultó difícil, porque la quería mucho… Siempre la recuerdo así, tan avispada, inteligente, le encantaba cantar… Como éramos pobres nos resultaba muy difícil recibir educación. Nos costaba mucho ir a la escuela, pero un profesor se interesó por mi hermana y enseguida aprendió a leer y escribir. Cuando perdió la vida iba para tercer grado, en aquel entonces era así; pero según el maestro era de las mejores de su grupo”.

Para no exigirle demasiado a la memoria, Dalia guarda una fotografía de Olimpia, así la conserva en imágenes, la muestra, lozana, con ojos saltones y negros como la piel, o más negros. “Mi tía me dijo una vez que creía tener una foto de mi hermana, y yo me empeciné en buscarla allí en todas sus cosas, poco a poco hasta que la hallé”.

“Era una imagen muy pequeña y deteriorada, entonces la llevé a digitalizarla, repararla e imprimí varias copias para no perderla”. La muestra como su amuleto, la enseña y la mano no le tiembla, pues ya se acostumbró a tenerla cerca. “Muchos dicen que se parece a mí, yo creo que era más bonita…”

La historia marcó tanto, perforó tanto, que en 1959 el nombre de Olimpia identificó al muelle donde trabajaba Yayo. “Los compañeros de mi padre tuvieron esa idea y realmente fue un gesto muy bonito, es una manera de siempre recordarla”, añadió Dalia.  

Viven en ella cicatrices de 57 años. En sus pies quedaron tatuadas las heridas de la bala que la dejó sin caminar por un tiempo. “En esa época no habían muchos avances en la medicina. Yo tenía el pie desbaratado y ellos me lo armaron como pudieron. La primera vez no quedó bien y tuvieron que operarme de nuevo, quitarme toda esa piel hasta llegar al hueso a sangre fría, porque no teníamos dinero para comprar la anestesia. Por eso me quedó todo deformado; necesité usar zapatos ortopédicos por largo tiempo”.   

En cada historia de disparos, buscas, y no cuesta encontrar infortunios que laceraron vidas, aún las laceran. Y un homenaje pareciese un acto formal para algunos, pero más bien exacerba los deseos de, en retrospectiva, viajar por algunas décadas y compartir el dolor de trágicos pasajes. Así le ocurrió a la compositora e interprete cienfueguera Rosa Campos, quien acostumbrada a elogiar la vida, el amanecer, la alegría… debió acomodar en su repertorio un canto a la muerte.

Según cuentan, vibró el teatro Tomás Terry aquella noche del 4 de septiembre de 2002, cuando en la velada en víspera de los 45 años del suceso, por primera vez irrumpió, en voz estruendosa, el grito que parecía despertar a la niña… “Olimpiaaaaaaaaaa”, sube la música, público expectante y enmudecido y… “Esa es mi hija, esa es mi hija…”, coarta el silencio.

“Ese día mami se puso muy mal, imagínate, las imágenes de aquella mañana nublada la afectaron durante toda la vida. Con la canción era imposible no conmoverse. Es increíble la manera en que Rosa Campos describió a mi hermana como si la hubiese conocido. La retrató. Sin saberlo, descubrió que nunca tuvo muñecas, que era inquieta, inteligente y dejó sus dientes en el techo de la casa”.

La cantautora lleva las emociones al límite cuando llama a Olimpia en su canción, incluso le afecta, la hiende. Y los familiares, aunque pudiera pensarse que llevan las manos a los oídos para no tentar el sufrimiento, la escuchan y lloran, la disfrutan y lloran.

El 5 de septiembre permanece afligido en el almanaque de los Medina Arruebarrena. Quizás la imaginen con los 69 años que ya tendría, maldigan la suerte y marchen cabizbajos hacia el camposanto. Y seguramente Olimpia haga suyas muchas de las flores que dejan los cienfuegueros en el mausoleo que en el cementerio Tomás Acea, dedican a los mártires de esa gesta.

“En una ocasión mi madre decía que mi hermana no merecía tanto homenaje, porque a fin de cuentas ella no luchó, y yo le dije en aquel entonces: ‘mima, ella si tiene ese derecho, porque quienes pelearon llevaban dos jabas: la de perder y la de ganar, pero Olimpia fue una inocente. Ella no supo por qué murió”.

Quizás ya lo sabe.


Dalia pudo recuperar esta foto a los ocho años de Olimpia como el único recuerdo gráfico de su hermana. (Foto: Cortesía de la entrevistada).


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Alexis Pire Rojas

Periodista graduado en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas. Aguzo el oído hacia la vox populi, por eso navego desde la letra impresa unas veces a favor de la marea, casi siempre como corta olas.

Se han publicado 2 comentarios


Enrique Vega
 5/9/14 16:04

Hermoso y triste relato que refleja la valentia innata de los cubanos. 

 No se como ni cuando ni en que momento se formó esta gente revolucionaria, ejemplar, corajuda y perseverante. Son un ejemplo para el resto del mundo.!

Yo soy peruano y admiro al pueblo cubano !

 

Un abrazo solidario !

 

/Enrique

 

Uno ahí
 5/9/14 12:12

Impactante artículo......Gracias periodista!

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