“Aquí nace una República que no lo es, ni lo será, aunque tenga bandera cubana izada en el Morro y gobierno propio”. Así pudiera rezar el epitafio de la República nacida aquel 20 de mayo de 1902, cuando a las 12:00 del mediodía se realizó el traspaso de poderes y Leonardo Wood, a nombre del gobierno de los Estados Unidos, declaró el fin de la Primera Ocupación Militar Norteamericana al archiélago de Cuba.
Fue un acto formal de transición de un modelo de dominación a otro, pues terminaron cuatro siglos de coloniaje español e iniciaron 56 años de dominio neocolonial o pseudorepublicano. Realmente esos eran los nombres que mejor le correspondían al engendro caricaturesco de República.
El teatro fue muy bien montado para que diera visos de credibilidad. Días atrás había llegado a Cuba, tras una ausencia de 20 años, Tomás Estrada Palma, el flamante futuro presidente; y se escogió una fecha con determinado simbolismo: 20 de mayo; un día después de la caída en combate, siete años atrás, de José Martí, como una manera de reivindicar su memoria y hacer ver que su desaparición física no había sido en vano.
También la escena incluyó el arriar la bandera norteamericana en el Morro e izar la cubana por parte de la personalidad más relevante del mambisado: el Generalísimo Máximo Gómez; a quien se le atribuye la célebre frase: “Creo que al fin hemos llegado”.
Pero cuán lejos se estaba de esa realidad deseada por el viejo mambí dominicano. La existencia de la Enmienda Platt lo impedía, como también lo seguirían obstaculizando los tratados firmados después de aquel 20 de mayo de 1902, que atarían más la economía y la vida política de la isla a las apetencias imperiales.
No faltaron voces de denuncia, como las de Juan Gualberto Gómez, el amigo de José Martí, quien señaló con tino que, nadie podía creer de buena fe que “con la instauración del régimen que ahora se inaugura” terminaría “la obra que se iniciara el 24 de febrero de 1895 por medio de las armas”.
El hombre del 24 de febrero de 1895, en Ibarra, afirmó: “Pero más que nunca hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía mutilada; y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evoluciones de nuestra vida pública las ideas directoras y los métodos que preconizara Martí, cuando su genio previsor dio forma al sublime pensamiento de la revolución”.
También el general Enrique Collazo vio la triste realidad que sobre Cuba se cernía con Estrada Palma como presidente, a quien calificó de representante del “poderío yanqui”; al tiempo, que en carta publicada en el periódico La Lucha significaba que:
“En instrucción pública dicen que estamos bien, pero creo que vamos mal; se quiere obligar a ir a los niños a la escuela, pero nadie inquiere si comen (...) el soldado cubano se encuentra enfermo y abandonado. La concentración de Weyler fue horrible (...) la concentración interventora es mucho peor, porque es un lazo hipócrita, pero seguro e implacable; se espera que la miseria nos degrade y que el hambre nos obligue a pedir a gritos al yanqui que nos despoje de la cadena que nos deshonra”.
El ideal republicano de José Martí fue obviado y los males de la colonia se reprodujeron y ampliaron en la neocolonia. En realidad, con el advenimiento de la República solo fue evitado el mal mayor de la anexión, una verdad histórica fuera de discusión.
Por eso, el poeta e intelectual guantanamero Regino Botti, una de las voces de mayor lucidez y lirismo, al evaluar a la República nacida aquel 20 de mayo de 1902, hace ahora 116 años, afirmó en artículo publicado en 1908:
“(...) el amor al terruño, el instinto de conservación colectiva se nos ha ido mientras seguimos tras las ambiciones de unos y las bastardías de otros. Y cuando un pueblo está muerto o está agonizante cuadra hablar mejor de sepelio que de Epopeya, de Mausoleo que de Capitolio, de sudario que de bandera. ¿Por qué pues hablar de efemérides? El 20 de mayo ¿no es un epitafio?”.
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