La vida del líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, estuvo profundamente marcada por la discreción en torno a su relación familiar.
Uno de los pocos seres queridos al que hizo una referencia durante su vida será de su madre Doña Lina Ruz.
Hija de una pobre familia campesina, de la tierra más occidental de la Isla, Pinar del Rio, sitio donde vivió hasta los 13 o 14 años, aunque también estuvo algún tiempo en Camagüey, según cuenta Fidel en entrevista realizada por el periodista español, Ignacio Ramonet. A la edad mencionada la familia se traslada a Birán.
Cuenta Fidel que, aunque su madre era prácticamente analfabeta, su fuerza de voluntad y ganas de salir adelante le permitieron aprender a leer y escribir de forma autodidacta. Mujer de elevados principios morales y cívicos que permitieron darle una educación firme a sus hijos y aunque no tenía estudios académicos para ella era una preocupación primordial la educación académica de sus hijos.
De ahí que el comandante, expresara con emotiva carga sentimental: “Mi madre no pudo estudiar, pero se desvivió siempre porque sus hijos estudiaran. Gracias a ella y en medio de grandes dificultades yo pude estudiar. Pero lo que he podido aprender, conocer y tratar de trasmitir a los demás. Si algo he podido hacer, muy modesto, porque nunca nadie tendría el derecho a sentirse satisfecho de lo que ha hecho, se lo debo fundamentalmente a mi madre”.
Lina Ruz supo sufrir la partida a la guerra de sus hijos como en su momento lo hicieron, Mariana, Leonor, Dominga Moncada, Lucía Iñiguez, entre otras gloriosas madres de patriotas cubanas. Lina volcó su fe religiosa y sus plegarias al bienestar de sus hijos que se enfrentaban en la Sierra Maestra a la dictadura más cruel que jamás sufrió Cuba. Incluso fue capaz de visitar a su hijo Raúl, en el Segundo Frente, en 1958, con fusil en brazos y revolver en cintura, como una mambisa del siglo XX.
Aceptó las ideas revolucionarias de su hijo, aun y cuando le tocó ver la Reforma agraria y como eran repartidas a los campesinos las tierras que ella tanto amó, pero que eran la promesa de su vástago que comenzaba a predicar con el ejemplo.
El 6 de agosto de 1963, el líder histórico de la revolución veía partir a la eternidad a la mujer que lo educó en el amor, el respeto y la firmeza de los ideales.
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