Desde el momento histórico que algunos llaman “el parto de la nación”: la insurrección anticolonialista conocida como la Guerra del 68, la conquista de toda la justicia social para todos ha sido un objetivo fundamental de lucha para las fuerzas revolucionarias.
Ya cuando Carlos Manuel de Céspedes pronunció el grito independentista en el ingenio Demajagua, al hacer público el manifiesto programático de los sublevados, situaba la conquista de la justicia social en primer plano, al plantearse partidarios la abolición de la esclavitud.
Incluso iba más allá, al abogar por el sufragio universal, demanda aún no conquistada en 1868 en muchas naciones europeas. De ese modo se pretendía en una república cubana futura igualar en derechos a los antiguos esclavos con los antiguos amos.
Durante los preparativos de la guerra necesaria en 1895, José Martí solía decir que aquella guerra se hacía, además de para liberar a la patria del yugo colonial español, para conquistar toda la justicia social para todos. Al marxista Carlos Baliño le aconsejaba paciencia: “La independencia, ahora; la Revolución la haremos en la república”
La muerte de Martí, de Antonio Maceo y otros próceres de larga visión resultó funesta para el destino de Cuba. La república neocolonial implantada el 20 de mayo de 1902 no respetaba los postulados del Apóstol. La discriminación racial, social y de género se enraizó en el país.
A los negros y mulatos les dejaban votar y ser elegidos; a las mujeres, aunque fueran blancas, ni eso. Los afrodescendientes eran marginados de los mejores puestos, aunque hubieran tenido una participación destacada en la guerra libertadora o fueran los más capaces para desempeñar una determinada función.
Don Tomás Estrada Palma, al cursar invitaciones para el entonces Palacio Presidencial, que no era aún el que hoy conocemos como Museo de la Revolución, lo hacía para la esposa o prometida del congresista que tuviera la tez blanca o similar. Las esposas de tez negra o “amulatada oscura” no eran invitadas.
Eso era lo que algunos biógrafos de ese presidente cubano llaman “su alto concepto de la democracia y la honestidad”.
Aquellos que, malintencionadamente, claman por un presidente negro o mulato en Cuba olvidan que ya tuvimos uno, el sargento devenido general Fulgencio Batista. Los intentos de algunos de demostrar que El Beno, como le llamaban en Banes, era descendiente de indios resulta patético.
Todavía andan por ahí fotos de sus padres y demás mayores, que si bien pudieran haber tenido algo de arahuaco (los aborígenes cubanos) tampoco pueden negar que tenían bastante en sus genes de congo o de carabalí.
Durante los dos gobiernos de Batista (1934-1944,como hombre fuerte del país, el último cuatrienio como presidente además; 1952-1958 como dictador que se autoeligió mandatario en unos comicios espurios) la discriminación racial era demasiado evidente en la geografía nacional.
En Trinidad, por ejemplo, en el parque situado frente al Gran Hotel, los negros no podían pasear por la acera frente a la instalación ni por las dos cuadras perpendiculares a ella, sino por la restante, que queda frente a la escuela.
En Santa Clara, eran un poco más democráticos: los negros podían desplazarse por una cuadra más en el parque Leoncio Vidal.
Un negro no podía suscribirse, aunque le sobrara el dinero, a ningún balneario privado de la Playa de Marianao, porque le vetaban la entrada. En la mayoría de las escuelas privada, incluso en las regenteadas por el clero católico y protestante, tampcoeran aceptados.
Y el presidente afrodescendiente, a pesar de que tenía el respaldo de la Constitución en su cuatrienio 1940-1944 como mandatario “electo en comicios libres”, nada hacía por sancionar esa anticonstitucionalidad. Tampoco hizo nada en sus años como dictador.
Sí es bueno aclarar que no fue Batista en 1936, como hombre fuerte de Cuba, quien le concedió el voto a la mujer. Esa ley se dictó en 1932 y luego la ratificó el gobierno Grau-Guiteras un año después. En los comicios en que las mujeres votaron por primera vez. al presidente electo, Batista lo derrocó meses más tarde.
Se da un caso curioso. Carlos Prío (1948-1952) promulgó una ley que prácticamente obligaba a las tiendas exclusivas de la zona comercial aledaña a la calle Galiano a contratar empleadas afrodescendientes. La gran mayoría, por “cumplir la ley”, aceptó mulatas jóvenes, lindas y muy claritas.
Al ascender mediante un golpe de Estado el afrodescendinte Batista al poder en 1952, los dueños de esos establecimientos consultaron el asunto con el golpista. Inmediatamente fueron despedidas todas las dependientes mulatas.
Hubo dos excepciones y no por filantropía. Como confesaría uno de esos propietarios después, se percató de que con mulatas como dependientas había subido extraordinariamente la venta porque la media y pequeña burguesía negra acudían a su tienda, intimidadas con la exclusividad racista de otros establecimientos.
“No tenía forma de competir con El Encanto, Flogar, La época, y ellas atraían clientes, sobre todo mujeres”, declaró.
Con la Revolución la Constitución de 1940 dejó de ser letra muerta que en la neocolonia, decían, “se acata, pero no se cumple”. Fueron barridas las bases estructurales de la discriminación racial, social y de género.
No solo la universidad de tiñó de negra, de mulata, de obrera. Los afrodescendientes tuvieron acceso a estudios de los que en la neocolonia solo podían soñar con ellas. Se les abrieron las playas e instalaciones turísticas. Como todos los cubanos y las cubanas gozaron de las gratuidades de la educación y la medicina.
Lamentablemente las mentes no se cambian por decretos. Y en Cuba existen aún prejuicios raciales y machistas muy enraizados. Pero también hay quienes los exageran y los hacen pasar por discriminación para complacer audiencias de otras latitudes que aspiran a derrocar a la Revolución cubana.
Hay que carecer de vergüenza para hablar de la discriminación racial en Cuba y retratarse en la sala de su casa con el periodista extranjero con ropa importada, televisor de plasma, celular que constantemente está sonando y un reproductor de DVD con un estante al lado lleno de filmes de Denzel Washington.
Ese nivel de vida que ostentan, me pregunto, ¿lo tienen todos en Cuba, incluyendo los de engañosa piel blanca? Porque aquí el que no tiene de congo, tiene de canario y tal vez tenga además de andaluz, arará, asturiano y carabalí.
Como los politiqueros de antes, se creen ungidos por dios para hablar del “pueblo negro” de Cuba. Sin embargo nunca los he visto confraternizar con los vecinos del Tibolí santiaguero, de Chicharrones y el Distrito José Martí, de Rosa la Bayamesa y Ciro Redondo (Bayamo).
Sentados en su buró, cristal de la oficina enfocado hacia el Malecón, es fácil hablar “en nombre” de esa población. ¿Habrían conversado alguna vez con los compatriotas de esos barrios periféricos que se niegan, me lo han confesado, a ser llamados afrocubanos?
Por ello me indigna cuando un colega de la radio, en la Feria del Libro reitera año tras año que Cuba no ha resuelto “el problema del negro”. ¿Lo ha resuelto Estados Unidos? ¿Colombia o algún otro paraíso neoliberal? Al menos Cuba lo intenta hace 57 años. Y no ceja en ese empeño.
Rosa C. Báez @LaPolillaCubana
21/2/16 12:12
Qué bueno ver que mis tesis no están erradas... esos "marginados" de la raza todos casados con mujeres rubias...
Donaldo
23/3/16 22:30
Un ensayo excelente - se puede escribir en países de la OEA que todavía niegan los derechos humanos en contraste con las libertades que disfrutan los ciudadanos de Cuba. O comparar con los estadounidenses la riqueza de la mortalidad infantil - cobertura de atención de la salud - acumulada por el 1% 9% a 90%-longevidad-personas morir de heridas de bala-números encarceladas, casos de disparos de la policía-reincidencia en prisión población - invasiones de otras naciones desde el año 2000 También puede tener otras comparaciones que muestran cómo notable y democrática que Cuba realmente es comparado con países que vienen a alardear sobre sus modelos de los derechos humanos. Quizás las "damas de blanco" podrían ser solicitadas para ayudarle. Podría ser mejor educados de su propia buena fortuna de estar en Cuba.
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