A 60 años del ataque mercernario, aquellos días en Girón retumban todavía en la conciencia de un pueblo que ha aprendido sobre la dignidad de ser libre y a no dudar jamás de sus victorias, aun cuando se impone el mayor de los sacrificios, aquel que pone con sangre el nombre de un país.
Bien lo dijo Fidel en su comunicado final el 19 de abril de 1961, Al pueblo de Cuba: “La Revolución ha salido victoriosa, aunque pagando un saldo elevado de vidas valiosas de combatientes revolucionarios que se enfrentaron a los invasores y los atacaron incesantemente sin un solo minuto de tregua, destruyendo así en menos de 72 horas el gobierno imperialista de Estados Unidos”.
Y es que cuando se habla de la primera gran derrota y gran condena del imperialismo en suelo latinoamericano –epíteto que por sí solo enaltece-, tras la hazaña nacional se descubre un rostro joven.
Al analizar individual y colectivamente el total de caídos, la historia nos advierte que la aplastante y rápida acción fue obra de la juventud cubana, como lo prueba la edad media de los mismos: 24,7 años, con la particularidad que hubo algunos de 14,15 y 16 años.
Pero; ¿cuáles son los sueños que invaden la quietud cuando se tienen 15 o 16 años? Osados aquellos jóvenes quienes -tal vez sin conocer el amor de pareja- profesaban un inigualable amor a su Patria.
Dieciséis años tenía Rolando Valdivia Fernández cuando una sola cosa le robaba el sueño: terminar su curso de artillería, recibir su boina verde y exhibirla cual mayor trofeo en el desfile de Mayo de 1961. Pudo una bala, aquel fatídico abril, arrebatarle su sueño. En cambio, con su vida devolvió la esperanza a millones de cubanos.
Volvería Fidel, meses después, a tomar la tribuna de la justicia y poner en lo más alto el papel de las jóvenes generaciones cuando decía: “… no se graduaron de responsables de milicias, pero se graduaron de héroes eternos de la Patria”.
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