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viernes, 22 de noviembre de 2024

A 60 años de la Lucha contra Bandidos en Cuba 

La historia es circular: vuelve una y otra vez al mismo punto. La Casa Blanca sigue apostando a la misma trama y alentando los alzamientos que, desde luego, deben ejecutar en Cuba los primos o antiguos vecinos del ala terrorista de la emigración cubana...

Rosa Miriam Elizalde en Nodal 01/05/2024
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Lucha contra bandidos
Llevamos seis décadas de repeticiones en las que Miami pone las arengas de combate y la orquesta con sus himnos de guerra transmitidos a toda potencia desde las emisoras de Florida y, ahora, en las plataformas sociales.

La ritualidad del poder es cosa probada. Hace 60 años, cuando le preguntaron al jefe de una expedición para liberar a Cuba de los comunistas por qué había dejado Miami y se había lanzado a semejante aventura –fue capturado y pasó 22 años en prisión–, respondió que los exilados quieren que se mate mucha gente para levantar presión con los estadunidenses y empujarlos a una guerra. Eloy Gutiérrez Menoyo había sido comandante del ejército rebelde y luego director militar de Alpha 66, organización terrorista creada por la CIA.

Las declaraciones de Gutiérrez Menoyo se produjeron en un contexto particular, la llamada Lucha contra Bandidos, como se conoce la ofensiva contra los grupos armados que intentaron imitar la guerrilla dirigida por Fidel Castro, pero con signo contrarrevolucionario, entre 1960 y 1965. El Programa de Acción Encubierta contra el Régimen de Castro, propuesto por la CIA y aprobado por el presidente Dwight D. Eisenhower el 17 de marzo de 1960, autorizó la creación de una organización secreta de inteligencia y acción dentro de Cuba, con los fondos necesarios para sostener un foco militar en las montañas de El Escambray, cordillera del centro de la isla.

El próximo 28 de abril se cumplen 60 años del asesinato de Alberto Delgado Delgado, un campesino que logró infiltrarse en los grupos más violentos que operaban en El Escambray. Gracias a su habilidad e inteligencia se pudieron detener a más de 40 alzados sin disparar un tiro, pero atrajo las sospechas de la banda restante. Murió bajo terribles torturas sin revelar su verdadera filiación política. La vida de este hombre ejemplar se convirtió en un clásico del cine cubano, El hombre de Maisinicú (1973), del director Manuel Pérez Paredes, y fue uno entre muchos episodios heroicos que condujeron a la extinción de los alzados.

Pero la historia es circular: vuelve una y otra vez al mismo punto. La Casa Blanca sigue apostando a la misma trama y alentando los alzamientos que, desde luego, deben ejecutar en Cuba los primos o antiguos vecinos del ala terrorista de la emigración cubana. Llevamos seis décadas de repeticiones en las que Miami pone las arengas de combate y la orquesta con sus himnos de guerra transmitidos a toda potencia desde las emisoras de Florida y, ahora, en las plataformas sociales. Del otro lado, el heroísmo se sitúa a la altura del hombre y la mujer de la calle que tienen que bregar con este drama nacional y su poderosa mezcla de dificultades: la escasez, los apagones, la inflación, las colas para comprar alimentos, la precariedad del transporte público…

Nadie sale indemne de este ciclo infinito. La idea del conflicto permanente como método es un ostensible ejercicio de crueldad y una bomba de tiempo. La larga duración, la aspereza y la incapacidad de las sucesivas administraciones estadunidenses para despojarse del espíritu de la guerra fría han envenenado una relación que podría haberse conducido en términos de mayor racionalidad, algo que parece alejarse aún más del horizonte si llega Donald Trump a la Casa Blanca.

No olvidemos que la guerra fría ha dado muchas ventajas a Washington y sirvió, entre otras cosas, para asustar a la gente y generar sumisión al poder y espíritu patriótico. En los años 50, el gobierno de EU construyó refugios contra bombardeos y radiaciones y alentó a la población civil a que construyera sus propios búnkeres en los sótanos de sus casas. La Internet que hoy conocemos surgió de la idea de crear redundancia en los sistemas de comunicación ante la supuesta inminencia de un ataque atómico de la Unión Soviética.

Hay nostalgia por la guerra fría, sólo que en otra era de la humanidad en que la capacidad de inventar, adoptar y adaptar las llamadas nuevas tecnologías no está sólo en manos de un par de países. Las invasiones militares han sido sustituidas por la guerra a distancia, mercenarios, asesinatos selectivos y operaciones especiales puntuales. Los pretextos para violentar la soberanía de cualquier nación suelen ser ridículos. Las redes, donde convive habitualmente más de 70 por ciento de la población mundial, son máquinas de lavado para la desinformación, mientras la capacidad de engaño de la inteligencia artificial multiplica de manera exponencial la mentira, la polarización y el odio. El bandidismo de antaño florece bajo el cuidado de los uniformados que han convertido el ciberespacio en la última milla de control militar.

Si a ese coctel se añade lo que se está viviendo en el Medio Oriente, con el hijo putativo de Estados Unidos masacrando a Palestina sin freno alguno, el mayor riesgo para Cuba no radica en que la fórmula de la que hablaba Gutiérrez Menoyo siga repitiéndose hasta el infinito y más allá, con su cuota de fracaso incluida. El peligro real es que logren escalar hacia la guerra caliente en el Caribe, gracias a la actitud negligente y sonámbula del gobierno de Estados ­Unidos, que apuesta a replicar en el próximo verano las protestas de julio de 2021.

La guerra fría, moldura que condicionó hace 60 años la Lucha contra Bandidos en Cuba, jamás tuvo tanta capacidad como ahora para la creatividad perversa al servicio de un objetivo racional de poder.


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Rosa Miriam Elizalde


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