Son cerca de las seis de la tarde, llueve y
…las gotas casi obligan a cerrar los ojos. No encuentras donde guarecerte, porque hay avenidas que son como desiertos o porque son tantas las ganas de llegar, de “salir de eso”, que uno solo pedalea y pedalea y pedalea más, con los ojos casi cerrados, añorando que aquel charco no sea un bache o que a algún camionero no le dé por hacerse el fuerte contigo.
La lluvia cesa, sigues y alguien
…te pisa los talones. Cuando vas en bicicleta, compites hasta con las moscas. Si un almendrón afloja la velocidad al lado tuyo, compites con el almendrón. Con otras bicicletas, eléctricas incluso, no hay condicionales: sí o sí… y en ello va la honra.
El señor acepta el reto. Su bicicleta
tiene finísimas llantas. Ligerísima se ve su bicicleta y él tiene casco y gafas. Sin mucho alarde, te adelanta cuando el semáforo da el verde. Y tú… piensas en los diez kilómetros de rueda que ya diste y en que tu competencia es contra el tiempo, contra la noche que viene y contra la lluvia… que se acaba de ir, pero no tanto. Después dices: ¡Qué diablos! y lo adelantas con tu bicicleta de llantas gruesas y con la línea de fango trazada en el espinazo de la mochila, línea que de seguro también salpica la nuca, como mismo, lleno de fango, fino fango, arenilla… yace el espinazo mismo de la bicicleta. A mayor velocidad más fango. La furia del “vencer” tiene su costo.
Pero no eres de aquí… te pierdes
…y el señor vuelve a pasarte y tú a pensar en el mapa y en las curvas que el mapa había dicho que tendría la carretera. Y en tanto no aparece otro entronque “de las dudas”, sacas cuentas y piensas que, en La Habana, es muy probable que, después de un puente o de una línea de tren o de un puente sobre una línea de tren, te espere un enorme cartel de bienvenida. “Bienvenido a Boyeros”, rezan letras de cemento tras pasar un crucero ferroviario, como aquel “Bienvenido a Arrollo Naranjo”, tras otro; “a Marianao”, tras un puente; tras un puente también: “a San Miguel del Padrón”; y tras otro puente más… el último cartel que viste… ese que le pone gentilicio a las primeras gotas de fango de Guanabacoa.
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Vas a adelantarte, pero tienes dudas, más dudas
…y le preguntas a tu “contrincante” si acaso esta que nos enfanga es la Calzada Vieja. “Esta es, sí. Todo esto recto para allá arriba”. “Gracias”, dices “gracias” e insistes en la delantera, mas no por mucho tiempo, porque loma desconocida vale por tres y te aniquila la loma, casi te aniquila…
Y el señor va adelante, pero sientes
…que en su gesto busca darte fuerzas, porque permanece cerca y mira, a ratos, hacia atrás, como si te conociera desde hace más de cuatro kilómetros. Y tomas fuerzas… pasas. Se empina más la loma y aventaja él y va más lejos y parece casi detenerse en un punto y tú vas y ves: él te busca como si se le hubiese quedado un hijo perdido por los meandros de la carretera.
Esta vez solo te acercas
…y mantienes paso noble y piensas en aquello que decía Carpentier el 18 de septiembre del cincuenta y tres: “el deporte no es tan fraternal como lo pintan. Ni creo que contribuya mucho al acercamiento de los hombres. Es lucha y, como toda lucha, atiza pasiones y alimenta rivalidades”*. Y has decidido no intentar otra furia de pedales porque,
después de tanto competir hasta con sombras,
…“en la gran aventura de soledad, de riesgo, de voluntad”**, como también decía el bueno de Alexis, comprendes, de súbito, que para largos y lluviosos caminos no existe más trofeo que la compañía.
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*“Fraternidad y deporte”, El Nacional, Caracas
**“El último buscador del Dorado”, El Nacional, Caracas
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