Proveniente de una familia de deportistas, no sorprendió que de niña la flechara un balón de voleibol que pusieron en sus manos. Con el tiempo se mezclarían talento, posibilidades y mucho sacrificio para convertirse en una de las siete Morenas del Caribe tres veces campeonas olímpicas.
Marlenis Costa vivió su infancia en La Palma, Pinar del Río. Soñaba ser bailarina de folclore, pero resultó demasiado fuerte la influencia de los tíos Costa, Caridad y Silvia, esta última una distinguida saltadora de altura. Y también de Jesús, Francisco y Reynaldo, peloteros reconocidos, deporte que igual practicaron su papá y el abuelo.
"Desde niña he sido amante del baile, pero me llevaron al área del central Manuel Sanguily y el voleibol resultó el único y gran amor de mi vida deportiva. A los 11 años me captaron para la Eide Ormani Arenado Llonch y participé en cuatro juegos escolares nacionales", explica.
- ¿Siempre pasadora?
- Para nada, era atacadora auxiliar. Veía a Mireya Luis y aquello me ilusionaba porque, sin alarde, las “echaba” durísimo. En los juegos escolares quedaba entre las cinco primeras. Sin embargo, tuve muchos contratiempos por mi estatura y luego con el peso corporal. Usé muchos “monos” de nylon en el equipo nacional, tanto que me acostumbré a entrenar siempre así.
- ¿Cómo pudo promover al equipo nacional juvenil?
- Lo agradezco eternamente a la profesora Ana Ibis Díaz, campeona mundial en 1978. Llegué a la cima gracias a que le insistió a Graciela González, “Chela”, para entonces responsable de las captaciones en la comisión nacional. Ella reconocía mi talento, pero solo medía 173 centímetros de estatura más o menos. Entré en 1988, con 15 años, a la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (Espa) de Playa, ubicada en el hoy Club Habana.
- ¿Quiénes la entrenaron en la Espa?
- La propia Ana Ibis, Celestino Suárez (Tinito) y Eider George. Luego se incorporó Tomás Fernández, que me conocía de la Eide. Me ayudaron mucho. Ese colectivo realizaba un gran trabajo para pulirnos y poder subir a la preselección nacional.
Los equipos estaban bien definidos, había matrículas para cadetes, juveniles y los equipos A y B. Para entrar a la selección grande costaba “Dios y ayuda”. Ahora llegas y ya formas parte del equipo nacional. Las jugadoras se mezclan y queman etapas.
Antes entrenarse con la preselección nacional, siendo juvenil, constituía un privilegio. Y había que aprovechar muy bien las oportunidades que daba el profesor Eugenio George.
- Cuentan que siempre se entrenaba fuerte…
- Desde juveniles era duro y los entrenadores muy rigurosos. Nos quejábamos, pero cuando ganábamos entendíamos la razón. A las muchachas de ahora les digo que lo tienen todo. En mi tiempo no era así en el orden material ni para ganarse las cosas.
Por ejemplo, los equipos se ubicaban por jerarquía en los mejores horarios para el entrenamiento en el tabloncillo de la hoy Esfaar Cerro Pelado. Y te esforzabas por llegar a donde estaban Mireya Luis, Magaly Carvajal, Tania Ortiz y Lily Izquierdo, entre otras.
Ahora debiera hablárseles a las nuevas chicas de aquellas generaciones, a partir de 1970, para que se inspiren y sirvan de estímulo. Conocen sobre todo a Mireya y Regla Torres, quien incluso funge como entrenadora en la escuela nacional.
- ¿Quiénes fueron sus ídolos?
- De joven mi compatriota Imilsis Téllez, excelente pasadora de las titulares mundiales de 1978. También la rusa campeona olímpica Irina Kirillova, colocadora con quien tuve la oportunidad de jugar en los clubes de Reggio Calabria y Bérgamo. Quería ser como ellas. De Imilsis siempre pensé que no había bolas difíciles para ella. Fue extraordinaria.
- Su primera competencia internacional…
- Con 15 años de edad, en 1988, viajé a Checoslovaquia para los Juegos Juveniles de la Amistad. Para mí y el resto de las muchachas fue algo impresionante. Siendo tan jóvenes no era normal hacer el equipo de lujo. Ahora es diferente, pues las muchachas llegan temprano incluso a jugar en ligas extranjeras. Montar el avión, ver cosas que ni imaginaba… Cuando entré Regla Torres ya estaba ahí, llegó con 13 años. Fue una experiencia que marcó mi futuro.
- ¿Cuándo ingresó a la selección de lujo?
- A finales de 1990 para la tradicional gira de invierno. Y en 1991 intervine en los XI Juegos Panamericanos de La Habana, aunque todavía no era regular. Eugenio estaba observando siempre a las juveniles, daba sus vueltas por allí y elegía.
Los entrenadores elogiaban el carácter que imponía en cada sesión y partido, decían que era muy atrevida… Siempre lo he sido, como sincera. Algunos me critican por no tener “pelos en la lengua”, como cuando digo que sufro viendo hoy a nuestro equipo nacional.
Para llegar a lo más alto hay que entregarse a fondo. Cada punto, cada rematazo hay que festejarlo con júbilo. Esa combatividad también ayudó a mi promoción. Eugenio era visionario, miraba más allá que otros.
- ¿Compartió con pasadoras diferentes en tres juegos olímpicos?
- Eugenio defendió siempre jugar con dos armadoras y demostró que era el sistema más efectivo con su amplio historial de victorias. En Barcelona 1992 estuve con Lily Izquierdo; en Atlanta 1996 con Raysa O´Farril, quien alternaba con Lily; y en Sídney 2000 con Taimaris Agüero.
Muchos no saben que de las siete tricampeonas olímpicas las únicas que jugamos regulares siempre fuimos Regla Bell, Regla Torres y yo.
- ¿Qué opina de la posición de pasadora?
- Sostengo que es muy desfavorecida y subvalorada. Siempre se realza más la labor de las atacadoras, pero si se analiza bien somos jugadoras universales. Además de cumplir nuestro rol, atacamos, defendemos, bloqueamos y recibimos.
Había partidos en que rematábamos más que las mismas atacadoras. Me gustaría ver hoy en la escuela nacional a aquella cantidad de pasadoras. Eso conduce a mayor rivalidad y a que pueda jugarse el sistema 6-2. Los mejores resultados se obtuvieron así. Quiero colaborar a revivir el deporte que tanto amamos.
- ¿Cómo recuerda a sus entrenadores?
- Empiezo por mi profesor en la Eide. Recuerdo con mucho cariño a Pablo Miranda y a Tomy Fernández, porque es pinareño y visitaba el centro. Me ayudó grandemente.
En el equipo nacional fueron vitales Eugenio George, sin dudas la cabeza pensante, y Luis Felipe Calderón, a quien también agradezco mucho. Le tenía una estima muy especial, siempre nos daba consejos sobre el entrenamiento, el peso, la familia.
Con ellos podías conversar de cualquier tema. Eugenio era buen consejero de cualquier tema, por eso coincidimos en que nos enseñó todo, desde peinarnos y vestirnos hasta comportarnos en una mesa. Calderón fue como un hermano, Eugenio un padre.
- Llegó el retiro con apenas 27 años…
- Me retiré después de Sídney 2000 porque habíamos ganado los más importantes torneos de la federación internacional. Algunos dos o tres veces. Quería formar una familia. Hoy mi hija Melannie Chaney tiene 20 años y los jimaguas Christian y Dailannie.
Trabajé en el Combinado Deportivo Francisco Cardona, luego en la subdirección de deportes del municipio 10 de Octubre y desde 2016 en la oficina de atención a atletas. Las personas están donde se sienten bien, le dan apoyo, cariño y reconocimiento. No vivo en ese municipio, pero nunca han querido que me vaya.
- ¿Le gustaría vincularse al voleibol?
- Haber sido una gran atleta no quiere decir que pueda ser una gran entrenadora. Tampoco significa que todas las Morenas del Caribe quisiéramos serlo. Hay muchas con condiciones para asumir funciones y con la disposición de ir a la escuela nacional a apoyar en cualquier tarea para contribuir a levantar el nivel de nuestra selección femenina. Me gustaría ir dos o tres veces a la semana y apoyar en la preparación de las pasadoras, pero nunca me han convocado.
No estamos pensando en sustituir a nadie, pero creo que una mayor presencia nuestra puede ayudar a salir de la crisis actual del voleibol rama femenina. Norka Latamblet es una excelente entrenadora y hay otras que igual somos licenciadas y másteres.
-¿Cuál es su sueño con la nueva generación?
- Que entrenen tan fuerte como sucedía antes, con el rigor que impusieron Eugenio, Ñico Perdomo y el resto de los profesores. Estas muchachas poseen mejor físico y estatura que cuando yo tenía su edad. Sin embargo, hay que cambiar la mentalidad, lograr un colectivo técnico como los que dirigía Eugenio; retomar la escuela que creó y rescatar sus métodos de entrenamiento que muchos resultados dieron al más alto nivel.
Nos quejábamos de las fuertes sesiones de entrenamiento, pero al final lo hacíamos todo. Nunca le faltamos al respeto y nos convencía, con nuestros propios triunfos, de que valía la pena el esfuerzo, las vueltas a la pista, los cientos de saltos, las horas diarias en la cancha.
Solo eso nos condujo a lo más alto del podio en tres juegos olímpicos y a que cuando se menciona a las Morenas del Caribe se está diciendo Cuba. Eso nos enorgullece.
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