En Asia, donde hay robots que parecen humanos y humanos que se comportan como robots, se juega béisbol. Primero empezaron las ligas de Taipéi de China y Corea del Sur y pronto (el 19 de junio) dirán también, bajito y guardando la debida distancia arbitral: play ball en Japón, el circuito de más alcurnia de aquellos lares.
Los asiáticos son muy disciplinados. Quisquillosos, diríamos los latinos, y los de este lado del Pacífico que juegan allá entran por el aro o rescinden sus contratos. En una temporada con el mercado laboral deprimido no es una decisión inteligente incumplir las reglas, por muy estrictas que sean.
Las aficiones en Asia colman los estadios y suelen pasarse horas a la espera del inicio del choque, pegaditos unos a otros sin tocarse. Celebran a su manera, muy asiática.
Allá hay tecnología para intercambiar los line up on line y transmitir todos los juegos por televisión e internet. Y cuando el mentor, a distancia, cambia a un pitcher o un bateador, la orden se cumple casi robóticamente. Ni un músculo se tensa, ni una gota salival.
Los juegos asiáticos se gozan hasta el delirio. Hasta el infarto asiático, que no es, ni por asomo, el infarto latino. Allá pueden pedir que cada pitcher tenga sus pelotas, que las marque si quiere; que los bateadores no suelten el pedazo de madera hasta que lleguen a la base o se consuma el out.
Incluso, allá pueden entrenar tanto que dos jardineros no vayan por un mismo batazo, solo uno, da lo mismo que sea el más próximo o el de mejor brazo. Allá, el béisbol, insisto, no es latino.
El paquete de medidas impuesto en ambas ligas en operaciones se cumple. No hay noticias de infracciones. Las gradas, poco a poco, van poblándose de fanáticos humanos. De carne y hueso. Y quedan, aún, los otros. De metal y chips.
En América todavía no hay béisbol. Nicaragua jugó como si nada en medio de la pandemia y pagó caro el atrevimiento: parón forzado. Grandes Ligas negocia un pacto que asegure el inicio de la temporada, pero aún no hay acuerdo. Primero se discute la bolsa y después las reglas especiales.
Sobre cómo repartirse las pérdidas seguro habrá entendimiento. Algo siempre será mejor que nada. Luego vendrá el legajo de más de 60 hojas que pudo ser lo primero en la mesa de negociaciones.
Acá es el juego de latinos con algunos asiáticos que saben, por cultura, dónde está el aro. Si dicen: no se puede escupir, no escupirán (los asiáticos); no festejar con abrazos, no celebrarán (los asiáticos); mantener un metro de distancia en el banco, no habrá que regañar a ninguno (de los asiáticos).
No imagino, por mucho que trato, visualizar un juego celebrando los jonrones con reverencias feudales. O los jugadores diciéndose: cuando pase la COVID-19 vamos a arreglar esta entrada violenta tuya a mi base, o la inversa, tu guantazo. No imagino, y para ser franco, no quiero. Pero será el béisbol pandémico, post pandémico o como quieran llamarlo, el único al parecer posible, si queremos que haya béisbol al menos en lo que queda de 2020.
Y lo peor no es que el juego se vuelva aburrido, insípido, sino que cuando uno esté adaptándose, algún jugador se contagie y suceda lo mismo que en Nicaragua. O, si son muchos, digan: hasta aquí.
El béisbol, digan lo que digan, no será mismo. ¿Y en Cuba? A gradas vacías y sin roces, ni pensarlo.
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