La última batalla de Estados Unidos para tratar de imponer el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) se libró en noviembre del 2005 en la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Argentina, cuando varios presidentes, en lenguaje alto y claro, con el mandatario George W. Bush en el plenario escuchando lo que no entendía, rechazaron la legitimización de un proyecto imperial que pretendía anexarse las economías desde el río Bravo hasta La Patagonia.
El proyecto estadounidense nació en 1994 en Miami, Florida. El presidente demócrata William Clinton citó a los mandatarios latinoamericanos –con excepción de Cuba- para explicarles la idea de expandir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, también conocido como TLC, TLCAN o NAFTA (por sus siglas en inglés), en el cual además participaban ya México y Canadá y, firmar el acuerdo.
De lo que se trataba era de pasar a la dominación colonial El Caribe, Centroamérica y Suramérica, y agotar las empobrecidas economías de esas regiones dependientes del gigante norteño, para que como reza un viejo refrán político “el tiburón se comiera las sardinas”.
Pero lo que parecía ser el tiro de gracia a estas regiones históricamente dominadas por la Casa Blanca a base de golpes de estado, invasiones, asesinatos e intrigas de sus Agencias –como la Central de Inteligencia- se vino abajo en la medida en que fueron surgiendo gobiernos electos democráticamente en las urnas, con una visión política humanista e integradora, muy alejada de los principios del capitalismo salvaje.
En esta batalla contra el ALCA mucho tuvo que ver el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, uno de sus principales opositores, quien ganó el Palacio de Miraflores en 1999 con un amplio respaldo popular y una nueva forma de conducir los destinos de una de las naciones petroleras más ricas del planeta, pero con una desigual distribución de la riqueza lo que provocaba que millones de personas vivieran en extrema pobreza.
Al lado de Venezuela, y siguiendo su ejemplo, surgieron otros gobiernos populares, como en Brasil, con Luiz Inacio Lula da Silva, y en Argentina, Néstor Kirchner, Tabaré Vázquez en Uruguay, entre otros, hombres que se dieron a la tarea de renovar la política latinoamericana partiendo del criterio de que la prioridad era el ser humano y no el mercado, ideas que chocaban de frente con los postulados capitalistas.
Esos Mandatarios, y otros, le dijeron las verdades a Bush en su cara, dándole una lección de independencia y dignidad que nunca conoció en sus predios. Con sus discursos, quedaron delimitadas las posibilidades de que Estados Unidos pudiera contar, como hasta entonces, con sus antes aliados en la región latinoamericana. Los políticos norteamericanos fueron por lana y salieron trasquilados.
Junto a estos nuevos líderes –a los que después se unieron, entre otros: Evo Morales, en Bolivia; Rafael Correa, en Ecuador; Daniel Ortega, en Nicaragua-, los pueblos de América Latina, en especial donde el ALCA hubiese hecho los mayores estragos, tomaron las calles en una lucha diaria contra el engendro fundamentado por Clinton.
Sin futuro, la fórmula imperialista fue perdiendo terreno y en la IV Cumbre ante un Bush que parecía desconcertado por los discursos de los jefes de estado latinoamericanos, Kirchner, su anfitrión, claramente le dijo que la región no aceptaba el ALCA; de modo que allí quedaba cerrado el capítulo, sin ponerse en práctica.
“Hemos traído una pala (...) porque aquí en Mar de Plata está la tumba del ALCA”, afirmó Chávez durante la IV Cumbre de las Américas, y de inmediato sugirió la creación de la Alternativa Bolivariana para los pueblos de América – que luego cambió por Alianza, dado el crecimiento de ese espacio integracionista-, que ha beneficiado no solo a sus miembros sino también a las regiones latinoamericanas y caribeñas.
Con absoluta tranquilidad, franqueza y desparpajo, el Presidente que más elecciones ganó en Venezuela afirmó: Al..ca, Al..ca, Al carajo, una expresión que indica la lejanía política e ideológica a donde fue a parar el engendro de la administración Clinton.
Las previsiones de Chávez con el ALBA –que en diciembre del 2004 fundaran el líder bolivariano y el presidente cubano Fidel Castro- han sido superadas en estos últimos 10 años, al crearse un proyecto integracionista de nuevo tipo, cuyos beneficios económicos y sociales han elevado la calidad de vida de millones de personas, sean sus países miembros o no de esta Alianza.
Campañas de alfabetización popular, misiones médicas, entre ellas la famosa Operación Milagro que ha devuelto la visión a más de cinco millones de personas, colaboración en las áreas de la construcción, la constitución del ente energético PETROCARIBE –que salvó de la ruina a las economías caribeñas cuando un barril de petróleo costaba 100 dólares o más-, formación de médicos de entre los jóvenes más pobres, son algunas de los proyectos que el ALBA ha llevado a cabo en una década.
Gracias a la vergüenza de los gobernantes que en los últimos 15 años iniciaron una nueva época para una región considerada por Estados Unidos como su patio trasero, el ALBA y otras organizaciones surgieron por la voluntad política de estos hombres, como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), para crear una nueva América Latina.
Ahora, cuando la reacción internacional con Washington a la cabeza trata de revertir el progreso obtenido por Latinoamérica y el Caribe bajo el liderazgo de mujeres y hombres de estirpe bolivariana, la lección aprendida de que sí se puede derrocar a Estados Unidos, como ocurrió en Mar del Plata y de cómo se empinan los pueblos cuando ven en peligro sus conquistas, mantienen el pensamiento de que, si insisten, tomarán el mismo camino del ALCA.
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