En un mediodía húmedo, el magnate inmobiliario Donald Trump juró como presidente número cuarenta y cinco de los Estados Unidos para poner fin a lo que algunos definen como la “larga era Obama”.
Y si hace ocho años la novedad era la presencia en la tribuna del primer hombre de raza negra en asumir la jefatura de la Casa Blanca, ahora se trata del ascenso a la Oficina Oval de un neto negociante, nacido y criado en medio de las más tradicionales prácticas del llamado pragmatismo norteamericano, y con evidentes deseos de trascender como el gobernante que sí cambiará todo el panorama nacional.
De manera que los norteamericanos y el resto del orbe estaríamos desde este momento a la espera de la concreción de las tan repetidas iniciativas presidenciales, aderezadas del matiz inexperto e irreverente que Trump mostró en sus días de campaña.
En consecuencia, en su discurso de toma de posesión no hubo nada que ya no supiéramos, incluidas las dudas y las interrogantes que siguen volando en el aire.
Trump volvió a apelar al “orgullo norteamericano” y a su plan de que los Estados Unidos siempre estarán primero en toda su iminente gestión, además de repertir los ataques contra una clase política local que, dijo, se olvidó por completo de los electores, sus necesidades y aspiraciones.
En pocas palabras, una mezcla de nacionalismo y crítica interna que sin dudas ha tenido no poca recepción entre diversos sectores poblacionales estadounidenses.
Volvió además sobre la necesidad de reabrir fábricas y crear insfrastructuras para evitar que “como hasta hoy, los Estados Unidos financie el avance externo”, lo que incluye además medidas económicas ya esbozadas como la vuelta al país de industrias que han sido radicadas por sus dueños en el exterior, y renegociaciones de acuerdos comerciales y fiscales que, a su juicio, no convienen el interés de la nación.
Por último, y en este rápido fresco, apuntó brevemente que Washington pretende dialogar con el exterior e imponerse esencialmente “por su ejemplo de bienestar y democracia”.
En fin, una especie de resumen de lo que habíamos escuchado desde antes de las elecciones de noviembre, y que no obstante, si formalmente puede sonar bonito, lo cierto es que deja una larga cola de dudas e incertidumbres, toda vez que no pocos se preguntan si todo se reducirá al campo diplomático en el afán de colocar a los Estados Unidos primero, ya que la nueva administración puede encontrarse con interlocutores para nada dispuestos a ceder o acatar, en el entendido de que ellos también desean estar a la cabeza de la fila.
De manera que luego del acto oficial de toma de posesión estamos en las mismas, habida cuenta que solo sabemos el qué, pero desconocemos el cómo, precisamente la bolsa que guarda los riesgos más severos.
¿Consejo pués? Esperar y darle seguimiento a cada futura declaración o acción, porque todo indica que, a partir de sus concepciones y trayectorias, esencialmente Trump es de los que prefieren hacer la ruta mientras camina.
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