Un último chance

Para aquellos que califican de obcecado, agresivo, falaz y tenebroso a un gigante euroasiático amenazado por un intenso y estrecho cerco militar occidental, la publicación de las propuestas rusas para poner freno a semejante dislate deben tener un sabor amargo.

No por gusto algunos gobiernos y medios informativos montados en la espiral anti Kremlin se apresuraron a calificar de demanda inaceptable y ultimátum insultante la última ventana que Rusia afirma haber abierto para conjurar las  tempestades vigentes, y que precisamente no es el esperado mensaje de rendición, abulia o temor.

Por demás, la sensatez y equilibrio de los enunciados rusos resultan  por sí mismos,  en letra y espíritu, muestras fehacientes  de una voluntad de arreglo simétrico y cuerdo que solo puede ser negado y denostado por quienes únicamente apuestan por cortar la cabeza del interlocutor para lograr sus propósitos.

De hecho, la prerrogativa de la defensa no es cuestionable, y cuando Rusia habla de líneas rojas inviolables y propone medidas de contención que atañen a todos por igual y en similares volúmenes como postrera meta ante el riesgo de una  conflagración incontrolable, pone en evidencia que no es precisamente el gigante euroasiático quien favorece las cuerdas tensas y los climas borrascosos.

La lógica indica y justifica sin dudas que la porfiada extensión hacia el Este de una OTAN liderada por Washington, el posible reclutamiento de Ucrania y otras ex repúblicas soviéticas, y el redespliegue de misiles gringos en Europa Occidental y sus torvos movimientos en el Mar Negro, persiguen acortar al máximo el tiempo y las distancias para un primer golpe militar contra la seguridad e integridad rusas, cuyos obligados movimientos defensivos se traducen públicamente por los agresores como “actos expansionistas” que deben ser conjurados a toda costa, de manera de poner las culpas sobre los hombros equivocados.

Y en su doble condición de programa y prueba de la verdad, las propuestas rusas que Washington demagógicamente ha dicho que estaría dispuesto a analizar a pesar de sus “desacuerdos”, establecen, entre otras disposiciones, reglas escritas y abiertas sobre los límites para el despliegue de la OTAN hacia el Oriente y la no incorporación a esa entidad agresiva de nuevos países limítrofes con Rusia.

Además, reclaman el compromiso mutuo en materia de limitar los movimientos de tropas y medios de combate dentro y fuera de cada espacio firmante; actuar sobre la base de los principios de seguridad indivisible y no provocar daños a la seguridad mutua; que tanto el Kremlin como la Casa Blanca “procuren que cualquier organización internacional, alianza militar o coalición en las que participen respeten los principios contenidos en la Carta de las Naciones Unidas”; y no dislocar misiles de medio y corto alcance en otros países ni en zonas de sus propios territorios desde las cuales sería posible golpear a la otra parte.

Rusia estima que estos parámetros son la clave exacta, precisa, necesaria e ineludible para frenar la actual y sumamente peligrosa escalada, y confirmó que dado el deterioro de las relaciones con la OTAN y la Casa Blanca, no hay otro camino posible, o de lo contrario Occidente tendrá  que lidiar con lo que el vice canciller ruso, Alexánder Grushkó, calificó de “alternativa técnico-militar", entendida como “el desarrollo e implementación acelerados, por el gigante euroasiático, de un “amplio catálogo de contra amenazas.”

En otras palabras, explicó el diplomático, que solo quedan dos caminos a la OTAN y sus dirigentes: “convertir un escenario militar o un escenario técnico-militar en un proceso político" que fortalezca la seguridad y estabilidad de todos los involucrados por igual, o la activación  por Moscú de “todas sus capacidades técnicas para garantizar la actual seguridad militar” que los oponentes pretenden neutralizar con su injerencia a las puertas de las fronteras nacionales.