Aclaraciones y explicaciones ulteriores aparte, que el gobierno de Colombia haya expresado su deseo de integrarse a la fórmula otanista luego de la visita al país del ex presidente norteamericano, Joseph Biden, y del ex candidato derechista venezolano Henrique Capriles, indica que ese veterano bloque guerrerista no parece descartar opciones para estar, como Dios, en todas partes, solo que para podrir cuanto toca.
De hecho, los sectores oficiales de la nación sudamericana no son ajenos a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y en 2008, por ejemplo, esa entidad militar ajena al sur hemisférico no dudó en convocar a efectivos colombianos para tareas de desactivación de minas, operaciones de fuerzas especiales y acciones antinarcóticos en el Afganistán ocupado, según reza la solicitud cursada entonces a Bogotá.
En pocas palabras, hay “avales” en el caso de Colombia, de manera que para ciertos sesudos halcones de Occidente, la puerta para que la OTAN también opere en América Latina como tradicional segundona del Pentágono, estaría ubicada justo en ese punto de la geografía sudamericana y caribeña, no importa que los estatutos otanistas sostengan que no podrá militar en el seno del Tratado ningún país sin costas en el Atlántico Norte…y es que artilugios sobran como para dar vueltas a lo escrito.
Lo cierto es que, suceda lo que suceda, se confirma que la OTAN (siempre de la cola de Washington), que parecía de existencia finita luego de la desaparición de sus oponentes de Europa del Este y la Unión Soviética, parece destinada por las fuerzas reaccionarias a instituirse como un sub gendarme con miras universales.
De hecho, luego de sus actuaciones injerencistas y brutales encaminadas a fines de la década de los noventa al desmembramiento de Yugoslavia, su expansión al Este con el ingreso de nuevos y “occidentalizados” socios procedentes del ex campo socialista, su participación en las tituladas guerras antiterroristas de los Estados Unidos contra Afganistán e Iraq, y su apoyo directo al despliegue del sistema antimisiles Made in USA frente a Rusia y China, es evidente que el papel de escudero de Washington ha calado profundo en amplios sectores políticos y militares del Viejo Continente, para escarnio de líderes que, como el extinto general y presidente francés Charles De Gaulle, ya desde la década de los cincuenta del pasado siglo veían con ojeriza el hegemonismo norteamericano en la OTAN y abogaban por un convenio esencialmente europeísta.
Vale recordar que el acuerdo militar noratlántico nació en 1949 con base en el oeste de Europa a instancias del interés norteamericano de crear un frente bélico que contuviese el titulado “expansionismo comunista proveniente de Moscú y sus aliados”, y como una de las tempranas expresiones del período de Guerra Fría que enfrentaría la humanidad hasta finales del siglo veinte.
En consecuencia, y de acuerdo con el “espíritu” del Tratado, Europa Occidental devino espacio donde se ubicaron numerosas bases militares norteamericanas y en el cual el Pentágono logró desplegar no pocos artilugios nucleares de todos los calibres casi a las puertas de la URSS.
No fue hasta 1955 que surgió el llamado Pacto de Varsovia, la entidad militar integrada por Moscú y sus aliados de Europa del Este, como valladar defensivo frente al despliegue creciente de la OTAN y el rearme germano a cuenta de la asistencia bélica de los Estados Unidos a la entonces República Federal de Alemania.
De manera que desde su nacimiento hasta el presente, el Pacto Atlántico no ha sido otra cosa que caja de resonancia de las ínfulas expansionistas y hegemonistas de la gran potencia imperial que impulsó su surgimiento en el afán de contar con un utensilio adicional en su acariciada “conquista planetaria”.
Y como América Latina y el Caribe forman parte de las víctimas inmediatas de semejantes pujos Made in USA, a que dudar que Washington mueva todos los hilos posibles para que su marioneta encuentre en estos patios, junto a nativos obsecuentes, otras tablas donde montar su bochornoso espectáculo.
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