Desde enero último la capital de Kazajistán ha sido la sede de tres encuentros auspiciados por Rusia, Irán y Turquía (esta última en calidad de controvertido socio), para intentar lograr un entendimiento que propicie la paz en Siria.
Uno de los principales esfuerzos radica en estabilizar el cese del fuego decretado en diciembre último entre Damasco y los titulados “rebeldes moderados”, y que en esta ocasión hizo hincapié en la instrumentación de un mecanismo a tres bandas que garantice la tregua, y que corre a cuenta de los garantes foráneos ya citados anteriormente.
Sin embargo, si la segunda cita en Astaná apenas avanzó por la intencionada llegada a destiempo de las delegaciones turca y opositora, en esta ocasión los pretendidos insurgentes dieron totalmente la espalda al encuentro, lo que motivó que Damasco conversara con los delegados de Moscú y Teherán, y manifestase que a estas alturas la presencia o no de los rebeldes y de Ankara es insustancial en la búsqueda de una solución definitiva.
Al fin y al cabo, precisó la delegación oficial siria, tales grupos armados solo están demostrando su falta de independencia y su apego a los planes injerencistas externos generadores de la prolongada guerra que ha cobrado ya más de 220 000 vidas y causado millones de desplazados.
Y no falta razón a estas afirmaciones, porque es más que evidente que la única opción que siguen barajando los instigadores del conflicto es el derrocamiento del gobierno legítimo de Bashar Asad y la conversión de Siria en otro "Estado fallido" en el escenario mesoriental.
De hecho, los más recientes movimientos occidentales, y específicamente de Washington, apuntan a reforzar esa vieja ambición, en instantes en que, en el terreno militar, las acciones conjuntas del ejército sirio, los combatientes iraníes y del Hizbulá libanés, y la aviación militar rusa, han golpeado con especial fuerza a las unidades terroristas del Estado Islámico y de Al Nusra, la versión siria de Al Qaeda, lo que ha potenciado sensiblemente el poder negociador de Damasco.
No obstante, quienes pretenden enseñorearse en Asia Central y Oriente Medio como parte de sus planes de hegemonismo global, siguen apostando por la guerra y la destrucción.
De hecho, el ex jefe de la CIA norteamericana, David Petraeus, llegó recientemente a solicitar que los Estados Unidos y sus aliados recurran a una “revivida” alianza con Al Qaeda para “luchar de forma conjunta” contra el EI en Siria, una idea que ha alarmado a no pocos expertos estadounidenses en materia militar.
Esas fuentes salieron de inmediato a la palestra pública para indicar que resulta contraproducente hablar de colaboración con terroristas para acabar con el terrorismo, cuando además Al Nusra y el EI convergen en el terreno de combate y sus integrantes se mezclan unos con otros a la hora de cometer sus felonías contra la población siria.
En todo caso, insisten otras fuentes, lo que realmente se aspira es a fortalecer a los yihadistas invocando que algunos de ellos pueden ayudar a Washington en la eliminación de sus semejantes, pretendidamente agrupados bajo otro rótulo formal.
No obstante la desfachatez de los argumentos del citado personaje, se supo por boca de Jennifer Psaki, portavoz del Departamento de Estado, que Washington entregará vehículos ligeros, obuses y hasta armas antitanques a los grupos de la pretendida “oposición moderada” en Siria para, presuntamente “combatir al EI”.
Añadió la funcionaria que Turquía ha prometido prestar su territorio para el entrenamiento de los opositores en el uso de los nuevos pertrechos, y que además se les dotará de radios para guiar a la aviación estadounidense contra “objetivos enemigos”.
Súmese a ello la ilegal llegada a suelo sirio de un contingente de infantes norteamericanos, lo que hace evidente que se está cocinando un panorama que recuerda en mucho al creado en Afganistán decenios atrás, cuando la Casa Blanca se alió a Al Qaeda y los Talibanes contra las autoridades progresistas de Kabul y las tropas soviéticas que acudieron en su auxilio.
Añádase además la revelación del régimen sionista israelí acerca de que los “opositores moderados” también le requirieron apoyo aéreo contra “objetivos” hostiles en Siria.
En pocas palabras, una ensalada de agresividad e injerencismo que tiende a recalentar el conflicto en Siria y que se contrapone abiertamente a toda posible promesa de búsqueda de una solución negociada y pacífica al drama interno, generado por el intervencionismo foráneo.
Y recuérdese en este sentido que desde 2011 a la fecha, y aupados por Occidente, las satrapías árabes y Tel Aviv, no menos de 20 000 mercenarios extranjeros han sido remitidos a suelo sirio para extender el terrorismo y la violencia.
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