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martes, 5 de noviembre de 2024

¿Solución o más enredo?

Sin gloria y con la cabeza gacha deberá despedirse Washington de Afganistán, pero con una gran culpa por lo que deja atrás...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 11/05/2021
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Retiro de tropas USA-Afganistán
Los “muchachos” regresan, y el caos que generaron se re-godea a la espera de asumir nuevos espacios.

La historia no miente. La Casa Blanca alentó el terrorismo de Al Qaeda y el extremismo de los Talibanes para desbancar a la Unión Soviética cuando a fines de los setenta del pasado siglo Moscú envió tropas en apoyo al hostilizado gobierno legítimo de Afganistán, de corte progresista y popular.

Luego, cuando Bin Laden y los chicos de las “madrazas” no hicieron lo convenido y optaron por la hostilidad con el gran socio gringo para instaurar por cuenta propia su modélico “califato”, el controvertido ataque del 11 de septiembre de 2001 se transformó en el agarradero para invadir Afganistán, cercenar y martirizar a su población, e intentar construir un bastión geopolítico Made in USA a las puertas de Rusia y China.

Veinte años después, y luego de más de dos mil 300 soldados gringos muertos, decenas de miles de heridos y traumados, y dilapidados dos billones de dólares de los contribuyentes, la Oficina Oval, primero con Donald Trump y ahora con Joe Biden, anunció que la primera potencia capitalista se va de las ruinas que promovió en suelo afgano…y como si tal cosa.

Trump, en su papel de gran amo, acordó con los Talibanes, sin consultar siquiera a las autoridades de Kabul, sacar a sus “muchachos” para inicios de este mayo y liberar a no menos de cinco mil extremistas presos, a cambio del compromiso de los fundamentalistas de pactar un clima interno estable.

Biden, que heredó ese arreglo, decidió en cambio prorrogar la retirada hasta el próximo 11 de septiembre, y ya entre la contraparte se habla de violación inaceptable, con todo lo que de ello pueda derivarse.

En pocas palabras, ni pensar que la salida norteamericana y de sus aliados occidentales marcará un hito positivo.

Atrás dejan una nación que sigue dividida, sectarias ambiciones de poder que nunca dejaron de existir, y un estado de devastación y caos propicio para alargar al infinito el desbarajuste, las contradicciones, los ajustes de cuentas, y la posibilidad cierta de nuevos y enconados enfrentamientos armados internos y divisiones territoriales artificiales a cuenta de bandas y facciones contrapuestas.

Todo sin olvidar que, a la hora del anuncio trumpista de su “pacto histórico con los Talibanes”, el Pentágono se apresuró a afirmar que, si bien habría un retorno de sus efectivos, “quedarían en territorio afgano importantes enclaves militares estadounidenses con carácter permanente, entre ellos las bases Kandahar Air Field en el sur del país, y la Bagram Air Field, justo al norte de Kabul, la capital afgana. Además, se conservarán también puestos bélicos en número no especificado en otros puntos de la geografía local.”

Una decisión que seguramente una administración como la de Biden, asida -bajo otro disfraz- al eterno propósito hegemonista de  intentar mantener a los Estados Unidos como “fiel del planeta”, intentará consumar a tono con la puja por controlar Asia Central y Oriente Medio como plazas estratégicas de los empeños absolutistas Made in USA.

Mucho más en medio de la actual oleada por presionar, sancionar y pretender mediatizar a Rusia y China como “los principales rivales” de una nación  “signada por la Providencia” para domeñar el planeta.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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