Los voceros occidentales pueden decir lo que quieran, y de hecho lo hacen.
Así, el reciente ataque de aparatos militares de la titulada “coalición internacional” contra una unidad especial de combate del ejército sirio enfrentada directamente a los terroristas del Estado Islámico, EI, fue calificada por algunos mandos hegemonistas de “error”, “confusión”, o simplemente de la “no autoría” de una fuerza área foránea que actúa en Siria sin la menor autorización del gobierno legítimo de Damasco.
Un contingente bélico, dicho sea de paso, que en más de un año de pretendidas represalias contra el EI, bien poco hizo contra las bandas mercenarias en cuestión, como corresponde a un amoroso progenitor que cuida de sus criaturas, ejecutoras en el terreno de la política agresiva y expansionista de la casa matriz.
En el ataque de este diciembre, varios aparatos de Occidente asesinaron a militares sirios y destruyeron un almacén de armas del gobierno, justo cuando esas tropas hacían frente a los intentos yihadistas de ocupar un aeropuerto local.
Y llaman la atención varios aspectos de este episodio. El primero, que viene a sumarse al derribo semanas atrás de un SU-24 de la fuerza aérea rusa sobre territorio sirio a cuenta de las fuerzas armadas de Ankara, mientras atacaba también posiciones de los terroristas en las cercanías de la frontera de Turquía, país por donde el EI trasiega armas y hombres y realiza cuantiosas ventas de crudo robado de los yacimientos sirios en complicidad con las autoridades del otro lado de la divisoria.
Segundo aspecto, el recurrir al argumento de que el ataque a las fuerzas armadas sirias se trató de un error, como si alguien se tragase el cuento de que los Estados Unidos y sus aliados lanzaran a simple vista sus bombas, y no contasen con una inteligencia militar de alta tecnología como para deslindar con antelación y de forma precisa dónde dejar caer sus mortíferas cargas.
¿O es que los pilotos que realizaron el raid eran novatos sin preparación técnica y en aparatos de total obsolecencia?
Lo cierto es que —se ha dicho más de una vez— Washington y sus aliados otanistas, el sionismo, y las autocracias árabes, dedicados a la ya vieja historia de armar y utilizar a los extremistas islámicos aún cuando de vez en vez muerdan la mano del amo, tienen prioridades mayores en el caso de Asia Central y Oriente Medio, antes que el acabar seria y definitivamente con el Estado Islámico.
Y al parecer, luego de los desastrosos episodios de París, y ya alarmados por la presencia efectiva de la aviación militar rusa en Siria previa autorización del gobierno de Bashar el Assad, el juego ha pasado, de utilizar al EI como brazo armado contra Damasco, a convertir su presunta destrucción en el pretexto para desembarcar militarmente en Siria a nombre del “combate antiterrorista” y por encima de toda consulta con las autoridades nacionales.
En pocas palabras, una invasión castrense con todas las de la ley y por propia cuenta, a despecho de las convenciones internacionales y del criterio de los organismos establecidos para dirimir tan peliagudos asuntos.
Y lo más alarmante, una guerra no precisamente dirigida contra el yijadismo que ellos mismos han prohijado más de una vez, sino para lograr el propósito de desmantelar al incómodo gobierno legal de Siria y entorpecer y poner coto a la presencia militar de Moscú al lado de las fuerzas armadas leales a Damasco.
Así las cosas, volvemos a presenciar el abismal y tramposo divorcio imperial entre lo que se dice y se propaga a borbotones por la maquinaria mediática hegemonista, y la realidad de sus mal intencionados actos y aspiraciones.
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