Después de mucha boga diplomática a un lado y otro del Atlántico, el pasado miércoles la Eurocámara aprobó la aplicación provisional —en lo adelante deberá ser ratificado por los 28 parlamentos de los miembros de la UE— del Acuerdo político y de cooperación entre la Unión Europea y Cuba. Disímiles medios hablan del inicio de una nueva era. La nueva era comenzará con el fin de las intromisiones.
La noticia debía ser que por fin el bloque dejó atrás la tristemente célebre Posición Común que imponía normas de conductas a la Isla, pero por sobre ella destaca otro detalle: la aprobación conjunta de una cláusula sobre los derechos humanos en Cuba, que da la apariencia de que los europeos borran el lamentable «legado» de José María Aznar para sumarse al reciente legajo de Donald Trump contra La Habana.
El asunto es que en Estrasburgo se aprobó un proyecto de resolución legislativa que echa a andar el Acuerdo, pero también se dio luz verde a otro no legislativo que falsea y ataca, con un discurso de asombroso parentesco con la Casa Blanca, muchas de las bases del ordenamiento interno cubano.
Desde que fuera firmado en diciembre del año pasado, el Acuerdo representa un importante avance bilateral en tanto Cuba dejará de ser el único país latinoamericano y caribeño carente de este mecanismo de relación con la poderosa Unión, pero el torcimiento de ahora no parece la mejor arrancada. Porque si está dirigido, como se insiste, en reforzar el diálogo «con una amplia gama de instrumentos», las dos partes deben asumir que el chantaje no puede ser uno de ellos.
Cubanamente dicho, uno esperaba que el nuevo «marco jurídico» naciera sin comején, mas ya se ha visto que, en política al menos, el realismo mágico no es patrimonio exclusivo de Latinoamérica.
Aunque no es vinculante, esta «cláusula de derechos humanos», que agria el vino del brindis antes de que sea servido, implica que si no cumplimos en nuestra tierra un estándar extranjero, el Acuerdo sería suspendido. ¿No les suena a «cañona» de otro imperio? ¿Pasó o sigue intacto Aznar?
Se ha dicho, con razón variable, que en Cuba casi todo el mundo baila, juega pelota y puede resumir en un párrafo lo que ocurre en el mundo. En esa última, en su veta de analistas internacionales, muchos compatriotas afirman que, respecto al país, Europa ha seguido a Estados Unidos, primero en las presiones, después en la «apertura» y ahora en los reparos. Que lo digan los hechos.
El Acuerdo, negociado en dos años, reconoce el alto valor estratégico de la relación entre la Unión Europea (UE) y Cuba, sin embargo la jornada de este miércoles en Estrasburgo denota un grave error táctico. El mismo de yanquilandia. El de siempre. El «trabalotodo».
Porque pedir, como hace la cláusula de marras, al Servicio Europeo de Acción Exterior que vigile «de cerca» la situación de los derechos humanos y de las libertades fundamentales en Cuba y que «informe» al Parlamento Europeo al respecto, es pretender desembarcar en la Isla un telescopio ajeno que ésta nunca aceptará.
Esa resolución no vinculante, que mancha los reales progresos que significa el Acuerdo, ubica como un «apoyo» a la sociedad civil cubana los tres premios «a la libertad de conciencia» que entre 2002 y 2010 ha concedido el Parlamento Europeo a contrarrevolucionarios que apenas se representan a sí mismos. ¿Acaso no saben en la ilustrísima Cámara que su empeño en levantar falsos líderes, que generalmente abogan en el extranjero por nuevas sanciones a su propio pueblo, no hace más que blindar los pretextos de quienes atacan a una nación entera para contentar grupúsculos?
Se sabe que, en todo el proceso, junto con la buena voluntad de amigos de Cuba y de amigos del sentido común no ha faltado la ponzoña de eurodiputados conservadores y liberales que no se aburrieron de atacar el Acuerdo. Se sabe que correveidiles de la contrarrevolución han recibido generosas invitaciones para que hagan en Europa lo que mejor saben: denostar a su país. Uno de ellos, con casa en Miami, fue testigo de esta votación. ¿Quién gana realmente con eso?
Como en Estados Unidos, en Europa hay fuerzas de regresión empeñadas en anular los avances registrados y que deberían consolidarse en la relación con Cuba. Y como allá, es cierto, hay parlamentarios y políticos serios que luchan en la otra dirección.
La cuestión es que Acuerdo y cláusula juntos ponen a pensar: si se habla de respeto mutuo y soberanía, ¿cómo encaja en ellos el dictado de cátedra de los cuáles, los cómo y los porqué de los derechos humanos aquí? ¿Ignora alguien que Cuba es lo que es, entre otras cosas, porque se ha sacudido de su lomo de isla los intentos de «certificaciones» foráneas y las visitas de relatores de jorobada intención?
El pasaje ilustra. Así como hay tensiones dentro de países del bloque, entre países, entre países y el bloque, hay también contradicciones al interior de las instituciones comunitarias, porque la Eurocámara enrarece un proceso que había llevado por un cauce más limpio el Consejo Europeo con apoyo de la Comisión Europea.
Con Acuerdo o sin él, siempre habrá un choque de paradigmas. Cuba nunca ha ocultado que sus vínculos con la UE, en la que quiere ver un polo alternativo, son prioridad para levantar su economía socialista, no otra. En su momento, Fidel dijo que nuestro país aplaudió la creación del bloque «porque era lo único inteligente y útil que podían hacer como contrapeso ante el hegemonismo de su poderoso aliado militar y competidor económico». Sin embargo, cuando se ven acciones que calcan el típico comportamiento yanqui cualquiera se da cuenta de que faltan muchas libras para contrapesar lo suficiente.
No deja de ser extraño que al mismo tiempo que se rechaza, sin decir «santo», las medidas de efecto extraterritorial se suelten al vuelo los manipulados pretextos que esgrime el que las aplica.
El asunto es que el Parlamento Europeo trae, como el típico cuento, una noticia buena y otra mala. La primera, el Acuerdo; la segunda, que retoma en papeles su andanza anticubana luego de que en marzo de 2010 manipulara a sus anchas un incidente en la Isla y lo convirtiera en una resolución de condena.
Ya se sabe: aunque no lo tendrá fácil, Donald Trump optó por manejar en reversa la relación con Cuba. El Parlamento Europeo le ha hecho un guiño porque, en el fondo, cambió la Posición Común de José María Aznar por una postura ambigua que entremezcla el compromiso consigo mismo, el trabajado Acuerdo con Cuba y el atávico seguimiento a las pisadas del gigante estadounidense.
De flaquezas está lleno el universo. La talla de pueblo que calza esta Isla, esa sí es poco común.
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