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miércoles, 30 de octubre de 2024

Raices en la ambición

Que el mundo viva hoy horas inciertas tiene su cuna pri-migenia en el Norte de América...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 07/03/2022
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Tropas rusas
El conflicto en Ucrania tiene buena parte de su origen en el burdo devenir del hegemonismo de factura Made in USA. (Foto: HispanTv)

No vamos a conjeturar sobre el hegemonismo innato que acompaña a los grupos norteamericanos de poder desde la propia independencia de las Trece Colonias. Tampoco nos sumergiremos en los detalles de la trepada gringa a los primeros planos mundiales por intermedio de la Doctrina Monroe, en el caso del sur de nuestro continente, o de su provecho oportunista siglos después de los entuertos provocados en Europa y otras lejanas latitudes por la Primera y Segunda Guerras Mundiales.

Decir solo que aquellos vientos trajeron inevitablemente las tempestades de hoy, resumidas en la exigencia de los poderes fácticos gringos a inicios de fines de la pasada centuria, tras el descalabro de la Unión Soviética, de que los Estados Unidos no podían permitir “nunca más” el surgimiento de nuevas potencias mundiales.

Interesante, porque desde ese instante supimos en vivo y en directo que, bien en el fondo, la hostilidad “contra el bloque comunista”, justificada por “abismos ideológicos insalvables”, no difería en propósitos del aherrojamiento a Washington de Europa Occidental desde 1945 por intermedio de ladinos mecanismos como el Plan Marshall y el ulterior surgimiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN.

Y semejante nociva cadena geoestratégica sustenta también hoy la rispidez extrema contra Rusia y China, la política de apretar amarras para seguir sumando y controlando en extremo a las maleables voluntades de la Europa del Oeste (aun a costo de su estabilidad económica y su seguridad e integridad), y el crear explosivos dislates como el derivado de la conversión forzada de Ucrania, a las puertas de Moscú, en afilada punta de lanza contra un nuevo contrincante que ya nada tiene que ver con irreconciliables filosofías.

Y es que la Rusia de estos días no es para la nada la URSS de la Guerra Fría, y su única aspiración, como la de China, es ejercer el derecho legítimo de desarrollarse plenamente en un contexto internacional de respeto y colaboración mutuamente ventajosa con el resto del planeta. Propósitos sin dudas reñidos con imposiciones y ordenanzas a ajenos, o ejercidas por ajenos.

No puede olvidarse, como lamentaba hace apenas unos días Willy Wimmer, ex ministro germano de defensa entre los años políticamente controvertidos de 1985 a 1992, que Occidente, bajo la tutela norteamericana, asumió desde aquellos momentos de cambios trascendentales el “camino equivocado, contribuyendo a la creación en la Federación de Rusia de una impresión bastante justificada de que desde el oeste se hace todo lo posible para echarla de Europa, volver a erigir un muro entre el mar Báltico y el mar Negro, y está interesado en destruir a Rusia paulatinamente en vez de cooperar con este gran país”.

 En consecuencia, en apenas veinte años, la OTAN, convirtió en polvo sus promesas de no ampliación al oriente formuladas a la entonces debilitada dirección soviética, sumó a su listado a ex naciones socialistas europeas y a varias ex repúblicas de la extinta URSS, y promovió un cambio violento de gobierno en Ucrania con la utilización decisiva de grupos neonazis locales, como el titulado Batallón Asov, creando un inaceptable riesgo para la integridad y seguridad de una potencia cuyo presidente, Vladímir Putin, había llegado incluso, en sus afanes de equilibrio global, a proponer años atrás la malsanamente rechazada incorporación del Kremlin a la OTAN, en tanto entidad regional susceptible de colaboración mutua.

La aplicación de tales líneas conductuales por Washington está hoy a la vista, aunque no falten quienes elijan no enterarse, las nieguen, o prefieran no mencionarlas. Para los poderes hegemonistas, que ahora recogen pita cuando Ucrania les reclama sus promesas de implicación directa contra el Kremlin, todo está claro: ucranianos y rusos (estos últimos cargados además de sanciones y mala imagen adicionales) deben poner los muertos; Europa Occidental sigue siendo el instrumento desechable de siempre, y allende el Atlántico el gestor de los desastres espera, presuntamente intocable, la hora de la “cosecha” sobre los despojos de otros.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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