El definitivo ascenso de Irán como potencia regional principal en el Medio Oriente, después de su disuasorio golpe contra Israel, no es más que la última de muchas evidencias del fiasco de la política exterior estadounidense hacia esa región. La conformación de un Nuevo Medio Oriente ha fracasado.
A inicios de este siglo, el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush tendría que tomar una osada y controversial decisión en relación con su política hacia el Medio Oriente. Tendría que elegir entre Irán y Arabia Saudita, dos de los gigantes petroleros regionales. Escoger de quien sería amigo y de quien enemigo. A quien tendría como aliado y a quien le haría la guerra.
Más allá de las claras diferencias entre Riad y Teherán, uno árabe y el otro persa, uno de tendencia islámica suní wahabita y el otro islámico chií, ambos compartían algo muy negativo para Estados Unidos: ser enemigos de Israel, el aliado principal de Washington en la región, su principal receptor de armamento y conectado con un poderoso lobby, del que se dice tiene el poder de quitar y poner al inquilino de la Casa Blanca.
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No era, no, una tarea fácil, desde los estándares políticos de Estados Unidos ambos países eran excluibles, ambos tenían sistemas de gobierno contrarios a los postulados democráticos de Occidente, las creencias religiosas, omnipresentes en ambos sistemas, guiaban las vidas de los ciudadanos no siempre a los lugares más convenientes para Washington. Sus estudios indicaban que los derechos de mujeres y minorías, no eran respetados.
Se identificaba inmediatamente a los del sur con grupos armados como Al Qaeda o la resistencia palestina Hamas y a los del norte por estar detrás de la resistencia libanesa encabezada por Hezbolá (Partido de Dios) o el movimiento houtí Ansar Alá (Partisanos de Dios) en Yemen.
Las presiones internas dentro de Estados Unidos, mucho mayores después de los sangrientos atentados del 11 de septiembre de 2001, llevaron a W. Bush a delinear una agresiva política hacia Medio Oriente, que tuvo como objetivo primordial cambiar para siempre la región y hacerla más parecida a Occidente.
Bush definiría sus objetivos muy claramente: Combatir el terrorismo, lo que significó guerra y muerte para la región. Promover la Democracia, es decir, golpes blandos y revoluciones de color. Combatir la proliferación de las armas de exterminio en masa, justificación con la cual agredieron a Iraq y cuando menos, permitieron una ejecución medieval, pública, de su presidente Saddam Hussein y que se reflejó también en el férreo control sobre Irán por un supuesto interés de los persas en obtener armas nucleares.
Como parte de la “lucha contra el terrorismo”, Washington llevó la guerra a Irak y Afganistán. Buscó para ello justificaciones insostenibles en el tiempo que costaron caro a la credibilidad y ética de consagrados personajes de la política anglosajona como Colin Powell, en tanto surgían “espontáneamente” revoluciones de color en varios países de Oriente Medio, como Egipto y Túnez.
Finalmente, como parte de ese Nuevo Medio Oriente y en un “propósito noble”, Estados Unidos, se planteaba resolver lo que consideraba el principal problema de la región: el conflicto israelí-palestino, apostando por la solución de dos estados, pero nos acaba de demostrar que de los dos, solo le interesa uno, pues ese mismo Estados Unidos acaba de vetar en solitario la creación de un estado palestino en la ONU, muy recientemente
Claro que enfrentar esa compleja agenda de cambio regional llevaría inicialmente definir “los que están conmigo y los que están contra mí”. George W. Bush dejaría esto bien claro cuando durante una visita del Rey Abdullah en abril de 2002, en ese momento líder de la Casa Saud de Arabia Saudita al Rancho Crawford en Texas, ambos líderes caminaran tomados de la mano en señal de unión indisoluble.
Pero mucho ha llovido desde entonces. Para lograr aquel Nuevo Medio Oriente que Bush quería, lanzaron a Israel contra Líbano en 2006, aventura que terminó en un sonado fracaso para los sionistas, sumirían a Siria y Yemen en guerras sangrientas, firmarían con Obama en la Casa Blanca un pacto nuclear con Irán que meses después Trump rompería y en una clara violación de las líneas rojas, asesinarían en 2020 al General iraní Qassem Soleimani en un evidente renacimiento de los asesinatos selectivos y por último, golpearían el consulado iraní en Damasco, masacrando a los allí presentes.
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Irán respondería. Todos lo sabían. Quedaba ver cómo y cuándo. Quedaba ver si a pesar de años de sanciones occidentales y limitaciones de importación, Teherán había logrado desarrollar su tecnología militar a un punto que le permitiera castigar a Israel por su afrenta, pero no es este artículo donde usted va a encontrar un análisis con la cantidad de misiles que disparó Teherán, cuantos llegaron y cuantos no. Que nivel de destrucción causaron, no. El mayor impacto de la respuesta de Irán a Israel no es militar, es político y será perdurable
Más que coheteril, Teherán dio un golpe de autoridad. Mientras sus misiles y drones viajaban de camino a Israel, emergieron celebraciones en varios países del Medio Oriente, independientemente de que varios de los gobiernos de la región condenaran políticamente la respuesta. Irán de golpe se convertía en el más directo castigador de Israel por su genocidio en Gaza y los movimientos de resistencia que se dice patrocina, Hezbolá y Ansar Alá, los más activos contra el sionismo en solidaridad con Palestina, mientras otras potencias regionales, han preferido no pasar de la condena.
Con esta respuesta, que sin duda puso al mundo al borde de una conflagración mayor, Irán pasa por encima de las diferencias confesionales que han marcado las relaciones entre los países del Medio Oriente y a través de las cuales Occidente ha logrado convertir ese conflicto en perenne y favorecer sus intereses y los de Israel. Irán se convierte, con esta respuesta, en el líder de la resistencia antisionista y en el más propalestino de todos los vecinos de Palestina.
Más allá de lo que diga Occidente, Irán ha dado la respuesta dentro de la Ley y ajustada al Artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, dirigió sus misiles a sitios militares, no tuvo necesidad de golpear una ciudad de Israel y matar cientos de civiles para lograr restaurar la disuasión, en tanto Israel, con su provocador golpe contra el Consulado Iraní en Damasco, violó claramente la Convención de Viena, lo que se suma a la matanza indiscriminada de civiles que ha protagonizado en la Franja de Gaza, que ya está por alcanzar la cifra de 35 000.
Arabia Saudita, el amigo escogido por Bush en aquel entonces, y su actual líder, el carismático Mohamed bin Salmán, ya se han dado cuenta que el mundo está cambiando y muy probablemente toque soltar la mano de Estados Unidos para seguir adelante. En marzo de 2023 y en una valiente decisión, su canciller y el de Irán sellarían, con un apretón de manos un encuentro inicial, nada menos que en Beijing, capital de China.
Bin Salmán recibiría igualmente al presidente ruso en Riad, casi dos años después del inicio de la Operación Militar Especial por parte de Rusia contra la OTAN y Ucrania, considerado otro desaire para Occidente, que ya esperaba que su campaña de demonización obligara a Vladimir Putin a permanecer en Moscú. Días después, se sabría uno de los temas principales de los que conversaron los dos líderes, cuando Riad anunciara su entrada en el bloque geopolítico BRICS, uniendo voluntades con China, Rusia, Brasil, Sudáfrica y, contradictoriamente para Washington, Irán.
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