Víctima medíatica, vaya usted a saber si de forma intencionada, del reciente ataque misilístico norteamericano contra Siria, concluyó en La Florida el primer encuentro cara a cara del presidente chino, Xi Jinping, y el mandatario norteamericano, Donald Trump.
Encuentro, vale decir, que estaba destinado a convertirse en una de las más trascendentes noticias de los últimos días habida cuenta de que el inquilino de la Casa Blanca no pudo ser más agresivo con el gigante asiático durante su campaña electoral, indicando una y otra vez que China era el gran culpable de muchos de los avatares económicos de la primera potencia capitalista.
De hecho, uno de los primeros actos internacionales de Trump fue ponerse en contacto con el gobierno de Taiwan, territorio isleño que Beijing considera parte inalienable de su geografía oficial, y por tanto asunto de elevadísima sensibilidad política.
Con todo, y en concordancia con la díscola práctica instituida en los últimos tiempos en Washington de decir una cosa hoy y otra diferente mañana, todo indicaba que el encuentro entre los dos líderes, planificado para el palacete de los Trump en La Florida, estaría signado por un clima menos ríspido y por el interés mutuo de no tensar las cuerdas bilaterales.
Ocurriría entonces, ya con Xi Jinping como huesped, que Trump ordenaría su injustificado ataque con misiles a Siria, como respuesta al presunto uso de armas químicas por Damasco contra posiciones terroristas, y que causó numerosas víctimas civiles.
Acción unilateral que obvió una indispensable investigación sobre el asunto toda vez que los yijadistas poseen ese ilegal armamento suministrado por sus aliados externos, y el hecho debidamente comprodabo de que desde hace varios años Damasco había destruido sus arsenales químicos bajo supervisión internacional.
No obstante, y aún sin el esperado lustre divulgativo, Jinping y Trump abordaron temas sensibles como las tensiones en la península coreana, donde Washington aspira a incrementar los buenos oficios de Beijing con Pyongyang con relación a sus ensayos misilísticos y el desarrollo de su arsenal nuclear, pasos que la Casa Blanca estima “inaceptables” y contra los cuales ha dicho que podría actuar de forma violenta.
Además, los estadistas repasaron las tensiones económicas bilaterales a partir de que, con un intercambio comercial de 520 000 millones de dólares por año, “el saldo negativo en este apartado para los Estados Unidos ascendió a 347 000 millones durante el 2016”.
Trump había dicho tiempo atrás que China “violaba” la economía norteamericana, y le acusó de “manipulación de las divisas” y de levantar barreras legales al comercio”, acusaciones rechazadas de plano por Beijing.
Según voceros norteamericanos, el gigante asiático “impone un arancel del veinticinco por ciento a las importaciones de vehículos automotores, limita la entrada de muchos productos agrícolas foráneos, y cierra el importante sector de servicios a las inversiones extranjeras”.
No obstante, en tan complejo apartado todo indica que se crearon las posibilidades de una negociación constructiva.
Por su parte, el nuevo gobierno de los Estados Unidos parece haber dado pleno respaldo a la política China de “un solo país”, con lo que da marcha atrás al ya citado escenario que estableció mediante sus contactos iniciales con las autoridades taiwanesas.
Para los analistas, este balance parece responder a los consejos dados a Trump por su yerno Jared Kushner (el esposo de su no menos influyente hija Ivanka), quien se inclina por tener amplios lazos con Beijing a contrapelo de los grupos de “halcones” que, consignan depachos de prensa, “abogan por adoptar una posición de fuerza respecto a Chine y reclaman imponer sanciones y tarifas a sus cuantiosas exportaciones”.
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