Para algunos oídos, especialmente los saturados por la sostenida campaña demoníaca con respecto a Pyongyang, la sobredimensionada retórica de Corea del Norte en la actual crisis regional engarza perfectamente con las “desatadas ambiciones del promotor de todos los males”.
Porque desde hace unas seis décadas esa ha sido la marca impuesta al criterio público por la avalancha de propaganda Made in USA contra un pequeño pero estratégico país, percibido por Washington como apetecida antesala de las fronteras china y de la extinta URSS (hoy de Rusia).
Así, las gentes de ojos rasgados que pagaron millones de vidas entre 1950 y 1953, y en cuyo país la metralla norteamericana no dejó una sola edificación de más de un piso con sus titulados bombardeos de saturación, siguen siendo aún los “malos de la película”.
No obstante, según afirma el analista Jack A. Smith, en reciente artículo aparecido en la publicación Global Research, las tensiones vienen de otra dirección.
Se trata, concreta Smith en su estudio, de que en las intenciones oficiales norteamericanas Corea del Norte es un obstáculo a barrer desde el mismo momento en que surgió en el escenario internacional a fines de la Segunda Guerra, y prueba de ello es que a sesenta y tres años del inicio de la agresión contra Pyongyang todavía están sin repuesta los ofrecimientos norcoreanos para establecer un clima de seguridad en la Península.
Se trata, en forma resumida, de la firma de un tratado de paz que sustituya al armisticio vigente desde el fin de los combates en 1953; la reunificación nacional, incluso bajo el precepto de “un estado y dos sistemas”; conversaciones bilaterales con Washington; y la retirada militar norteamericana de Corea del Sur junto al fin de las constantes maniobras bélicas sobre el paralelo 38.
Sin embargo, desde aquellos tiempos a hoy, la Península Coreana ha sido una de las áreas más militarizadas del orbe, con la presencia fluctuante de entre 25 000 y 45 000 efectivos norteamericanos de forma permanente en la zona Sur, el despliegue de modernos armamentos, incluidos artilugios nucleares, y la realización año tras año de ejercicios militares que obligan al Norte a constantes movilizaciones defensivas.
Juegos de guerra que en su actual edición han sumado el uso de superbombarderos B 52, aparatos “invisibles” B 2, y cazas ultrasónicos F 22, también presuntamente “indetectables” y todos capaces de portar artefactos atómicos.
De hecho, los periodistas norteamericanos Adam Entous y Julian Barnes escribieron por estos días en un comentario aparecido en The Wall Street Journal, que Washington “planificó deliberadamente esta nueva demostración de fuerza con el fin de suscitar una furiosa reacción norcoreana, que luego se calificó de beligerancia y provocación”.
“Las provocaciones, planificadas de modo frío y calculado, procedieron de la Casa Blanca. Las reacciones de Corea del Norte han sido defensivas”, concluyeron los analistas.
La sonada repuesta del Norte que, según diversas fuentes, ha logrado hasta hoy un incipiente arsenal de apenas seis bombas nucleares y algunos tipos de posibles misiles portadores, todo bajo una adversa presión incitada por los Estados Unidos, parece entonces destinada a “elevar la parada” frente a un enemigo histórico cada vez más atrevido, e impulsarle a sopesar los riesgos que pueden implicar sus locas e irresponsables aventuras.
Con más razón, cuando hace apenas unos meses el propio Departamento de Defensa proclamó el carácter prioritario que tiene para Washington la región Asia-Pacífico, y su intención de elevar su presencia militar directa en ese escenario como parte del cerco inmediato contra Beijing y Moscú, los “oponentes” fundamentales a escala global.
Por el momento, Washington se ha inclinado por aprovechar el tinte altamente ríspido de la crisis para afianzarse en Corea del Sur, mantener a Japón dentro del círculo agresivo, y desplegar artilugios de su sistema antimisiles frente al extremo oriente ruso y chino.
De manera que, a partir de todas estas consideraciones, no parece que los “demonios” en la Península Coreana tengan la piel amarilla y los pómulos salientes. Más bien hablan inglés y vienen del otro lado del mar.
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