En efecto, con 44 años de edad y un historial “centrista” y “europeísta, según afirmaciones de estudiosos y expertos, el jefe de Estado francés, Emmanuel Macrón, asume desde las primeras horas de este nuevo año la jefatura rotativa de la Unión Europea, UE.
Macron, junto a la ya retirada canciller alemana, Angela Merkel, constituyó un binomio estrecho en materia de pretender cambios dentro de ese pacto, que en su surgimiento fue calificado por algunos como “modelo de integración”, y que sin dudas ha enfrentado no pocas movidas y desajustes en su devenir, sobre todo luego de su ampliación con nuevos socios desgajados de Europa del Este y más proclives a entenderse con Washington que son sus vecinos continentales.
Una entidad, además, que acaba de sufrir la baja de su no muy estable socio británico a cuenta de la aplicación del Brexit, y que marcha sobre la cuerda floja de desenredar amarras con respecto a la primera potencia capitalista o contribuir a la perpetuación de un Viejo Continente que rumia sus pasadas glorias y asiente de forma irreflexiva al papel de pivote desechable en que lo ha colocado Washington desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días.
Y, en ese sentido, y en un discurso público de navidad, Macron se refirió a que durante su papel al frente de la UE se empeñará en promocionar “un momento de cambio para Europa” sobre la base de establecer “una defensa europea más fuerte y más capaz que contribuya a la seguridad global y sea complementaria a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN”, a la vez que reformar el llamado espacio Schengen para proteger las fronteras exteriores de la UE y contar con una mayor independencia en materia de seguridad, de manera de no depender únicamente “de la protección militar de Estados Unidos, instituida desde 1945”.
Pronunciamientos que, a los más mayores, nos recuerdan un tanto a aquellos que, quizás con mayor fuerza, hicieron en su tiempo otros desparecidos líderes europeos como el también mandatario francés Charles De Gaulle, alarmados por el excesivo control castrense norteamericano con relación a sus aliados occidentales.
Experiencia que sin dudas Macron ha vivido personalmente como testigo de lujo de los desplantes e insultos de Donald Trump en torno a sus pretendidos socios de Europa, o el reciente batacazo de Joe Biden a París al suscribir inconsultamente una alianza antichina con Gran Bretaña y Australia que hizo añicos la venta ya suscrita a Camberra de submarinos de producción francesa a cambio de sumergibles atómicos Made in USA… en fin, solo algo para recordar.
Por lo demás, las fuentes precisan que el nuevo presidente temporal de la UE hará énfasis en la recuperación económica regional aún en medio del actual repunte de la COVID-19 en la zona, con insistencia en el control de la contaminación medioambiental y el enfrentamiento al acelerado calentamiento global mediante el fin de las emisiones europeas de CO2 para el 2050, y la renuncia al uso del carbón fósil hacia la década del 2030.
Por otra parte, la decisión de Macron de asumir la dirección de la UE no pasó desapercibida para sus opositores, toda vez que —aducen— podría servir al mandatario para apuntalar su reelección en los comicios galos del cercano mes de abril… si las cosas le salen tal y como planea.
Para sus contendientes políticos la concreción de algunas de las metas regionales propuestas constituiría un aval para el actual jefe galo de Estado, aunque, al decir de otros, cualquier patinazo o incongruencia sería un rudo golpe a su figura.
De todas formas, y por el momento, según afirmó el diplomático galo Pierre Sellal, ligado a la UE, “nada le gusta más a los franceses que la imagen o la impresión de que su país está al mando”, y la subida de Emmanuel Macron al rango regional proyecta esa percepción, aún cuando del dicho al hecho pueda haber un gran trecho.
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